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Ilegalizar a Batasuna, salto cualitativo en la
reestructuración estatal
x Iñaki Gil de San Vicente
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La tesis aquí defendida dice que la
ilegalización de Batasuna es necesaria para asegurar la compleja
y contradictoria reestructuración del Estado español; es decir,
del espacio simbólico-material de acumulación del capital
en lo que definen como "nación española"; reestructuración
destinada a impedir que su clase dominante siga retrocediendo en la jerarquía
imperialista, disminuyendo su tasa de ganancia, perdiendo poder político
y siendo cada vez más incapaz de contener el descoyuntamiento de
su "unidad nacional". La tesis dice que si bien esta reestructuración
ya se ideó en sus objetivos irrenunciables viviendo el dictador Franco,
después ha tenido que ser retocada y mejorada en varios momentos.
Uno de esos retoques se inició a comienzos de 1990 y, como todos
los anteriores, ha chocado con la fuerza y coherencia de la izquierda abertzale
en concreto y con el proceso de construcción nacional de Euskal Herria.
El análisis de la ilegalización exige realizar, como mínimo,
tres niveles de estudio cada vez más profundos hasta bucear al
núcleo del problema. El primero es el más formal y superficial,
se aprecia a simple vista y hace referencia al inaceptable contenido antidemocrático
de la ilegalización, contenido que no se le escapa a nadie por
su monstruosidad. El segundo, ya algo más oculto e interno, hace
referencia al proceso subterráneo que impulsa la ilegalización
y que saca a la superficie una serie de ataques represores que nos remiten
al PSOE en el Gobierno de Madrid. El tercero, nos descubre la razón
última de la ilegalización, nos introduce en el contenido
de opresión nacional, de clase y de género del Estado español,
y explica qué está sucediendo y porqué al agudizarse
sus contradicciones internas.
Que el primer nivel de análisis, el de la manifiesta barbaridad
antidemocrática de la ilegalización, sea el más fácil
e inmediato de hacer no supone que tenga menos importancia. La tiene y
mucha. Suprimir de un plumazo derechos mínimos y elementales que
garantizan la participación sociopolítica y cultural de
un sector social caracterizado por sus reivindicaciones y movilizaciones,
es tanto como advertir y amenazar a los demás sectores, no tan
activos, que pueden correr la misma suerte si algún día
radicalizan sus posturas. Suprimir esos derechos al sector social que
ofrece permanentemente una solución democrática a problemas
históricos irresueltos, es oficializar una situación represiva,
elevarla a la máxima tensión, hundir a la sociedad en un
cenagal de incertidumbre, angustia y miedo. De hecho, tal situación
ya existe pues el Gobierno ha cerrado periódicos, revistas y radios,
ha ilegalizado organizaciones, ha detenido a centenares de personas y
encarcelado a decenas, y ha dado total libertad a la tortura más
salvaje y sexista. La ilegalización de Batasuna es un paso cualitativo
que extiende esa dinámica a toda la sociedad. Ya en este marco,
quien no quiera verse en problemas no sólo deberá demostrar
ser fiel y obediente, sumiso, cuidando no cometer actos que le hagan sospechoso,
convirtiéndose en su propio policía y autocensurándose,
vigilándose a sí mismo sino que, sobre todo, deberá
vigilar a las personas circundantes. Renacen del museo de los horrores
los atroces sistemas de los sátrapas, tiranos, césares,
reyezuelos, sultanes, emperadores y dictadores de todas las épocas
que recelan hasta de su propia sombra.
Ilegalizando a Batasuna el Gobierno quiere demostrar fuerza, decisión
y solidez pero, buceando ya al segundo nivel del análisis descubrimos
que, en contra de lo que se cree desde el sentido común, un régimen
es tanto más débil en su capacidad de responder a las crisis
que padece cuanto menor es su adaptabilidad, maleabilidad y poder de integración.
Antes incluso de que la burguesía democrática de los siglos
XVII-XVIII asumiera el principio de buena y efectiva dominación
sin estridencias, ya lo habían descubierto los reformadores griegos
y romanos. Sin embargo, este método necesita condiciones objetivas
que lo faciliten, pero esta no es la situación española,
al contrario. El PP llegó al Gobierno de Madrid en una situación
más deteriorada y grave para los intereses del capitalismo español
que la existente en 1982, cuando el triunfo del PSOE. Conviene recordar
que en la primera mitad de 1971-80, dentro del franquismo hubo alguna
propuesta de adaptación a los cambios internos y externos; que
a mediados de esa década claudicó la oposición y
se impuso la continuidad de los pilares esenciales del poder de siempre:
propiedad privada de los medios de producción, apropiación
individual por la burguesía del grueso del producto del trabajo
social, unidad incuestionable del Estado español y papel estratégico
de las fuerzas armadas. El rey que Franco nombró fue elevado a
piedra angular del montaje constitucionalista pero para finales de 1971-80,
el andamiaje estaba en crisis de derrumbe, se preparaban diversos golpes
de Estado, se minaba desde dentro a la UDC y, un sector negociaba las
condiciones de llegada del PSOE al Gobierno de Madrid. Por no extendernos,
a comienzos de 1981-90, la crisis era tremenda y, tras una serie de avatares,
el PSOE llegó al Gobierno.
El PSOE pretendió cerrar el proceso de descentralización
regionalista --Estado de las autonomías-- tal como se impuso inmediatamente
después al 23-F de 1981. Quiso racionalizar la corrupta e ineficaz
burocracia estatal. Intentó modernizar el atrasado capitalismo
estatal y pretendió adecuar el nacionalismo español a las
condiciones del momento. Fracasó substancialmente en las cuatro
pues a comienzos de 1991-2000 la unidad nacional del Estado español
no sólo no estaba asegurada sino que se resquebrajaba ante las
presiones de las burguesías periféricas y el aumento de
los sentimientos nacionales, culturales e identitarios. Además,
el PSOE no acabó con la corrupción e ineptitud burocrática
sino que él mismo se corrompió hasta la médula. Por
si fuera poco, los cambios del capitalismo mundial y europeo amenazaron
duramente a la burguesía española y, para colmo, tampoco
pudo re-crear el desprestigiado nacionalismo español. Pese a que
los últimos años de su mandato fueron de un endurecimiento
represivo sistemático en esos cuatro problemas, empezó a
ser atacado por la propia burguesía que le había ayudado
a llegar al Gobierno. La famosa "confabulación" contra
el PSOE estaba en marcha, como se demostró luego. Y el PP tenía
la misión de resolver por fin lo que no habían resuelto
el PSOE ni la UCD, y lo que el propio franquismo había congelado
bajo un océano de sangre helada pero no había exterminado
definitivamente.
Pero a comienzos de la década de 1991 el capitalismo mundial aceleró
la estrategia de salida de la crisis iniciada en 1968-1973 y que, con
altibajos y recuperaciones regionales y transitorias, se mantenía
hasta entonces. Que esa crisis no se ha resuelto y que se ha ahondado
desde entonces es algo que ahora no podemos analizar, pero que explica
en parte la aceleración y en endurecimiento de la estrategia represiva
del PP. La otra parte de la explicación consiste en la agudización
de las contradicciones estructurales que minan al Estado español
como efecto del fracaso del PSOE en solucionarlas. La ilegalización
de Batasuna aparece desde ese momento como una prioridad urgente para
el Estado español, prioridad ya anunciada desde 1994, sin mayores
precisiones, cuando las fuerzas represivas aumentan sus ataques a EGIN,
LAB, JARRAI, KAS, etc., en una dinámica acelerada desde finales
de 1981-90, con el PSOE aún en el Gobierno de Madrid. Conforme
avanzaba la segunda mitad de la década de 1991, con sus bruscos
y en apariencia incoherentes cambios coyunturales--desde la suspensión
de sus acciones por ETA durante una semana en 1996, la arremetida represiva
contra EGIN y HB, la fascistada de verano de 1997, la firma del acuerdo
de Lizarra-Garazi de 1998, el alto el fuego unilateral e indefinido por
parte de ETA, los contactos entre ETA y el Gobierno, las provocaciones
del Gobierno y del PSOE, la pasividad y marcha atrás del PNV, la
paciencia de ETA y sus advertencias, los errores de la izquierda abertzale,
la vuelta a la actividad armada por parte de ETA, la contraofensiva general
del PP-PSOE, las elecciones en la CAV, etc.,-- pese a estos cambios, aparecía
cada vez más claramente la existencia de un contexto histórico
por debajo de los cambios de sus coyunturas pasajeras.
De esta forma, la ilegalización de Batasuna se convierte en la
prioridad del Estado para desbloquear el parón en el que se encuentra
su reestructuración. Antes de pasar al análisis detenido
de este asunto hay que insistir en que es una urgencia del Estado que
no sólo del PP. Se equivoca quien crea que el PSOE no hubiera llegado
a una situación así. El PSOE es copartícipe consciente
de y en la estrategia del PP, distanciándose un poco en la forma
de la ilegalización pero no en su contenido y objetivo. Aunque
el PP ha endurecido, acelerado y ampliado el sistema represivo, lo ha
hecho contando con el aval del PSOE, sobre los bases ya creadas por él,
recurriendo a la intelectualidad del PSOE, y movilizando a sindicatos
y colectivos sociales cercanos al PSOE como UGT y a otros cercanos al
IU como CCOO y un montón de ONGs. Ahora bien, que estas y otras
burocracias, grupos y colectivos que hace tiempo abandonaron sus ideales
y se integraron en el sistema dominante, colaboren fervorosamente en el
ataque a las libertades básicas, este retroceso sólo se
comprende si estudiamos la evolución histórica de las contradicciones
estructurales del Estado español, lo que nos lleva al tercer nivel
del análisis.
En efecto, el capitalismo español está perdiendo competitividad
en la pugna caníbal con otras burguesías más poderosas.
Todos los datos indican un aumento de los riesgos de definitiva periferización
en la Unión Europea, lo que sería una catástrofe
para la burguesía española, un desastre que cerraría
toda posibilidad de recuperación sostenida y competitiva de la
tasa de beneficio, que es de lo que se trata en última instancia,
al menos durante otra onda o fase histórica del capitalismo mundial.
Sin entrar al debate sobre si, como dice el rey que Franco nombró,
la crisis española se inició en 1713 --fue antes--, sí
hay que decir que la burguesía que manda sobre ese rey es consciente
de que, uno, la crisis histórica existe realmente; dos, que se
expresa en las contradicciones estructurales que minan a su Estado desde
el siglo XVII; tres, que van creciendo desde entonces pese a las brutales
y sanguinarias medidas impuestas para solucionarlas y, cuatro, que los
cambios del capitalismo mundial y las crisis del Estado están agotando
el tiempo de reacción. Es muy significativo que las razones del
PCE y del PSOE para claudicar ante la burguesía en 1974-78 sean
esencialmente idénticas a las que ahora se citan para apoyar directa
o indirectamente la ilegalización de Batasuna. Entonces había
que "salvar la democracia" y ahora hay que "salvar la constitución".
Antes y ahora, lo que está en el fondo del problema es la continuidad
del Estado español como espacio simbólico-material de acumulación
de capital.
Desde el siglo XVII la incipiente y débil burguesía española
ha mostrado una permanente incapacidad para tomar el poder político
y lanzar una industrialización extensiva e intensiva en su territorio,
industrialización endógena, autónoma y dotada de
una tecnología propia y garantizada por la acumulación de
un capital propio. Las cuatro contradicciones que analizamos --debilidad
del Estado-nación español, tendencia al ascenso de las reivindicaciones
de las naciones oprimidas, atraso congénito del capitalismo estatal
e ineptitud y corrupción burocráticas-- derivan de tal incapacidad
y la agudizan. Pero es en los momentos de máxima gravedad cuando
las contradicciones tienden a concentrarse en dos grandes grupos de problemas
explosivos en interacción mutua pero con velocidades diferentes
por efecto de la ley del desarrollo desigual y combinado. Nos referimos
a la opresión nacional y a la explotación de clase --la
explotación de género está dentro de ambas-- de manera
que, periódicamente, cuando esos bloques explosivos se interpenetran
y coinciden a la vez con crisis externas, se tambalean y tiemblan las
bases profundas del Estado español, y la burguesía lanza
sus ejércitos a la calle. En 1931-39 se vivió una crisis
así, por no retroceder en el análisis, y otra comenzó
a gestarse en 1969 con su inicio político en el Consejo de Guerra
de Burgos, y se oficializó con la acción armada que mató
a Carrero Blanco. ETA estaba en el epicentro de ambos acontecimientos.
Toda la década de 1970 estuvo marcada por la dialéctica
de la interpenetración de ambas contradicciones explosivas. De
entra todas las izquierda que entonces pululaban en el Estado, sólo
la independentista vasca supo teorizar correctamente dicha interpenetración
sintetizada en la V Asamblea de ETA al fusionar la lucha de liberación
nacional con la lucha socialista del pueblo trabajador. La claudicación
y la traición de casi todas las izquierdas restantes mantuvo en
el poder a la burguesía española pero no resolvió
el problema histórico de fondo.
La clase obrera estatal fue derrotada y la sociedad sometida a una alienación
masiva y a una pasividad desquiciante. Salvo luchas aisladas y defensivas,
se impuso el olvido y el sálvese quien pueda. El yuppismo y el
postmodernismo fueron de la mano de la corrupción y los trepas,
que han encontrado en el PP su nuevo ecosistema local y microclima de
enriquecimiento, aparecen ahora como los voceros de la ética y
de la democracia. Durante buena parte de la década de 1980 y la
mitad de la de 1990, sólo la izquierda abertzale y algunas honrosas
luchas en el Estado mantuvieron la coherencia y la dignidad, pero su heroísmo
no ha sido baldío e inútil porque desde hace unos años
renacen las luchas, surgen nuevos colectivos, se constata el fracaso del
modelo impuesto hace un cuarto de siglo. Esta nueva oleada se produce,
además, cuando las presiones exteriores sacan a la luz el fracaso
en la modernización del capitalismo estatal. La burguesía
y el reformismo estatales conocen el doble problema y también las
burguesías regionalistas catalana y vasca, que anteponen sus intereses
clasistas a cualquier otra cosa. Por su parte, la mediana burguesía
vascongada, representada por el PNV y la pequeña burguesía
representada en EA, esperan con egoísta codicia que la ilegalización
de Batasuna engorde su bolsa de votos y de dinero. También los
grupitos que fueron de izquierdas, que participaron en Lizarra-Garazi
y que ahora están fuera, esperando como los buitres.
El Estado cree erróneamente que ilegalizando Batasuna derrotará
definitivamente a la izquierda abertzale, aumentará la docilidad
miedosa del PNV-EA-IU bajo amenaza de su ilegalización, cortará
de cuajo la nueva oleada de luchas en el Estado y reestructurará
su dominación por los siglos de los siglos, insertando definitivamente
la "nueva España" dentro del capitalismo europeo y mundial.
EUSKAL HERRIA
2002/4/11
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