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Gestoras y nuestra historia
Iñaki Gil de San Vicente

Si algo caracteriza a la contraofensiva española, uno de cuyos ejes de ataque es el sumario 18/98, aunque no el único ni mucho menos, es el objetivo estratégico de romper el espinazo de la identidad nacional vasca que, como toda identidad, es siempre un proceso permanente de reconstrucción y construcción colectiva dentro de una dinámica global de liberación independentista y socialista. Contra este proceso, el imperialismo español ­también el francés­ sólo puede oponer un sistema represivo en desesperada adaptación defensiva, a posteriori, intentando taponar las brechas del españolismo de Hegoalde. Una de las tareas prioritarias de la fiel industria político-mediática estatal es la dar la vuelta al calcetín insistiendo en que la izquierda abertzale está ya acorralada y al borde de su extinción. Además, en este contexto, el autonomismo tiene miedo, teme perder sus poltronas, sobresueldos y chanchullos de todo tipo, por lo que desmoviliza a sus bases y se niega a cualquier relación con la izquierda abertzale reforzando así la falsa apariencia del estancamiento nacional vasco. Pues bien, esta dócil y egoísta pasividad, que en cuestiones decisivas es puro colaboracionismo, es una obligada referencia teórico-práctica para entender qué está ocurriendo. La doblez autonomista frente a la contraofensiva española, aplaudiéndola en bastantes casos, callándose en otros muchos y protestando quedamente en muy pocos, oculta la gravedad objetiva de la represión a centenares de miles de vascas y vascos, y aumenta su confusión e indecisión subjetiva a la hora de pasar a la movilización de masas.

Explicar a esos cientos de miles de personas que el autonomismo está dejando pasar una oportunidad histórica, al igual que abortó las esperanzas de finales de los setenta, que ayudó a destruir las de finales de los ochenta cuando las conversaciones política en Argelia y que ha destrozado muy recientemente las de Lizarra-Garazi, explicarlo, requiere mostrar por qué y cómo la contraofensiva española busca arrancar las raíces más profundas de nuestra identidad, negar nuestra historia y destruirnos como pueblo. El porqué ya ha sido analizado colectivamente en muchos casos y, en síntesis, nos remite a la urgencia nerviosa del Estado español por cortar de cuajo la línea estratégica tomada a mediados de los noventa. El cómo también ha sido analizado rigurosamente desde que el PP iniciase la aplicación de su nuevo sistema represivo, sobre todo desde 1997. Sin embargo, hemos especificado poco las diferencias que existen entre los golpes represivos. Sabemos que responden a un objetivo básico y común, pero apenas hemos discernido que cada golpe en aislado tiene un objetivo específico que nos exige una respuesta adecuada. Esta negligencia ­no total­ facilita el cinismo autonomista al meterlo todo en un globo indefinible y abstracto, pudiendo así dedicarse sólo a la demagogia abstrusa en la que Ibarretxe es maestro.

El intento de destrucción de Gestoras también tiene dos grandes objetivos estrechamente relacionados. Uno el oficial, denunciado ya, y subterráneo el otro, consistente en forzar la extinción histórica de la vital simbología que en la identidad euskaldun tiene todo lo relacionado con los prisioneros, la tortura, las cárceles, las visitas, la ayuda solidaria popular, la deportación, el destierro y el exilio, las muertes y desapariciones... Desde la matxinada de 1766, por no retroceder más en nuestro pasado, estas situaciones han constituido un factor estructurante de la realidad de Euskal Herria. Han llegado a ser inseparables de multitud de actos colectivos en los que se manifiesta al exterior cómo el dolor interior causado por la represión se fusiona con la vida práctica, con sus sentimientos más íntimos, sus añoranzas y deseos. ¿Quién puede olvidar a Iparragirre, por ejemplo? Solamente quienes desprecian todo lo vasco desde el racismo imperialista. ¿Quiénes pueden adulterar y desvirtuar su significado? Quienes desde su comodidad con el ocupante necesitan ocultar la lucha permanente vasca. Y hay mucho iparragirres en la vida cultura, artística y hasta sentimental y amorosa de nuestro pueblo. Porque, ya es hora de decirlo, la represión no afecta sólo a la política en el sentido restrictivo que le da el poder, sino fundamentalmente a la totalidad de la praxis colectiva e individual en el presente y en el futuro, y a la felicidad más esencial que puede sentir un colectivo humano. Por esto mismo, las sucesivas generaciones van creando una respuesta material y simbólica ­con sus inevitables deficiencias y contradicciones­ para superar las sucesivas oleadas represivas. Más temprano que tarde, inevitablemente, esa creatividad popular desborda los controles de la cultura impuesta y también de la cultura de los acomodados, para oficializarse en la práctica por encima de los tópicos y superficialidades al uso. ¿Quién puede negar el impacto cultural de centenares de miles de anónimos pero reales creadores diarios de cultura liberadora, de crítica a la represión, de denuncia a la tortura, de expansión de la solidaridad más humana que se pueda imaginar?

La cárcel en cuanto un factor estructurante de nuestra realidad, impacta objetiva y subjetivamente en nuestro devenir histórico. Una parte del autonomismo desearía ocultar su presencia, reducirla a lo innominable e innombrable, para no azuzar los fuegos de la protesta; otra parte, asume su presencia y la apoya. El mérito del voluntariado democrático de Gestoras es precisamente el de hacer presente la cárcel y mostrar cómo y por qué es posible su erradicación. Y es este mérito el que España no perdona, nunca lo ha perdonado. Recordemos los esfuerzos de algunos para liquidar las Gestoras pro Amnistía a finales de los setenta. Eran y son conscientes de que olvidar a la cárcel y a los prisioneros es más que olvidar el pasado, es negarlo para sustituirlo por una ficción, por una mentira. Sin pasado propio, y con otro impuesto, el presente es una pesadilla caótica e irracional, sólo creíble si se acepta la lógica del poder y su alienación. Hundidos en este pozo sin fondo, el futuro desaparece y queda la pasividad derrotista. Es aquí en donde la Amnistía aparece con toda su luz de futuro porque recupera el pasado y explica el presente, porque su demanda práctica es la reivindicación de nuestra historia. Gestoras, en su quehacer, tiene la virtud de aunar en el presente, en el ahora mismo, lo que hicieron generaciones pasadas con los deseos de futuro de las generaciones actuales. En este sentido, Gestoras es una fuerza constructora de nuestra historia. De ahí su impresionante legitimidad popular; de ahí y contra su referencialidad, el boicoteo despreciable del autonomismo y el odio atávico extranjero. Y porque todos somos parte y agentes de nuestra historia, somos a la vez de Gestoras. Orgullosamente.

Gara
231101

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