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Argentina: Apuntes sobre las bandas de rock barriales (y IV)

Cada tribu urbana tiene su propio circuito. Los metaleros, por ejemplo, se encuentran de madrugada -con sus camperas de cuero y sus tachas- a intercambiar revistas importadas o fotos de Metallica en Plaza de la República. El nombre de "tribus" parece bien puesto ya que se trata de grupos algo gregarios que siempre cuentan con algún emergente natural, y hasta graffitean delimitando territorios con esta suerte de moderna pintura rupestre. Su "imagen de marca" -que no siempre tiene un correlato rockero- señaliza a menudo el trayecto desde el barrio de origen hasta el sitio de reunión. Así ocurre con la ya mencionada "Mancha de Rolando", cuyas pintadas dominan el panorama de Avellaneda y Barracas. En casi todos los casos puede comprobarse una constante digna de análisis: La imagen del Che es uno de los escasos íconos ajenos al universo musical que encuentra enorme cotización en estos grupos. Pero es un Che resignificado por las nuevas generaciones, que no lo admiran como sinónimo de lucha armada y socialismo, sino como un stone. Vale decir, uno que pensó distinto y actuó en consecuencia. Sólo por eso merece un sitial de honor en el Olimpo de unos pocos elegidos, junto a Jim Morrison y Bob Marley.

Si fuera pertinente hablar de una identidad rockera, esta -como todas- esta hecha de rechazos y adhesiones. Hoy su principal acechanza pasa por la expresión de asedio más inmediata: La policia de "gatillo fácil", que primero mata y después interroga, se convierte cotidianamente en la encarnación menos abstracta del ³sistema². En un país en el que las dos franjas generacionales extremas del arco productivo son tanatológicamente discriminadas (unos por no tener edad -o espacio- para formar parte del mismo, y otros por haber dado ya todo de sí), un cuarto de siglo después de haberse intentado con "La Noche de los Lápices" un escarmiento juvenil en forma de shock, se sigue aplicando la misma política en forma de cuentagotas, como lo prueban los casos Bulacio, Bru o Bordón. De modo que -al decir de Benedetti- los padres siguen enterrando a sus hijos.

Ante una clase dirigente que no esta dispuesta a interpretar críticamente el nuevo mundo globalizado, y que se perpetúa reciclando vetustas filosofías neoliberales abandonadas por los países más avanzados del planeta, el camino de las grandes transformaciones dista de revelarse con claridad. Pero las nuevas generaciones -con más intuición que raciocinio- lo buscan en la periferia de las viejas formas de asociación. En dicho contexto, la banda de rock barrial aparece ofreciendo una red de contención social: Cada vez que sus integrantes deciden profesionalizarse, el que incurre en excesos que boicotean un show es reconvenido por sus pares, y rara vez opta por sacrificar su lugar de músico. Ya el nihilismo que caracterizara los primeros 90s va cediendo lugar a una lenta recomposición de la trama solidaria. Muchas letras de canciones así lo expresan, como ocurre en "Ya no sos igual" (tema de 2 minutos), donde el barrio da la espalda a uno de los suyos que decidió enlistarse en la Policía Federal.

El rock periférico tiene, entonces, mucho por decir. Y no es difícil detectar sus raíces. Luca es Gardel y Gardel es Luca. Ambos se reúnen en El Abasto con sorprendente continuidad. La asignatura pendiente de estos grupos tal vez sea la de ir haciendo rentables sus sueños. Pero una conclusión surge clara ante quien se aproxima sin preconceptos al tema. El rock casi siempre engendra lucidez.-

A la memoria de Eduardo Daniel Pereira Rossi, uno de los primeros argentinos que vió venir esta marabunta de pibes.

JORGE FALCONE

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