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Manu Chao, frente a su condición de líder social

Atención amigo manuchaoista. El ansiado Próxima estación: Esperanza será editado finalmente en junio. Antes de eso, en la comodidad de su hábitat cotidiano (Barcelona, Barrio Gótico), el francés loco más querido en Latinoamérica se colgó un par de tardes, noches y trasnoches con el No. En la calle, en bares, en una cancha de fútbol, Manu habló de sus obsesiones, de sus canciones y de las revoluciones por venir.

Plaza del tripi

La plaza está casi vacía. Un marroquí negocia el precio de unas pastillas con un argelino. Los dos, clandestinos recién llegados a Barcelona, buscan hacerse un lugar en los alrededores del Barrio Gótico. Ambos desaparecen de la escena cuando dos polis se acercan a la plaza. Un monumento a lo absurdo, con forma de espiral metálico, adorna la plaza ocupada por las sillas de dos bares. Tripi. Así le dicen los españoles a los ácidos y, por algo será, así se llama esta plaza. Uno de esos cafés con mesas en el centro es el “Bahía”, donde Manu Chao pasa buena parte de su tiempo libre cuando está en la ciudad. Ahora, recién llegado de Italia, ironiza como primer comentario:

–Este es mi livingroom, tío. Es bastante grande. ¿No?

Falta un mes para que el esperado (y demorado) segundo disco de Manu, titulado Próxima estación: Esperanza, aparezca aquí y en Latinoamérica. La idea del título viene del recuerdo de una voz. La voz metálica y femenina del aviso que se puede escuchar en el metro de Madrid cuando se anuncia, justamente que la próxima estación se llama así, “Esperanza”. Pero además, la expresión sincretiza una idea que da vueltas en su cabeza desde que conoció el mensaje del Subcomandante Marcos en Chiapas y más precisamente desde su última visita a México. “Estos tíos fueron los primeros que me mandaron a mí ese mensaje antiglobalización y todo este tinglado. Eso me vino de Chiapas, como europeo que soy. Yo creo que no hubieran existido las protestas de Seattle, Quebec, Porto Alegre y dentro de poco Génova, o Barcelona sin Chiapas. Todas ellas son estaciones de la esperanza.” Manu Chao está terminando de coordinar la gira que lo llevará por Europa un mes y medio y otro tanto por Estados Unidos y Canadá. Pero eso no impide que se tome un tiempo para ir a Milán a visitar unas casas de okupas, o que viaje a Madrid por el fin de semana a visitar unos amigos, dar una entrevista y tocar en un pequeño bar. No se detiene. Sin embargo, el músico deja en claro que se siente mejor en casa. El patio de esa casa, es esta plaza. “Quiero quedarme unos días en casita. Tengo que dedicarle un tiempo a mi novia, que si no me va a pegar el raje, tío”, confiesa.

“Adelántame 5000 pelas”, le pide a Arturo, un mozo rosarino del “Bahía” que lo acompañó en la última gira por Argentina. “Pasar por allí nos dio una energía que te cagas. Cuando nosotros armamos una gira la ley es que es siempre la última. Y mira, ahora estamos armando una por Europa y Estados Unidos. De lo que pasó en Sudamérica, y en especial en Argentina, recuerdo el concierto de HIJOS en la calle, que fue increíble, con mucho cariño.” De aquellos días agitados de noviembre del año pasado, recuerda también su descrubrimiento del Centro Cultural “La Fábrica”. Una empresa quebrada que fue tomada por sus propios trabajadores cuando cerró y se convirtió, además, en un lugar para espectáculos. Ahí Manu tocó con Karamelo Santo. “Eso fue muy fuerte, por lo que me contaron del lugar. Yo comento mucho la fábrica. Cuando me preguntan ¿dónde va esa esperanza que yo tengo? Ahí hay esperanza, como en Bolivia hay esperanza en el levantamiento indígena, con esas barricadas de 400 km que son imparables.”

De pronto, dos pequeños hermanos andaluces irrumpen para pedir plata. “Toma hombre...”, le dice al más chico, y pone un puñado de pesetas en su mano. El más grande también pide, pero Manu ordena que se repartan con su hermano. “Estos tíos son bravísimos”, asegura. Son los inmigrantes dentro de España, que vienen de Andalucía a Barcelona en busca de mejor suerte y terminan siendo discriminados, entre otras cosas porque no hablan el catalán. El barrio está cabrón. Una banda de niños argelinos se mueve entre los pasadizos del Gótico, dispuestos a llevarse el medioevo por delante. La mayoría llegó a España cruzando el estrecho, dejando un pocode sus vida entre Ceuta y Gibraltar, agazapados, casi sin respirar, clandestinos en depósitos de barcos que llegan a España como pueden. “Al principio nadie se cabreaba demasiado cuando aparecían estos chicos e incluso se llegó a un deal en el barrio, que si atacaban a los turistas nadie se metía. Pero luego comenzaron a meterse con los vecinos y ahí ya se puso pesado. Es que a estos tíos no les importa nada”, explica Manu Chao, que ha tenido que lidiar con ellos más de una vez. No tienen nada que perder. “Supuestamente, Europa y Estados Unidos están luchando contra la inmigración, pero el grave problema es que el Primer Mundo se está haciendo viejo. El norte necesita esa juventud, que no está en Europa, ni en EE.UU.”

–¿Por qué están viejos?

–Porque no follan. Pero si no llega gente a trabajar a Europa, el Estado no puede pagar la jubilación. En eso hay mucha hipocresía. Es evidentemente que el Primer Mundo necesita gente de afuera, pero los prohíben porque los quieren sin papeles. Esa gente no se puede sindicar, no puede abrir la boca y pueden ser tratados como esclavos, lo que le permite a Europa ser competitiva con Taiwan.
Nadie le presta demasiada atención a Manu en el barrio. Es que no desentona en la calle. Su casa está en una de las laterales de la plaza del tripi, y no resalta de cualquier otro piso. Su casa es cuartel general de operaciones, estudio de grabación y edición de videos. Ahí edita, él mismo, lo que filma en sus viajes. “Tengo grabado a ese hermoso ciego, cantante de tangos, que apareció en el bar del Boxeador, la primera noche que estuve en Mendoza. Ese tío es genial y voy a hacer algo con ese material”, asegura. Pero sigue sin poder comprender muy bien qué efecto suele producir su presencia en Latinoamérica: “Me doy cuenta que soy un punto de encuentro y que mucha gente cristaliza alrededor nuestro. Donde estamos llega mucha peña. Eso lo he notado por todos lados. Pero esa energía –que nos cargó las pilas para la gira– también nos genera cierta responsabilidad. No sé muy bien qué hacer con eso. Lo mejor es ir avanzando, haciendo cosas. Porque si cada vez que vamos a hacer algo pensamos en lo que esperan los demás, entonces no vamos a hacer nada. Por eso yo me olvido y pienso lo menos posible, si no es mucho peso”.

El Bidasoa

El trazado arbitrario de calles sin paralelas, con construcciones del siglo XII, hace imposible encontrarlo en su propio barrio, sin expresas indicaciones que él mismo brinde antes. En una de esas calles, Manu está comiendo, de parado, un plato de callos (mondongo) y unos caracoles. El bar se llama “Bidasoa”, y él asegura que es el mejor de la zona para comer. Un equipo de televisión nórdico acaba de entrevistarlo para promocionar su disco, y de pronto aparece Marta, su agente de prensa, que le avisa que el periodista inglés que venía en camino ha perdido la combinación del avión y no cree que llegue.

Allí aparecen los amigos del barrio: un par de infaltables argentinos, una venezolana que pronto será mamá y dos argelinos. Alguien le ofrece a Manu Chao un negocio con postales en sus recitales y él pide participar de la elección de su cara. Antes, Manu intenta explicar lo que viene pasando con la comercialización de su figura. Que hay mucha gente que vive de su cara, que el negocio de la copia ilegal proviene, en Europa, en un 90 por ciento de la ciudad de Nápoles. Y que él no tiene problemas con quien pueda vivir de su imagen, pero aclara que sí, que está en guerra con quienes hacen copias ilegales de las entradas de sus shows y también con la reventa. La situación se plantea así: Manu le aconseja al “amigo” que saque cuentas para ver si le conviene eso de las postales. Por ahí es mejor el negocio de las camisetas, le aconseja. Está claro que su imagen creció con el paso deltiempo, entre otras cosas porque Clandestino –3.000.000 millones de copias vendidas en todo el mundo– llegó donde Mano Negra nunca había podido llegar. “Mano Negra era muy conocido por la juventud de la ciudad. Pero Clandestino se abrió a gente del campo, a hombres mayores y a los niños. Uno de los más grandes orgullos de ese disco es que le encante a los niños. Porque si hay una esperanza, justamente son ellos.” Eso, dice, lo comprendió visitando Latinoamérica, lejos de las ciudades.

“Cuando vas a una comunidad indígena en Jujuy no puedes entrar con música del estilo de Mano Negra. No la entienden. Por educación van a aplaudir, pero no les llega realmente. Eres como un marciano. Clandestino funcionó, aunque les guste más o menos a los fans de Mano Negra, porque nos ha permitido entrar en otras capas de populación diferente. El tema ‘Un día luna, día pena’ lo cantamos en una comunidad indígena en Ecuador y la gente lo pilló directamente. Para explicarlo mejor, el baile del pueblo no se detuvo. Primero tocó la banda del lugar y después entramos nosotros con eso y naturalmente siguió el baile. Con Mano Negra no teníamos ese arma. Ibamos a un público universitario, o de barrio”. Dicho así, parece que Manu todo lo tiene claro, incluso antes que suceda. Sin embargo... “Eso lo comprendí después. Cuando saqué Clandestino pensaba que no le iba a gustar a nadie. Ese disco me daba mucha vergüenza. Me parecía muy íntimo, muy flojo, muy poco cañero. Pensaba que los hinchas de Mano Negra me iban a tirar piedras. Pero como en este tiempo aproveché por viajar mucho por Latinoamérica, por pequeñas ciudades, comprendí que cuando uno va al campo y está con la guitarrita en un pueblito perdido, hay que olvidarse de la caña. La caña es otra. Hay que sudarla rápido, con tres o cinco cuerdas que te dan con la guitarra y así llegar a la gente.”

La noche sigue cerveza tras cerveza, que siempre alguien paga sin darse cuenta. Manu Chao amenaza con un estornudo sobre la mesa, y se frota el pelo cada vez que sus manos detienen la charla. Está a punto de resfriarse, pero su cuerpo, elástico, pareciera imbatible. Un argentino le pregunta por Fidel Nadal, ex amigo. “No me apetece demasiado hablar de ese tío. Esos arranques místicos que ha tenido no me gustan nada. Los diarios dicen que yo me llevo bien con él, pero a mí no me cae bien su giro fascistoide”, arroja. Cada vez llega más gente al bar, entre ellos dos marroquíes que invitan para jugar al fútbol al otro día.

Fútbol, fútbol, fútbol

La cancha está ubicada detrás de la Estación Francia, cerca de la Barceloneta, originariamente un barrio de trabajadores portuarios. Manu Chao llega y ata su bicicleta de segunda mano. Pide jugar, pero no lo dejan. Tiene que esperar su turno. La cancha está plagada de marroquíes adolescentes, que se debaten el balón y se pelean, también, por unos helados que rifan tirándolos al aire. A Manu le gusta jugar al fútbol, pero tiene que aguantar varios partidos para entrar finalmente. La paciencia a la hora de afrontar el encuentro, descubre que su pasión en el terreno del juego profesional y de la reaparición del nazismo en los estadios. “Los futbolistas están en Europa jugando cada semana y tienen de espaldas, en las tribunas, símbolos neonazis. ¿Qué responsabilidad tienen ellos, de jugar cada domingo por dinero frente a símbolos nazis? Los futbolistas tienen más acceso al micrófono que nosotros actualmente. ¿Por qué no dicen nada? El único que abre la boca es Maradona. ¿Y los jóvenes, por qué no hablan? Hay fascistas en todas las canchas y los futbolistas no paran de jugar. Si en cualquier concierto de los nuestros o de músicos como Ricky Martin, sale una pancarta nazi se arma un escándalo. ¿Por qué a los futbolistas nadie les dice nada? Si nosotros servimos para generar identificación, eso es de puta madre, pero cuando me hablan de responsabilidades de los músicos, les digo: es la misma que tiene unpanadero o un estudiante, nuestro acceso al micrófono es mayor, pero no somos los únicos que accedemos a él”.

La relación de Manu Chao con Barcelona está lejos de la histeria de las giras. Así como espera su turno para entrar a la cancha, disfruta dejándose llevar por la vida de esta ciudad. “Aquí ya tuve tiempo de ver a todo el mundo. Si estuviera viviendo en Buenos Aries la cosa también sería más natural, supongo que estaría instalado en la Boca o por ahí. Seguramente vendría a Barcelona por cuatro o cinco días y también sería una histeria. Pienso que aquí ya están cansados de verme”, se ríe. El mundo de Manu Chao es simple y directo. “No entiendo muy bien el porqué de la globalización de la Justicia. El Garzón ese negocia con el Estado español y con el chileno, pero no tengo tan claro por qué manejan a Pinochet como una ficha de dominó. Está bien que Pinochet pase unos días en la cárcel antes de morir, pero no entiendo por qué hay chavales cumpliendo condenas políticas todavía en Chile. De eso nadie habla. Mucho hablan de Pinochet y poco de los presos políticos. ¿Por qué Garzón no se encarga de los presos políticos en Chile? ¿Por qué Garzón no ataca a Kissinger? Pinochet es vejete y no le sirve a nadie, más que para expiar los pecados de los demás. Hasta que no pongan a Kissinger sentado al lado de Pinochet yo no voy a estar conforme. Es igual que el asunto de Colombia: vienen años luchando contra la droga en Colombia ¿Y México qué? ¿Y el cuartel de Tijuana qué? De eso nadie habla, porque México trabaja con Estados Unidos. Lo peor es que el ciudadano norteamericano medio no se entera de nada. Hay activistas que intentan cambiar algo, pero son una minoría. A los demás sólo les importa lo suyo. A mí me da por los cojones saber que hay un tío llamado Bush mandando la primera potencia mundial, que no piensa ni en sus hijos. No respeta ningún tratado ecológico de nada”.

A pesar de sus ganas, Manu Chao no ha podido jugar. Los marroquíes no lo dejaron entrar, y ya se le hace tarde para otra entrevista. Sale de la cancha, mientras dos chavalines se preparan para meterse en la propiedad privada de algún turista desprevenido. Sigue su monólogo. Habla como europeo, lo tiene claro. Pero sabe de lo que habla. “Se ha festejado mucho la caída de las dictaduras en Latinoamérica, pero hay una dictadura igual de peligrosa que es la mafia. Está escondidita detrás de la democracia. Existe un Estado mafioso que es una nueva dictadura. El propio gobierno es mafioso. En Argentina es obvio. En México todo el mundo lo sabe, aunque ahora está el Fox, que dice que va a luchar contra la corrupción. Yo le digo a Fox que ya es demasiado tarde, y que va a tener que negociar con ella. Si intenta luchar realmente contra ellos le doy poca vida a ese señor. Se caerá de un ascensor o tendrá un accidente.”

El tema es recurrente o eso parece con la cercanía de una importante reunión del FMI. Y Manu arenga. “Creo que, a pesar de todo, estamos en un momento muy especial. Que pueden haber movidas por todos lados y nosotros somos parte. Van a haber encuentros interesantes y se van a necesitar de todos. Nosotros vamos a estar. Si hay gente que nos sigue de una manera u otra yo digo: próxima cita Barcelona, próxima cita Génova. No tengo ninguna consigna de lo qué hay que hacer o no. Algunos irán a tirar cohetes molotov, otros irán pacíficamente, otros de otra manera. El mensaje mío es que nos respetemos todos. Que no haya críticas entre los unos y los otros. El que quiera tirar un cóctel que lo tire y el pacífico que sea pacífico, pero que no empecemos a criticarnos entre nosotros. Siempre que los movimientos empiezan a ponerse fuertes, morimos de la misma puta mierda, de criticarnos entre nosotros. Y si eso no ocurre, esta vez puede pasar algo fuerte.”

Nuevo disco, nueva banda

Si viste a Manu en Mendoza, Rosario o Buenos Aires, sabrás que el latiguillo “Próxima Estación: Esperanza” se repite y repite a lo largo de las canciones. Algo de eso hay en este nuevo disco. Más que un trabajo nuevo, parece una continuación musical y conceptual de Clandestino. Y eso no es malo. “Para mí, el disco es la hermanita de Clandestino”, dice él. “Poco a poco se irá descubriendo. Tal vez crezca más, tal vez crezca menos, eso nunca se puede saber con la música”. El disco tiene 17 temas, entre ellos “Denia”, escrito en árabe, “Merrie Blues”, “O’bixo de coco”, “La Primavera”, “Papito”, “La Marea”, y culmina con un collage final bautizado “Infinita tristeza”, una especie de revoltijo sonoro de músicas del tercer mundo. La banda con la que Manu Chao saldrá a tocar por Europa ha cambiado un poco desde noviembre. Así Radio Bemba, la organización de Manu, ha decidido hacerse de intérpretes callejeros y personajes de la zona. “Vamos a ser más personas, el trompetista venezolano no está más porque va a grabar un disco por su cuenta, así que será reemplazado por Roy, un siciliano buenísimo”, asegura. Ibrahim, uno de los percusionistas, dejó la banda porque va a ser papá, así que su lugar ahora es ocupado por “un chavalín” de Barcelona y un liberiano, que también hace coros. A menos de un mes y medio de salir de gira, la nueva banda recién comienza a juntarse cerca del muelle, donde también ensayaba junto a los músicos que tocaron el año pasado en Argentina.

MARIANO BLEJMAN
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