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Increpando a que los músicos de vocación social
se definan
ChileRadio
Este es el aporte de Chileradio para el foro-taller en el marco del encuentro "Un Canto de Todos" realizado hace unos días. El texto plantea una serie de interrogantes en torno al rol de músico de raíz social y popular frente al actual escenario que, por un lado, se encuentra marginado por las industria comunicacional y musical y por otro, donde posee a la mano una serie de oportunidades a partir de las nuevas tecnologías de información que pueden potenciar y replantear su trabajo.
Desde que la música popular pudo plasmarse, primero en una hoja impresa a mediados del siglo XIX, y luego en un soporte para ser reproducido, esto a fines del mismo siglo, la música dejó de ser un conjunto de sonidos expresando ideas y significados de la sensibilidad humana. Aunque mucha de esta música tuviera una reconocida autoría, esta se transformó en propiedad privada de quien la engendra, sin importar si sus ideas o ritmos tuvieran una raíz tradicional o popular del cual todos somos propietarios. Este cambio fue producto de la necesidad de retribuir al artista por su creación, dado que su "música", convertida en un bien concreto y tangible, como un disco, sería comercializada por una industria que se encargaría de distribuir y promocionar tal música, ... perdón, discos.
La Gran Depresión de 1930, fue la oportunidad propicia para monopolizar la industria musical en Estados Unidos en un puñado de firmas discográficas. A partir de tal concentración de poder, también emprendieron su expansión hacia las áreas de influencia norteamericana, como el caso de Latinoamérica. Vale decir, un panorama muy parecido al que prevalece hoy en la industria musical chilena, a fin de cuentas una pequeña filial de los sellos transnacionales.
Hoy las nuevas tecnologías de la información, como Internet, han quebrado el modelo de la industria musical. Internet ha transformado nuevamente la música en algo intangible tal como fuera antes de la era industrial. El formato digital mp3 es información invisible que viaja a través de las redes para recalar en el computador de cualquier navegante, sin importar donde este se encuentre. Sin duda alguna, las redes digitales como Internet son una posibilidad cierta de cambiar a fondo las formas de gestión, difusión y distribución de la creación artística, pudiendo orientarse hacia nortes que toda industria omite, como la gratuidad y la solidaridad. La empresa norteamericana Napster logró generar una comunidad virtual de 60 millones de usuarios que libremente se compartía toda la música que tenían en sus computadores.
La industria musical y audiovisual, espantada de tanto tráfico gratuito y libre, arremetió judicialmente en contra de tecnologías de distribución gratuita, como Napster y otros servicios, no sólo con una actitud reaccionaria frente a los nuevos escenarios que supuestamente menoscaban sus ingresos, sino a su vez sentar un marco regulatorio que, por su puesto, velará caprichosamente por los intereses comerciales de la industria cultural. A principios de este año las cortes norteamericanas sancionaron en contra de Napster y sus homólogos por estimular la piratería, obligándolas a sacar la música protegida por derechos autorales de la cual eran intermediarios en la distribución de la comunidad.
Hace sólo un par de meses apareció otro sitio web, Morpheus.com, que deja este argumento judicial tecnológicamente obsoleto, ya que la distribución de archivos es ahora posible sin intermediación alguna. ¿Si alguien me regala un disco, comprado o copiado, por que no puedo compartirlo a quien quiera? ¿No puede ser la música Un Canto de Todos?
La industria afirma tajantemente que las formas solidarias y colaborativas de distribución de la música crea un daño a la creación artística, porque estas atentan contra la retribución al músico por su labor al violarse de los derechos autorales. ¿Pero cuantos artistas viven de la venta de sus discos?, ¿cuantos artistas tienen real control de su obra a la hora de editar su música?, sin duda, sólo un puñado de los artistas que trabajan en torno a la música. Los conflictos ente el artista y la industria musical tienen larga data cuando no logran concordar los criterios mercantiles que determinan la distribución y la difusión de la música. Las nuevas tecnologías de la información pueden ser una alternativa real de generar nuevas formas de retribuir el trabajo del artista. Quizás no sean los dividendos de la comercialización de los discos, realizado por otros a partir de los derechos autorales, sino la autogestión de su producción, la difusión de sus conciertos a través de los nuevos canales de comunicación o la mediatización de su obra a través tecnologías de poco costo.
Por supuesto, los músicos más interesados en generar propuestas alternativas en cuanto difusión y distribución de la música son aquellos que están olvidados y discriminados por la industria musical. Toda industria tiende a la homogenización y uniformización de sus productos para rentabilizar su lucro, lo que genera marcos rígidos a los que el músico debe atender para ver su música difundida y distribuida. Así las propuestas musicales que tienden al cambio y convocan a la acción, en vez del consumo, son deliberadamente omitidas. No es casualidad que la trova y el punk sean marginados por sus contenidos críticos, ni que el rock alternativo y la música de vanguardia le sea indiferente a la industria por ser poco rentable. Toda industria funciona a partir de un paradigma mercantil ... ¿son los discos lo mismo que las salchichas? ... industrialmente si.
Aquellos músicos que consideran que su música traspasa lo meramente estético, y que su arte tiene un alto sentido de función social ligado a su contexto, contingencia y las comunidades que se identifican individual y colectivamente con ellas, se interesan por generar nuevas propuestas para hacer llegar su música a su público. ¿Cuánta es la gente que puede comprar el disco de su artista preferido si cuesta $9.000 (US$13)? Estos músicos saben que la función social de la música no aniquila su función estética, pero tienen la certeza de que la función comercial y lucrativa tiende a aniquilar tanto la función social como la función estética de su obra.
Mientras la industria discográfica y las compañías de distribución gratuita de la música se daban a piñazos en las cortes judiciales, los grandes ausentes en el debate y discusión de esta problemática han sido los mismos artistas. El refrán dice que "el que calla, otorga", por lo que pareciera que los músicos se cuadran con la industria discográfica y su protección de derechos autorales. ¿Pero qué pasa con los músicos que son sistemáticamente ignorados y marginados por la misma? ¿Estarán dispuestos a aceptar bajos porcentajes de retribución para que la industria les permitan grabar en un estudio millonario y masterizar en Miami?
Vayamos más al fondo, ¿algún músico popular o de raíz tradicional, por más innovadora que sea, puede decirse propietario de su música para que sus consumidores la compartan?, ¿no es la música popular un patrimonio de todos? Si se hiciera una minuciosa investigación mundial de derechos autorales, sin duda el Víctor Jara y la Violeta Parra serían multimillonarios, ¿estarían felices de serlo?
Tanto el Víctor Jara como la Violeta Parra, que grabaron muchas canciones del folklore sin pagarles ni consultarles a sus autores, impulsaron un movimiento musical exitoso y masivo durante los años 60 con hondas raíces en la tradición popular, con un compromiso claro con respecto a su contexto social e histórico. ¿Por qué esta música que hereda esta rica tradición en Chile hoy no tiene un espacio de difusión y distribución en la escena musical? Básicamente porque la industria no lo estima lucrativo.
Durante los años sesentas la música de la Nueva Canción Chilena y otras expresiones como el Rock, tuvieron que generar un cambio y una alternativa en las forma de distribución de la música. Víctor Jara logró un sitial en la escena musical chilena no a través de discos, sino de singles cuyo costo barato permitía una mayor distribución. Él también formó parte de una industria paralela mucho más artesanal que la industria musical de la época, que nació primero de las Juventudes Comunistas y sellos independientes como el de La Peña de los Parra. Incluso Víctor, y los demás exponentes de la nueva canción chilena, lograron algo inimaginable para nuestros días: el sello al cual pertenecían, DICAP (Discoteca del Cantar Popular) era propiedad del Estado .
Frente a lo anterior, ¿con las nuevas herramientas que nos brindan las
nuevas tecnologías de la información, no será posible generar
alguna instancia alternativa de distribución y difusión de la
música de frente a la industria que margina abiertamente la canción
de raíz social? Nosotros no tenemos la receta, pero quizás eso
sea lo mejor de todo. Los músicos tienen hoy la posibilidad cierta de
participar directamente en la generación de un modelo que permita la
distribución y difusión masiva de su música tal como lo
estimen, esperando por su puesto recibir una retribución por su trabajo.
Lo que podemos asegurar es que tal modelo no saldrá de una genialidad
artística, sino asociándose y agrupándose, donde se discutan
la diversas posibilidades que las nuevas tecnologías nos platean como
desafío. Nosotros tenemos dominio sobre ciertas herramientas y muchas
ideas, confiando que estas tecnologías, como nunca antes, son apropiables
y apoderables. La palabra hoy, la tienen los músicos, quienes deben definirse
por concebir su trabajo como un producto industrial que vela por sus "derechos"
o concebirlo de otra manera bajo otros valores y criterios para lograr su distribución
y difusión. Es como si fuese la guerra fría de la música.
Confieso que exagero, pero la intención es que la idea quede bien clara.
Creo que en este preciso momento los músicos de vocación social
y solidaria están pensando lo mismo ... los medios de comunicación
con la misma vocación, también lo están. Chileradio está
con ustedes.
Kolectivo
La Haine
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