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El nacionalismo no constituye un arcaísmo en los
tiempos de la mundialización
Pablo Kundt
Forzada por la crisis del estado, la oligarquia centralista se viene volcando en ataques sistemáticos contra las tendencias centrifugas de las nacionalidades oprimidas en general, y especialmente lo que han calificado de «frente nacionalista» aglutinado en Lizarra-Garazi. Lo realmente nuevo es que esa ofensiva aparezca acompañada por un importante -y curioso- despliegue intelectual que pretende demostrar la inconsistencia, no solo del nacionalismo vasco, sino de Euskal Herria como nación. Lo que nunca se pone en duda es la concepcion de España como nacion y su correlato: el nacionalismo español imperante, que tiene todos los tintes del chovinismo más rancio.
Este fenomeno es curioso, entre otras cosas, por los teóricos que lo han desatado, que no son otros que ex-miembros de ETA político-militar que, en un largo periplo político, han acabado en el PSOE; es decir, justo en el extremo opuesto, en el mas feroz españolismo. El PSOE es hoy en españa el mas firme baluarte del centralismo, edulcorado entre las bambalinas del «estado de las autonomías». Y esto no sólo en el aspecto práctico y político, sino también en el intelectual a diferencia del PP, el PSOE tiene una firme implantación organizativa en todo el territorio peninsular, mientras que el PP quiebra en las dos nacionalidades más importantes: Catalunya y Euskal Herria. Es el PSOE quien apuntaló el centralismo en sus largos trece años de gobierno, tras el fracaso de la golpista loapa en 1981. Para rematar, el PSOE dispone de toda una legión de catedráticos de lo mas variopinto que han desarrollado una novedosa ideología acerca del «estado de las autonomías» con supuestos ribetes progresistas que nada tiene que ver con el rancio centralismo militarista imperante hasta la fecha. En síntesis, la doctrina «oficial» que pretenden difundir es radical: no solamente no hay opresión nacional (no puede haberla desde la promulgacion de la constitución), sino que no hay nacion.
En este marco se inscriben las reflexiones de uno de los más preclaros exponentes de esta nueva corriente, Jon Juaristi, cuya última obra «El bucle melancólico» viene acaparando todos los premios literarios oficiales, en un intento de convertirla en el best-seller (100.000 ejemplares vendidos) de la ideologia antinacionalista por excelencia. Juaristi, bilbaíno, ex-militante de los polimilis, filólogo y catedrático de la Universidad del País Vasco, hace gala en ésta, lo mismo que en sus obras anteriores, de una extraordinaria erudición histórica, cultural y lingüística que, como buen sofista, utiliza para tratar de embaucara los iletrados. Y conoce el tema que trata no sólo porque lo ha estudiado, sino porque lo ha mamado desde recién nacido. Juaristi es sólo el capo de una extensa nómina (nunca mejor dicho) de escritores que van apareciendo al calor de la tregua, para demostrar sus extensos conocimientos sobre la «problemática vasca». Pero de todos éstos (Juan Aranzadi, Mikel Azurmendi, Aurelio Arteta, Antonio Elorza) casi nos podemos olvidar porque realmente no merece la pena entretenerse ni un minuto con ellos.
EL FALSO INTERNACIONALISMO DE LOS NUEVOS CHOVINISTAS
El fundamento de todas estas posiciones ideológicas es, sin embargo, siempre el mismo: el nacionalismo vasco carece de fundamento racional e histórico. Sus adalides, sean cuales hayan sido, desde Arana hasta Etxebarrieta, pasando por Gallastegi y Krutwig, han falseado sistemáticamente la historia de Euskal Herria y no han sido capaces de definir qué es Euskal Herria y quiénes somos los vascos. El nacionalismo vasco además de reaccionario políticamente, es un fiasco intelectualmente; luego por tanto, Euskadi no existe, no es una nación; o por lo menos no es una nación diferente a la "Nación española".
Pero además, insisten estos intelectuales, el nacionalismo vasco es esencialmente reaccionario por más que adopte ademanes izquierdistas en sus versiones más recientes. A partir de ahí es fácil concluir que todo nacionalismo acaba en las mismas raíces hitlerianas: nacionalismo es sinónimo de intolerancia, de guerra, de fanatismo, de limpieza étnica, de barbarie, de racismo, etc. En los tiempos de la mundíalización, de las ONGs y de la moneda única europea -aseveran- el nacionalismo solo puede constituir un arcaísmo.
La naturaleza reaccionaria del nacionalismo vasco en su origen deriva consustancialmente de su origen burgués, de una etapa romántica (melancólica) de la burguesía de finales del siglo XIX, dominada por el irracionalismo. Los cien años que van de 1789 a 1871 constituyen la fase de la revolución burguesa ascendente, que es también «la época de los movimientos nacionales y de la creación de los Estados nacionales» (1). Pero las naciones a las que el capitalismo llega con cierto retraso, como ocurre en España, forjan una burguesía distinta que no es ya la de la época triunfante. Los movimientos nacionales sufren un profundo cambio cuando un primer bloque de países avanzados han realizado ya su revolución burguesa, mientras que en otros las viejas camarillas feudales pretenden mantenerse a toda costa en el poder oponiéndose a cualquier tipo de cambio. A partir de 1871 todavía hay Estados multinacionales, grandes imperios como el Austro-húngaro, el Otomano o el Ruso, en los que extensas y pobladas naciones se mantienen sojuzgadas. En aquella época España presentaba esas mismas características de país semifeudal dominado por una monarquía reaccionaria y militarista en la que distintas naciones comenzaban a tratar de liberarse del yugo centralista. En aquellos momentos la burguesía no hacía ya alardes de progresismo y en su declive se arrojó a los brazos del irracionalismo, la decadencia y la reacción.
Sabino Arana hizo gala de esas ideas reaccionarias: «El nacionalismo vizcaíno -escribió- no es una política revolucionaria que pida ninguna novedad, sino una política restauradora que quiere volver a su antiguo y legítimo estado de libertad a un pueblo que lo ha perdido contra su voluntad» (2). Ahora bien, extrapolar este origen del nacionalismo vasco a la etapa actual y extenderlo -además- a la izquierda abertzale es un absurdo total con el que Juaristi y sus epígonos pretenden encubrir al verdadero y principal enemigo, que no es otro que el centralismo y el chovinismo impuestos en 1978 como continuación y copia del fascismo de viejo cuño.
Frente a las justas exigencias de los nacionalistas (gallegos, catalanes y vascos), la alternativa de los chovínistas es otra reacción hacia el pasado: nada más y nada menos, volver al pensamiento burgués originario, racionalista y universalista: todos los hombres son iguales, no importa el lugar de donde procedan, ni el Sitio en el que vivan. Si todos somos iguales, si no hay diferencias, tampoco hay naciones. Los nuevos chovinistas acaban siempre haciendo apología de un internacionalismo radicalmente falaz e hipócrita, al estilo de esas ONGs que vienen complementando la labor de rapiña de los grandes monopolistas internacionales por todo el mundo.
CAPITALISMO Y NACION
Verdaderamente, la crítica al nacionalismo sabiniano, como a todo nacionalismo, es muy fácil y elemental y, en consecuencia, Juaristi y su cohorte de profesores universitarios no dejan de tener razón en bastantes cuestiones históricas y culturales Para tan corto viaje no hacían falta tantas alforjas. Los errores de bulto de la ideología nacionalista vasca elaborada por la burguesía no significan que Euskal Herria no sea una nación, sino todo lo contrario: precisamente lo demuestran.
Sabino Arana pretendió la existencia milenaria de Euskal Herna como nación, ofreciendo además una imagen histórica de un país idílico, sin clases sociales, sin desigualdades, en la que todo iba bien hasta que llegaron los trabajadores extranjeros, que acarrearon sus vicios y lacras consiguientes. Para los nacionalistas, el capitalismo no sólo no construyó Euskal Herria, sino que estuvo a punto de destruirla. Incluso este tipo de tesis sirvieron bastante después a ciertas corrientes «izquierdistas» del nacionalismo vasco que adoptaron tintes «anticapitalistas». Por ejemplo, en 1968 escribía E. López Adán «Beltza» cómo «la penetración de la industria y el mercado capitalistas se acompañan por el rechazo del sistema de vida tradicional y lo que es más grave, de la imposición al pueblo de una cultura extraña, la reacción popular de rechazo y enfrentamiento al régimen opresor se produce» (3). No dejan de ser curiosas estas posiciones de la burguesía en contra del capitalismo que la estaba amamantando.
LA BURGUESíA, AISLADA Y ASEDIADA EN «EL BOCHO»
Si nos situamos en el Bilbao de hace 100 años es fácil comprender la raíz de esta mistificación. A finales del pasado siglo, Bilbao, cuna del nacionalismo vasco, era una importante urbe, la más avanzada de Euskal Herria, volcada hacia el comercio marítimo. A su alrededor no había más que un mundo rural tradicionalmente muy pobre. A lo largo de las dos guerras carlistas de 1834 y 1874 Bilbao habla defendido en solitario la bandera liberal, frente a la hostilidad del mundo rural que la rodeaba. Ambas guerras supusieron para la asustadiza burguesía local años de cerco militar por parte de unas masas campesinas que pretendían tomar la ciudad al asalto. Esos campesinos eran vascoparlantes y portadores de la cultura y las tradiciones vascas, pero, por encima de todo, representaban un modo de producción que estaba a punto de acabarse definitivamente: el feudal. Por contra, la burguesía liberal bilbaína era castellanoparlante, representaba al capitalismo, el modo de producción que se expandía inexorablemente.
Naturalmente esa reducida burguesía, pese a encontrarse rodeada de un mar de hostilidad, salió triunfadora de ambos asedios, forjando ese típico carácter bilbaíno altanero y orgulloso que perdura hasta hoy. A partir de entonces, el capitalismo se desarrollará inconteniblemente o, lo que es lo mismo, creará una poderosa burguesía industrial por un lado, y un numeroso proletariado por el otro, al tiempo que el viejo mundo rural y feudal languidece imparablemente.
Pero desde bastante antes de esta inicial expansión capitalista, la cultura vasca, y sobre todo el idioma, ya venían retrocediendo, reduciéndose casi exclusivamente al ámbito familiar. El retroceso no es, pues, consecuencia de la inmigración, sino del aislamiento secular de la población, a su vez consecuencia de inmigración, si no del aislamiento secular de la población, a su vez consecuencia de la extremada pobreza económica de la vida rural vasca. Frente al panorama idílico del caserío vasco que el nacionalismo describe, lo cierto es que la precariedad económica por un lado, mantuvo a los vascos fuera de todas las grandes corrientes culturales que la historia ha conocido, especialmente la cultura romana. Si romanos, godos y musulmanes no sé asentaron en estas tierras no fue por una innata capacidad bélica de sus pobladores, sino por la falta de interés económico de sus territorios. Por otro lado, esa misma circunstancia relegó a la cultura vasca, en general, y al idioma más en particular, hasta el punto de que la pobreza de la literatura escrita en euskara (tanto en cantidad como en calidad) es sólo parangonable a la pobreza económica del país.
Pero Bilbao escapaba totalmente a ese aislamiento cultural a través de su puerto marítimo y, por eso, todas las expresiones culturales bilbaínas son castellanas desde siempre. Ni Sabino Arana ni Unamuno, coetáneos y nacidos en Bilbao, hablaban euskara y ambos tuvieron que aprenderlo posteriormente.
LA ESCISION DE LA BURGUESíA BILBAíNA
Eso mismo le sucedía a la burguesía que se desarrollará a partir de finales del pasado siglo. Ahora bien, hace 100 años a esa burguesía comercial tradicional de las «Siete Calles» bilbaínas se le unió una nueva burguesía Industrial muy poderosa y muy concentrada, aunque culturalmente idéntica a la anterior, es decir, de cultura castellana. Esta nueva burguesía industrial nace con sus ojos puestos en Madrid, donde se instala porque necesita perentoriamente del Estado español para mantener e intensificar la explotación de sus obreros y, especialmente, un régimen aduanero proteccionista para sus fabulosos negocios.
El nacionalismo vasco apunta a «Madrid» como el germen de todos sus males, pero silencia pudorosamente que "Madrid" está (y ha estado a lo largo de todo este siglo) en manos de genuinos vascos, al menos en una parte esencial, y singularmente a lo largo de toda la etapa franquista. No será necesario recordar ilustres apellidos vascos como Lequerica, Areilza, Oriol o Esteban Bilbao, íntimamente ligados a la dictadura. La letra y la música del «Cara al sol» fueron obra de conocidos falangistas vascos, como el bilbaíno Sánchez Mazas y el compositor guipuzcoano Tellería. Muchos de los grandes bancos y monopolios españoles están copados hoy por rancias familias oligárquicas vascas, cortadas a la medida de Victor Chávarri, el «patrón» de todos los patronos vascos, y cuyos apellidos (Ybarra, Gandarias, Corcóstegui, Landecho) son sinónimo de dinero. Lo mismo sucede con nombres insignes, como el del mismísimo Aznar, que no es otro que heredero de Manuel Aznar Zubigaray, aquel fascista de los de la primera hornada, ligado a una importante naviera bilbaína, periodista rastrero, embajador en Washington, entre otras legaciones diplomáticas. Lo mismo cabe decir de Mayor Oreja -sobrino del que fuera Ministro de Asuntos Exteriores en la época de Suárez, integrantes de una estirpe de «jauntxos» o patricios navarros- y de Loyola de Palacio y un largo etcétera de reaccionarios de primera línea.
La gran burguesía vasca se iba a Madrid a sentar sus reales, mientras, por el otro lado, los obreros «españoles» hacían el viaje en sentido opuesto. El nacionalismo vasco ignoró a la parte vasca de la oligarqula española, se desentendió del proletariado «español» y, finalmente, algunas corrientes «anticapitalistas» posteriores enlazaron con esa idea y consideraron que Euskal Herria era una colonia (4) y que sus contradicciones eran externas, con un país extranjero. El capitalismo era ajeno a Euskal Herna. El denominado «contencioso vasco» enfrenta a Euskal Herria no con la oligarquía centralista sino con España; es un enfrentamiento entre dos naciones: los vascos y los españoles. Dentro de Euskal Herna no hay contradicciones ni lucha de clases, con lo que retorna de nuevo la tesis idílica de Arana.
El nacionalismo vasco quedó para la pequeña burguesía que no había podido subirse al tren de la industrialización y que se vio atrapada en las estrechas callejuelas del «Casco Viejo» bilbaíno. El caso de Euskal Herria es el primero de los tres prototipos de lucha nacional a los que se refería Stalin: la lucha dirigida por la pequeña burguesía urbana contra la gran burguesía de la nación dominadora (5). Para esa burguesía de cortos vuelos «Madrid» quedaba muy lejos: ni podía competir con la gran burguesía financiera e industrial ni, por supuesto, tenía nada en común con el proletariado inmigrante. Su esperanza estaba en atraer al campesinado vasco, hasta entonces en las filas del carlismo. Esa fue la tarea que acometieron los hermanos Luis y Sabino Arana.
LA FORMACION DE LA IDEOLOGíA NACIONALISTA VASCA
Los hermanos Arana representan fielmente a esa clase pequeñoburguesa atrapada en el Bilbao de finales del siglo XIX. Provenían de una familia carlista que, derrotada y castigada por la guerra, no fue capaz de auparse al auge de los negocios de finales del siglo. Como buenos castellanoparlantes urbanos, tenían una visión estereotipada del mundo rural vasco que les rodeaba: lo imaginaban poblado de buenos aldeanos que vivían en compañía de su familia en sus grandes y bien cuidados caseríos, ordeñando pacientemente vacas de abundantes ubres y segando alegremente la hierba los domingos por la mañana. En suma, su idea del mundo rural era la misma colección de tópicos de todos los habitantes de las ciudades.
Pero sólo estos burgueses de la ciudad podían organizar al campesinado y transformar sus ancestrales y dispersas convicciones ideológicas en una poderosa fuerza organizada. El PNV es uno de los partidos políticos más viejos de España, un partido estructurado de forma que nada tiene que ver con el viejo carlismo absolutista, no obstante sus muchas coincidencias.
Todo esto significa que sólo el capitalismo transformó Euskal Herría en una nación, que sólo bajo el capitalismo Euskal Herria empezó a presentarse como un pueblo unido por lazos económicos, políticos, sociales y culturales. Y que ese proceso no podía sino estar encabezado y dirigido por la burguesía vasca (por una parte de la burguesía vasca) y por ninguna otra clase.
Este proceso es idéntico en Euskal Herria a todos los demás en que se formaron las naciones. Como expuso Lenin, originariamente todos los movimientos nacionales son movimientos burgueses y aparecen ligados a la lucha del capitalismo contra el feudalismo: «La época del triunfo definitivo del capitalismo sobre el feudalismo estuvo ligada en todo el mundo a movimientos nacionales. La base económica de estos movimientos estriba en que, para la victoria completa de la producción mercantil, es necesario que la burguesía conquiste el mercado interior, es necesario que territorios con población de un solo idioma adquieran cohesión estatal eliminándose cuantos obstáculos se opongan al desarrollo de ese idioma y a su consolidación en literatura. El idioma es un medio importantísimo de comunicación entre los hombres; la unidad de idioma y el libre desarrollo del mismo es una de las condiciones más importantes de una circulación mercantil realmente libre y amplia, correspondiente al capitalismo, de una agrupación libre y amplia de la población en cada una de las diversas clases; es, por último, la condición de un estrecho nexo del mercado con todo propietario, grande o pequeño, con todo vendedor y comprador» (6). O como resumía Stalin: «El mercado es la primera escuela en que la burguesía aprende el nacionalismo» (7).
Estos movimientos nacionales burgueses son, por vez primera, movimientos de masas, en los que participan muy amplios sectores sociales (campesinos, artesanos, obreros, funcionarios, profesionales, comerciantes, etc.) dirigidos por la burguesía, fuerza dirigente y hegemónica en los comienzos de todo movimiento nacional que utiliza con profusión nuevos instrumentos de lucha política hasta entonces desconocidos: la prensa, las reuniones, las manifestaciones, los partidos y otras formas de propaganda y movilización para llegar a los más recónditos lugares y movilizar a los sectores más atrasados de la población.
Antes de la irrupción del capitalismo, en Euskal Herria convivían varios pueblos con muy pocos vínculos entre si; ciertamente todos ellos hablaban euskara (por cierto en siete dialectos muy distintos) y tenían una misma cultura, unas mismas tradiciones y unas mismas costumbres. Pero sólo el capitalismo transformó a esos pueblos en una única nación, porque sólo el capitalismo liquidó su aislamiento reciproco y los unió estrechamente en un único mercado. El capitalismo reforzó los lazos económicos y políticos entre las diferentes comunidades vascas que el feudalismo había preservado aisladas e incomunicadas durante siglos.
Y quien dice capitalismo y mercado, dice burguesía, la clase que forja la nación a su imagen y semejanza y, con ella, todos los instrumentos imprescindibles, fundamentalmente un partido y una ideología, además de una bandera y toda una parafernalia de leyendas y mitos que los nacionalistas pretenden hacer pasar como la verdadera historia de Euskal Herria. Como pone de relieve Juaristi, su evidente falsedad no resiste el más mínimo contraste con la realidad pasada, pero al mismo tiempo todas esas tergiversaciones resultan imprescindibles para crear la conciencia nacional, que no es más que la conciencia de los vascos de pertenecer a una misma y única nación, diferenciada de cualquier otra.
Por poner un ejemplo, el euskara era a finales del pasado siglo un idioma fragmentado en siete dialectos, muy distintos entre sí, consecuencia ineludible de la propia fragmentación feudal. Durante la revolución francesa la burguesía habla reconocido que la unidad del idioma francés era parte integrante de la revolución. Cien años después, en Euskal Herria es Sabino Arana, por vez primera, quien se plantea el problema de su unificación, ciertamente sobre una base lingüística purista y errónea. Inventa palabras hoy tan conocidas como «ikurriña» o «Euskadi» y pretende depurar el idioma lo mismo que se depura la nación de elementos extranjeros. El problema del idioma fue extraordinariamente discutido tras cuyas diversas argumentaciones técnicas y lingüísticas no había en realidad más que discusiones políticas e ideológicas. No se zanjó hasta 1964 cuando la Academia propuso el «euskara batua» como prototipo lingüístico a base del dialecto labortano, uno de los dialectos vasco-franceses. Pues bien, todavía durante la transición, el PNV trataba de imponer el dialecto vizcaíno a través de las Escuelas Oficiales de Idiomas, mientras el «batua» se habla ido difundiendo clandestinamente en las ikastolas, apoyado por todo un movimiento popular. Fue este masivo apoyo popular el que definitivamente acabó con el dialecto vizcaíno y el purismo sabiniano, pese a todos los apoyos oficiales.
UNA PELEA A DOS BANDAS
Asistimos a una ofensiva ideológica y cultural, paralela a la política, contra las nacionalidades oprimidas, y el libro de Juaristi hay que encuadrarlo en este marco. En la trastienda de esta campaña ideológica no hay más que el chovinismo españolista de toda la vida, que ahora va remontando el vuelo cada vez con mayor furor, a medida que la crisis del Estado enfrenta con virulencia creciente a la oligarquía centralista con la burguesía de las nacionalidades oprimidas.
Debemos denunciar esta campaña como lo que realmente es, pero sin caer en los brazos del nacionalismo. Con razón advertía Stalin que en el problema nacional es donde hay que echar mano de la dialéctica con especial énfasis y afinar bien las posiciones (8). Nuestro enemigo principal es la burguesía centralista, pero en la lucha contra ella no podemos caer en el seguidismo de los nacionalistas, una tendencia siempre tentadora por el carácter de masas que adquiere siempre la cuestión de las nacionalidades oprimidas. Es un error que ya cometió el Partido Comunista de Euskadi en los años treinta bajo la dirección de Astigarrab la, y que tan funestas consecuencias tuvo para la lucha contra el fascismo durante la guerra.
Mientras los comunistas no tenemos nada en común con la oligarquía centralista, con la burguesía de las nacionalidades oprimidas coincidimos en la defensa del derecho a la autodeterminación, la independencia, la soberanía y la más completa igualdad de derechos de todas las naciones, en contra del centralismo. Decía Lenin que «en todo nacionalismo burgués de una nación oprimida hay un contenido democrático general contra la opresión y a este contenido le prestamos un apoyo incondicional» (9). Pero si nos confundimos con el nacionalismo burgués y nos arrastramos tras él haremos un flaco favor a Euskal Herria. No hay que dejarse deslumbrar por posiciones equivocadas, por más arraigadas que se encuentren y por más que movilicen a masas muy amplias en las nacionalidades oprimidas. Ante todo la burguesía nacionalista es burguesía, y su interés primordial radica en la acumulación y en el beneficio privado; por este motivo, no dudará en traicionar a su propio pueblo para llenarse los bolsillos. El proletariado de la nación oprimida no se puede supeditar jamás a la burguesía nacionalista: «En todo caso, el obrero asalariado seguirá siendo objeto de explotación, y para luchar con éxito contra ella se exige que el proletariado sea independiente del nacionalismo» (10).
Sólo el materialismo histórico es capaz de explicar la realidad histórica y presente de nuestro país, sin caer en misticismos absurdos Los nacionalistas han escrito toneladas de libros sobre su propio país y, si bien hay estudios de incalculable valor, no han sido nunca capaces de dar las claves más básicas o elementales de la opresión nacional, y esto por una razón muy sencilla: esas claves están en el capitalismo, en la lucha de clases que ellos no pueden comprender ni analizar cabalmente porque parten del punto de vista burgués que impregna a todo movimiento nacionalista. Por eso acaban poniendo las cosas tan fáciles a los intelectuales centralistas... y a los renegados como Juaristi.
Sólo el proletariado es capaz de resolver la opresión nacional, lo mismo que todas las demás formas de opresión. En esta batalla, como en todas las demás, el Partido debe encabezar la lucha, si bien deberá contar con todos aquellos sectores verdaderamente enfrentados al centralismo fascista. Pero para ello no es necesario caer en el misticismo cultural de los nacionalistas.
(1) v. 1. Lenin «El derecho de las naciones a la autodeterminación», en Obras Completas, tomo 25, pág. 285.
(2) «Contra errores carlistas», en Bizkaitarra, 29 de junio de 1894.
(3) «Notas para una teoría del nacionalismo revolucionario>', en Nacionalismo revolucionario, Hendaya, 1974, pág. 45.
(4) «F. Sarrailh de Ihanza» (Federico Krutwig), en Nacionalismo revolucionario, cit., pág. 26.
(5) J. Stalin: «La cuestión nacional», en Obras Escogidas, tomo 3, pág. 47.
(6) V. 1. Lenin: «El derecho de las naciones a la autodeterminación», en Obras Completas, tomo 25, págs. 274-275.
(7) J. Stalin: «La cuestión nacional», en Obras Escogidas, tomo 3, Pág. 47.
(8) Idem, pág. 56.
(9) V. 1. Lenin: «El derecho de las naciones a la autodeterminación», en Obras Completas, tomo 25, pág. 292.
(10) Idem, tomo 25, pág. 306.
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La Haine
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