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Las manifestaciones recientes (y crecientes) orquestadas y preparadas por el mismo Gobierno del PP, el poder establecido y sus acólitos monaguillos de los medios de manipulación de masas constituyen una farsa muy peligrosa.
Las manifestaciones, hay que decirlo, las inventaron las izquierdas europeas para presionar al poder organizado del Estado desde las posiciones ideológicas pacifistas típicas de la Ilustración. Gritos y pancartas contra torturadores, asesinos, escoria del hampa al servicio del poder absoluto, decretos, abusos oficiales...
Pero la verdad es que las manifestaciones «nacieron» en países donde el poder del Estado, el enemigo visible, por muy fuerte que fuera, estaba dispuesto a respetar un poco, lo mínimo, las leyes.
Para poner un ejemplo, en un país donde la policía abre fuego asesinando a manifestantes no abundan las manifestaciones a no ser que deriven en suicidios colectivos.
España carece de tradición de manifestaciones. El poder es sagrado, el Estado terrorista y aterrorizador, la Administración una fórmula de extorsión jerarquizada. Lo demuestra su historia contemporánea. Una república de seis meses y una de seis años, para redondear. El resto, fuera de juego.
El que no se someta al poder, que calle o se prepare. Entonces, se da la lógica circunstancia de que en el contexto y la tradición de imposibilidad de manifestarse contra el poder, se manifiestan contra el delincuente, digamos.
El poder visible jamás es lo suficientemente vulnerable para que los hombres libres lo hayan conmovido con presiones. En cambio, ahora que el poder visible es más brutal e indiscutido que nunca con anterioridad, éste se decide a alimentarse a sí mismo y llega el nazismo.
Ahora ha llegado: el poder congrega a la gente a buscar el chivo expiatorio, el mal de los males, al judío invisible.
Se cita a todo el mundo desde el gobierno. ¡A protestar contra el Gobierno? Of course, no. ¿A protestar contra un Gobierno extranjero? No. Las manifestaciones devienen congregaciones. El enemigo no es un poder visible (el Ejército, la Policía, los bancos, el administrador, el amo de la plantación) sino un poder invisible que crece a medida que no se le ven las orejas.
Las congregaciones buscan la unidad, la unanimidad... pero no contra un poder de facto, fuerte, organizado socialmente sino contra el enemigo invisible.
Se congregan, caminan, se ven, se tocan. ¿Falta alguien? Sí, el enemigo invisible que ahora se hace visible. Si no te unes a la masa ya adquieres los rasgos del mal y el linchamiento se masca.
Creo que al señor Arzalluz le ha tocado ese papel últimamente. Por eso los nazis, al preparar su sacrificio ritual, deben llamarle Hitler, el mal de todos los males.
Una congregación que se siente víctima de una minoría es el esquema del nazismo cuya violencia devastadora no hace falta mucha provocación para que lo arrolle todo a su paso.
La he vivido en mis carnes. Y la historia reciente recoge muchos casos de esa violencia imparable. El resultado no se parece a un incremento de la «represión» sino más bien a la irrupción del exterminio.
Todos deberíamos conocer la historia de Europa... y de Turquía, el paralelo más próximo a España.
Alfons Martí Bauçà - Escritor. Noviembre´00
Kolectivo
La Haine
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