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Nuestra república euskaldun socialista
Iñaki Gil de San Vicente

Deliramos los abertzales cuando con la que está cayendo insistimos en la necesidad de un Estado independiente? No. Simplemente repetimos en el contexto actual lo que es una constante en nuestra historia: que solamente cuando hemos dispuesto de poderes propios con capacidades de decisión y práctica cualitativa hemos podido crear los instrumentos necesarios para dar pasos decisivos en nuestra construcción como pueblo. Ahora, cuando han intentado destruir uno de los pilares de la autoorganización juvenil vasca mediante la detención de militantes de Haika, y cuando, por no extendernos en la lista que todos conocemos, los estados español y francés aprietan con todas sus fuerzas para aplastarnos, es más necesario que nunca decir que con ilusión e iniciativa nos dotaremos de nuestro Estado navarro o, ¿por qué no? de nuestra república socialista.

Si miramos con atención la historia veremos que lo que más funde los plomos mentales de los españoles y franceses no es tanto que hablemos de independencia ­que los chamusca­ sino que además de practicarla en la medida de lo posible también y sobre todo la insertemos en una estrategia factible de construcción de ese Estado. Porque hablar, aunque cabree, puede ser tolerado en determinados momentos, pero lo que ya no se nos permite es que empecemos a construir la casa por sus cimientos. Incluso, la ofuscación y desconcierto español es tal que ya preparan sus mundialmente famosos instrumentos de tortura medieval contra quienes sólo hablan de independencia. Puestas así las cosas, surgen varias interrogantes cruciales de entre las que resaltamos éstas: ¿Puede superar esa construcción los puntos fuertes del actual sistema represivo?, ¿puede esa práctica abertzale multiplicar fuerzas populares y ampliar las libertades y la democracia? y ¿puede existir internacionalmente el Estado navarro?

El actual sistema represivo tiene cinco objetivos prioritarios: destrozar la capacidad de lucha creativa de nuestro pueblo; concluir el despedazamiento territorial iniciado hace dos siglos y reforzado con la descentralización administrativa del llamado «Estado de las autonomías» en Hegoalde; destrozar y arrancar de cuajo la memoria, cultura e identidad vasca, especialmente en nuestra juventud; supeditar más aún la economía capitalista vasca a los intereses del capitalismo español y francés y, para acabar, hacer creer al mundo que Euskal Herria no existe. Todas las fuerzas populares y sociales, partidos y sindicatos nacionalistas y/o independentistas, grupos y colectivos culturales o de cualquier otra muestra de voluntariado democrático, todos, están dentro de la escala de prioridades represivas. Un componente básico de cualquier sistema represivo, como es el de integrar más efectivamente las relaciones entre el control social, la vigilancia selectiva y la manipulación mediática, es especialmente desarrollado en la actualidad.

Frente a esto no sirve de nada la pretensión de detener al monstruo repitiendo recetas agotadas y volviendo contra el abertzalismo independentista la frustración de muchos que siguen sin comprender por qué sus direcciones regionalistas abortaron las esperanzas de Lizarra-Garazi, ni tampoco aunque se presente esa vía muerta con los reclamos propagandísticos del pacto PNV-EA. Ya no es posible otra vía que la de avanzar hacia nuestro propio Estado mediante la activación de todas las fuerzas creativas, pues no existe mejor defensa ante el maremoto represivo que una buena ofensiva nacional vasca; creando lazos materiales directos entre los tres trozos de nuestro país; demostrando que nuestra identidad se enriquece con esos instrumentos decisorios nacionales; luchando contra las injusticias del capitalismo vasco y a la vez creando en la medida de lo posible una economía endógena, autocentrada e interdependiente con las economías solidarias de otros pueblos; y mostrar al mundo nuestra existencia y nuestra esencial solidaridad internacionalista. Estos cincos pasos prácticos generan por su propia sinergia las estructuras de un Estado embrionario y de facto. ¿Por qué si no el miedo y el odio franco-español a Udalbiltza? ¿Por qué si no la huida de Udalbiltza de los regionalistas?

La respuesta a la primera pregunta es obvia y no merece la pena extendernos en ella, pero la segunda sí es interesante porque encima nos permite seguir con la reflexión anterior sobre si la marcha hacia nuestro Estado sirve o no para aunar fuerzas democráticas y progresistas. Siempre que nuestro pueblo ha tenido que avanzar en la concreción programática de sus aspiraciones han surgido pesimistas, agoreros y sesudos políticos e intelectuales que han pretendido demostrar la «inexistencia de condiciones objetivas» para esas luchas y la consiguiente necesidad de paciencia y espera. Siempre que una parte de nuestro pueblo ha optado por seguir adelante demostrando con su lucha la razón y necesidad de su programa, esos pasmarotes agarrados con uñas y dientes a sus poltronas lo han desprestigiado y combatido inquietos por la simpatía que buena parte de ese programa iba conquistando entre sus bases. Basta comparar la situación actual con la de hace tres o cuatro décadas en reivindicaciones elementales para la identidad euskaldun para cerciorarse de ello. Incluso los nacionalistas españoles más fanáticamente imperialistas, como los del PP, asumen ahora de boquilla un Estatuto que ellos mismos satanizaban hace dos décadas, y algún socialdemócrata español ya ha farfullado tímidamente algo sobre el derecho de autodeterminación.

Otra característica constante de la larga lucha vasca es que ha sido siempre unida a elementales conquistas democráticas sostenidas por movimientos de base popular, sindical y obrera, social... Nadie que conozca nuestra historia puede negar la relación esencial entre democracia práctica y programas abertzales. Nuestro Estado nace ya con esa esen- cial democracia popular y de base, trabajadora y profundamente igualitarista. ¿Qué nos puede criticar el PSOE con sus ministros de economía y de represión, con Boyer, Solchaga, Barrionuevo... y otros muchos fieles siervos del capitalismo más neoliberal? ¿Y los sindicatos reformistas españoles que desde los pactos de la Moncloa han destrozado el movimiento obrero? ¿Y qué pueden enseñarnos los intelectuales pancistas? ¿Y el PP? Hacemos mal en olvidar el universo de podredumbre consustancial a los estados español y francés porque la historia que se olvida puede repetirse. Frente a esta inmensa masa oscura de terror sólo podemos y queremos construir nuestro Estado independiente.

Podemos construir ese Estado, aunque muchos españoles y franceses insisten en que es imposible hacerlo en el capitalismo actual. Si fuera así, ¿por qué no nos dejan intentarlo para que nos rompamos la crisma en el empeño y volvamos a ellos de rodillas e implorando su perdón? Otros dicen que ya no tiene sentido crear estados nuevos porque la famosa globalización los ha superado definitivamente. Si fuera así, ¿por qué no disuelven el suyo y nos dejan escoger a qué otro Estado queremos pertenecer? A mí me gustaría mucho ser cubano, por ejemplo, ya que no me dejan ser súbdito de la República navarra. No es ésta una cuestión de ingenio chistoso, sino algo básico que podemos hacer y estamos haciendo. ¿De dónde si no surge la histeria del ocupante contra los carnés de identidad ciudadana vasca? Es posible crear un Estado euskaldun y, además, cumpliría ya mismo todos los requisitos para ser admitido en esa guarida de ladrones de la actual Unión Europea. Pero entrar o no, o cómo entrar, dependería de nosotros como pueblo soberano capaz de administrar su independencia en medio de la interdependencia solidaria. Sin embargo, dijimos no a la OTAN y tenemos a la OTAN practicando con bombas en el corazón de Euskal Herria.

Con la que está cayendo, la construcción de nuestra república es además de una necesidad de pura supervivencia como pueblo trabajador, también una ilusión y una esperanza muy razonada y realista, factible. No queremos negar este elemental componente liberador de la ilusión esperanzada que pisa sólidamente los problemas de la realidad. Sin entrar al debate falso y peligroso de las utopías ­refugio de charlatanes que han abandonado la lucha­ sí hay que reivindicar autocríticamente las experiencias de otros pueblos, clases y géneros que con sus logros y fracasos han aportado a la humanidad infinitamente más conquistas materiales y morales que toda la barbarie capitalista.

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