De mentirijillas

x Jabier Salutregi Mentxaka - Director de "Egin"

Cada vez parece ser más cierto que muchos de los que hoy en Euskal Herria se dedican a dejar marcadas las huellas sobre las que se construirá su historia tienen todas las probabilidades de resultar incluidos en algún oscuro opúsculo de ésta por ser una serie de individuos que insultaron a la sociedad de su época. Para quienes piensan desde un duro presente que la justicia aguarda en cualquier recodo del futuro, está claro que varios de los actuales dirigentes políticos de nuestro pueblo, hoy repantigados en la comodidad que les procura la aquiescencia al poder establecido, serán juzgados por las generaciones venideras por ser considerados como una recua de sujetos que no dieron la talla cuando debieron.

Hostigados por un nacionalismo imperial que se sostiene desde los tiempos del godo gracias a la crueldad, el castigo y la amenaza, y que jamás ha intentado atraerse a Euskal Herria mediante el convencimiento, la tolerancia y la generosidad, estamos asistiendo de un tiempo a esta parte a lo que será considerado en tiempos venideros como un nuevo capítulo del despropósito político y que incluye pasajes que completan el triste espacio que discurre entre un gobierno autonómico acojonado y maula, y un gobierno permanentemente enfurecido, prepotente, armado, violento y vengativo: resulta ahora que el referéndum prometido por Ibarretxe va a ser de mentirijillas, lo que no impediría en caso de realizarse provocar la persecución judicial y acarrear aún peores cosas, según profetiza Iturgaitz: «El que juega con fuego, ­recordó en tono profético­ al final, se quema».

La reducción hasta el ridículo de aquella promesa electoral que hablaba de conocer empíricamente cuál es la voluntad de los vascos, corrió a cargo de Xabier Arzalluz quien no tuvo mejor ocurrencia para dejarlo claro que asemejar el referéndum prometido por Ibarretxe a la consulta llevada a cabo en Zornotza sobre la central de Boroa, la misma a la que, curiosidades de la vida, el PNV se opuso obstinadamente y a la Diputación de Bizkaia le importó un bledo su resultado. No es asunto baladí, dada su complejidad (la pregunta, el sujeto, su alcance) poner en marcha un referéndum, pero puestos a comparar no deja de ser sintomático que el presidente del EBB no echara mano del ejemplo de Québec. En todo caso, si tan inofensiva es en su opinión la consulta, ¿cómo es que la convirtieron en punto capital en su programa de elecciones? Y lo que es peor, ¿quiere con esto decir Arzalluz que la consulta de Zornotza y sus resultados no tienen ninguna trascendencia futura?

No es de esperar que nadie en Euskal Herria, a estas alturas de la película, haya caído de bruces como Pablo de Tarso al descubrir la verdad, pero el trecho existente entre un referéndum de fuste, tal y como apuntaban las solemnes promesas realizadas por Ibarretxe, avaladas por lo más granado de entre los dirigentes de EA, y una consulta «no vinculante» (en este caso sinónimo de «no trascendente») tal y como ahora nos la define el burukide, nos dibuja con claridad el clásico ramillete de características que retratan al PNV y también a EA: ambos partidos siempre se conforman con pensar y hacernos creer que, de haber jugado, podían haber ganado. No se necesitan semejantes alforjas para tan corto viaje hacia el conocimiento de cuál es la voluntad mayoritaria de los ciudadanos vascos en las tres provincias vascongadas. Desde hace tiempo conocemos por mediación de todo tipo de marcadores de opinión lo que se cuece sobre la cuestión de la soberanía y si, como parece ser, se plantea un refrendo no vinculante (no trascendente), al margen de ser inevitable su lectura política, el dato resultante, precisamente por su intrascendencia, añadirá más leña de frustración a esa hoguera donde se queman los sueños del nacionalismo vasco.

Pero, al parecer, aquí de lo que se trata es de dar la impresión de la irrelevancia. Nada más ser hecha la consulta, y de ser conocida nuestra voluntad, seguro que Ibarretxe, con ese aire tan resolutivo como vacuo, al igual que tras el 13-M, nos enviaría a la cama para estar frescos al día siguiente en nuestros puestos de trabajo: nada habría cambiado y habría que apechugar con el día a día impuesto por el Estado de Derecho español. Cierto es también que, a tenor de la tendencia al arrugue manifestada por Lakua, no se explica el temor que Madrid expresa cuando Ibarretxe o cualquiera de sus consejeros menciona la consulta popular. Saben en la Corte que sus amenazas y presiones surten siempre efecto, como ha sido el caso del documento que, quita, pon, borra y añade, finalmente ha aprobado Eudel y que, una vez más, ha demostrado que el tripartito lo único que verdaderamente persigue es la adhesión del Partido Popular cueste lo que cueste, aunque sea para organizar un viaje a Lourdes.

Y es esta actitud la que refuerza al PP en sus tesis que, consciente de que todos, en mayor o menor medida, siguen su estela de poder, les arrastra (al PSOE desde hace más tiempo) hacia posiciones cada vez más cerradas, intransigentes e inmovilistas, de manera que la moción aprobada por Eudel acabará siendo un instrumento represivo e incriminatorio de la izquierda abertzale, homologado, firmado y fabricado por el PNV y EA. En definitiva, al PP le basta con jalar de la cuerda para romper cualquier concepto de unidad del nacio- nalismo vasco, hacer añicos el sentido común y falsear de nuevo la historia, pues si Eudel ha acordado un texto que busca la seguridad de los concejales amenazados, paradójicamente este texto lo hubo de reelaborar ante la amenaza que suponía el descuelgue del PP y, cómo no, de su acólito el PSOE. Y si esto ocurre con el acuerdo de Eudel, es imaginable hasta dónde llegarían las amenazas, el chantaje y las presiones que se generarían en el caso de que el Gobierno de Gasteiz convocara una consulta para conocer la voluntad del pueblo vasco, aunque el carácter del refrendo fuera, como Arzalluz aseguraba, «no vinculante» («no trascendente»). Simplemente con que se llevara a cabo sería, al margen de ser un referéndum de mentirijillas, un acto esclarecedor y provocador de un insufrible precedente histórico para el nacionalismo español. Aunque, en principio, sólo serviría para fichar a la gente que fuera a votar.

Posdata: El recurso de Aznar contra los presupuestos del Gobierno de Gasteiz mereció una dura contestación de Ibarretxe verbalizada en claves inusualmente soberanistas. Para el lehendakari la interposición del recurso ante el Tribunal Constitucional era una auténtica afrenta al «pueblo vasco». No obstante, no transcurrió demasiado tiempo para que desde las propias filas del peneuvismo, y en virtud de un tropel de justificaciones que al parecer no fueron inicialmente ponderadas por Ibarretxe, se diera inicio a una operación encaminada a restar importancia a la acción de Aznar. Se intentaba borrar la desolada y triste imagen de un lehendakari que al expresar toda su indignación demostró su absoluta incapacidad para defenderse.

Gara
 
         
   
 

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