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Argentina :: 12/10/2015

Neodesarrollismo, ¿quo vadis?

Mariano Féliz
Luego de tres gestiones gubernamentales, el kirchnerismo probablemente deje el comando del Estado en su propia superación dialéctica, el sciolismo

Se acerca el comienzo del fin de un ciclo político, la primera fase del proyecto neodesarrollista. La opción más conservadora del macrismo no parece con posibilidades reales de erigirse como alternativa y, en cualquier caso, solo exacerbaría las tensiones sociales, políticas y económicas presentes.

La transición se inició hace ya varios años en la medida en que al ciclo político local se sobreimponen un ciclo político regional y un ciclo económico global, que han puesto a prueba la estrategia de neodesarrollo que se consolidó como plan del capital local en la década.
El ciclo político de la región encuentra su punto de quiebre en la muerte del Comandante Presidente Hugo Chávez, quien operaba como articulador de las tendencias más radicales en la era posneoliberal. El ciclo mundial del capital atraviesa, por su parte, una crisis sin precedentes desde 2008 (enmarcada en la crisis estructural del capital iniciada a fines de los sesenta) y sus efectos arrastran a toda la región suramericana en oleadas sucesivas, dando cuenta de la insuficiencia de los avances en los proyectos de cambio más radical y los límites de los proyectos de neodesarrollo de gestión del capitalismo posible en la periferia.

La economía argentina: Tic, tac, tic, tac…

A la salida del proyecto neoliberal, las clases dominantes locales consiguieron –por la vía de la mediación política del peronismo– canalizar las tensiones acumuladas y consolidar las condiciones para la valorización del capital (producción y apropiación capitalista del valor). En la última década, esas tensiones montaron barreras que construyeron nuevos límites al proyecto de neodesarrollo del capital. El intento de contención de la conflictividad de clases a través de la política social y laboral y de políticas macroeconómicas expansivas, fueron conformando las bases de la alta inflación, la pérdida de competitividad internacional (y deterioro del sector externo) y la creciente fragilidad fiscal. Esas barreras componen la base local de los límites del proyecto neodesarrollista de capitalismo posible en Argentina en el siglo XXI.

A pesar de la consolidación de un patrón de reproducción basado en la superexplotación de la fuerza de trabajo y (el saqueo) de la naturaleza, el capitalismo posible en la periferia argentina es incapaz de conformar condiciones sostenibles para su propia reproducción ampliada y por lo tanto validarse como proyecto viable de desarrollo (aun en su acotado sentido capitalista). La lucha de clases articulada en torno a la orientación del proyecto societal y su conducción política, se proyecta sobre el “modelo” poniéndolo en tensión.

Una política económica basada en el dólar caro, crédito barato y superávit fiscal es progresivamente abandonada por ser insostenible sin la superación radical de las barreras estructurales de la dependencia. La presión de la disputa de clases se proyecta como tensión inflacionaria y un dólar alto difícil de mantener sin retroalimentar esa pelea. La recuperación salarial (por magra que sea) es combatida con mecanismos inflacionarios (en lugar de mayor inversión) y además, la apropiación especulativa del territorio alimenta el aumento en los precios.

El peso en la economía argentina del capital transnacionalizado de base rentista limita las posibilidades de que una elevada rentabilidad (que aun supera los niveles medios de los años noventa) se traduzca en un salto en la inversión productiva, de manera de aliviar la dinámica inflacionaria. En primer lugar, esto es una consecuencia directa de las condiciones de superexplotación de la fuerza de trabajo que –a través de las condiciones persistentes de precariedad laboral– promueven formas de organización productiva sostenidas en la explotación extensiva de la fuerza de trabajo antes que intensiva de la misma (por la vía de mayor inversión en capital constante). En segundo lugar, una masa significativa de recursos se fuga para alimentar el ciclo global del capital, lo que se acelera en la medida en que la crisis en el mercado mundial se generaliza y prolonga. En tercer lugar, una fracción de la renta extraordinaria asociada al saqueo de las riquezas naturales, se canaliza especulativamente en la producción de formas de hábitat y consumos suntuarios. Ellos pretenden, por un lado, viabilizar la realización del plusvalor en formas de gasto no reproductivos, que no expanden las condiciones para la producción de la plusvalía sino solo la consumen. Por otro lado, las clases dominantes buscan emular los patrones de consumo (no universalizables) de las fracciones medias en los países capitalistas centrales. De ese modo, crecen los gastos de consumo en importaciones y viajes al exterior, que junto con la fuga de capitales se manifiestan de manera creciente en una caída en las reservas internacionales del Banco Central.

Esta situación tiene otra manifestación en el deterioro tendencial de las cuentas externas por el lado del comercio de bienes y servicios; esto se acrecienta en tanto la renegociación de la deuda transforma, primero, la cesación parcial de pagos en el pago serial de deuda y, luego, en la transición a un nuevo proceso de endeudamiento externo en escala ampliada.

La estrategia de la superexplotación (del trabajo y la naturaleza) desactiva aun los procesos capitalistas de incremento en la competitividad por la vía de la mayor productividad. Ello sería, además, infructuoso en la posición intermedia que el capital en Argentina ocupa en el mercado mundial, en una incómoda posición entre los grandes capitales dinámicos del centro y el capital altamente explotador (y por ende, competitivo) de la periferia subimperialista (Brasil, China, India). Por otra parte, la persistencia de formas de resistencia organizada por parte del pueblo trabajador obtura –por lo pronto– esas estrategias que tendrían como consecuencia inmediata el deterioro de las condiciones de trabajo y empleo.

La dependencia estructural del ciclo del capital local exacerba las consecuencias de la lucha de clases, creando una trampa de la que el capital solo sabe (¿solo puede?) salir por la vía de la devaluación monetaria y consecuente estancamiento/desvalorización de la fuerza de trabajo. Esta tensión es acrecentada por el deterioro general de las condiciones de valorización del capital a escala global, en particular por la crisis en Brasil y la desaceleración China. La desvalorización general de las monedas periféricas frente al dólar opera como catalizador de las presiones propias del neodesarrollismo en crisis transicional.

Frente al desajuste de los parámetros macroeconómicos del proyecto de neodesarrollo originario (revalorización del peso, deterioro de la cuenta corriente del balance de pagos y creciente déficit fiscal alimentado en la emisión y la deuda), la estrategia del kirchnerismo en fuga ha sido intentar contener las tensiones. Ello se articula a través de la combinación de una mayor desvalorización cambiaria acompañada de mayores tasas de interés (política “ortodoxa”), junto con el uso de todo el poder de fuego de las “finanzas funcionales” y el “acelerador del gasto público” (política “poskeynesiana/heterodoxa”). Ello busca desplazar hacia adelante las presiones sobre el tipo de cambio –evitando una nueva devaluación brusca antes de las elecciones nacionales de fines de octubre– y además contrarrestar la caída general en la rentabilidad del capital (provocada por la pérdida de exportaciones netas y la huelga de inversiones) por la vía de aumento vigoroso del déficit fiscal.

Llegar a fines de octubre con un magro crecimiento (2,7 % anual a julio de 2015), inflación alta pero estable (en torno al 25-30 % anual) y un dólar oficial contenido con reservas internacionales en goteo lento, es el mejor escenario para el candidato oficial. La pregunta será si la aceleración del ajuste esperará hasta el 10 de diciembre, o el gobierno saliente quitará al menos parte de la presión de la olla (¿bomba?) que ha preparado.

La transición comenzó hace rato

El neodesarrollismo en crisis transicional abre preguntas para las fuerzas políticas del orden, al igual que para la izquierda y los movimientos populares. En el campo de las clases dominantes, el debate abierto es cómo encarar la superación dialéctica del neodesarrollismo fundacional, desactivando las principales barreras y superando sus límites inmediatos. Si el sciolismo encarna la sucesión, el proceso tendrá más continuidades que cambios. La necesidad de sostener la estructura de aliados construida, con un apoyo importante en organizaciones sindicales y movimientos territoriales, supondrá el intento de una transición negociada. La alternativa macrista, menos probable, expondría el proceso a un movimiento de mayor turbulencia, donde la conflictividad será mayor al igual que más intenso el ajuste transicional.

En la visión de las fracciones dominantes del gran capital se privilegia un horizonte que permita recuperar el crédito internacional y garantice condiciones de estabilidad política e iniciativa/apoyo estatal para el avance de diversos proyectos de inversión. Solo la configuración de un programa de gobierno que ratifique las bases estructurales del neodesarrollismo será capaz de garantizar la reproducción ampliada de los intereses de las fracciones hoy dominantes.

En tal sentido, frente a la crisis estructural del capital, los actores dominantes buscarán consolidar las condiciones para exacerbar la superexplotación de la naturaleza y el trabajo, pasando a una nueva ofensiva de intensificación productivista. Ello supondrá un salto cualitativo en la estrategia de integración público-privada y una reformulación de las políticas sociales y laborales. Estas últimas darán un giro para promover una mayor integración subordinada del trabajo en el capital (en la línea de promover, por ejemplo, la participación de lxs trabajadorxs en las ganancias empresariales). Las políticas sociales buscarán, por su parte, desarrollar mayores niveles de articulación de la llamada economía popular en el ciclo del capital local, dotándola a la vez de mayor funcionalidad y menor capacidad disruptiva.

El desarrollo en disputa

En ese marco, los sectores populares atravesamos este momento marcados por la herencia del kichnerismo en términos políticos, económicos y sociales. La cooptación/integración de una parte del pueblo organizado en el proyecto dominante y la desarticulación de la resistencia colectiva, nos ponen en una situación difícil para enfrentar a corto plazo el ajuste transicional y, a mediano plazo, la ofensiva del plan del capital. El punto de partida será para el pueblo resolver de qué manera las luchas diversas, dispersas, pueden articularse en la comprensión de que expresan el enfrentamiento al capitalismo en sus diversas manifestaciones. Por otra parte, el conflicto popular contra la intensificación capitalista en el marco de una nueva fase del neodesarrollo supondrá también superar las visiones productivistas que todavía hegemonizan a numerosas organizaciones populares.

Ese productivismo (desarrollista-estatista) ve al desarrollo como avance (lineal) de las fuerzas productivas y tiende a reducir el debate a la dicotomía público-privado, sin poner en cuestión la hegemonía del capital como relación social que puede asumir formas diversas. La lucha contra el plan del capital (hoy bajo la forma de lucha contra el neodesarrollismo) debe poner en primer lugar la articulación de un proyecto societal que reformule las relaciones sociales esenciales y ponga en el centro la participación popular. En tal proyecto, la lucha política (por el control del Estado) deberá ser un primer paso (junto con otros) para la destrucción/superación del mismo, no simplemente para un “cambio de firma”.

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* Profesor Ordinario UNLP. Investigador CIG-IdIHCS/CONICET-UNLP. Integrante de COMUNA (Colectiva en Movimiento por una Universidad Nuestramericana) en el Frente Popular Darío Santillán – Corriente Nacional.
www.dariovive.org

 

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