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x Santiago Alba Rico
Resulta penoso, sin duda, tener que repetir una y otra vez, invariablemente,
el mismo artículo. Pero mucho más penoso es que se repitan
una y otra vez, invariablemente, los mismos hechos. Al monótono
repertorio de los gobernantes -ocupaciones, leyes de excepción,
torturas, corrupción, saqueo económico- deberíamos
responder los escritores con un nuevo arco iris cada día; si
se repiten los tanques y las bombas, hablemos del nuevo planeta descubierto
en el universo; si se repiten criminalmente las multinacionales del
agua en Bolivia y en Brasil, comentemos las últimas terapias
contra la impotencia; si se repiten los jueces y la Guardia Civil, analizamos
el nuevo fichaje del Real Madrid; y si hay algo malo en este mundo,
si alguien se opone conscientemente a la general felicidad, si el mal
se repite en algún sitio, será en Cuba, donde es saludable
tenerlo al mismo tiempo aislado y concentrado. Como no se trata de evitar
que los hechos se repitan, como hay más bien interés en
que sigan repitiéndose, lo mejor es impedir que se repitan las
palabras que registran su avasalladora monotonía. Por eso el
monótono repertorio de los gobernantes acaba por incluir también
-si no queda otro remedio- la repetición del gesto que pone fin
al discurso de los que se repiten (o resisten); es decir, el cierre
de periódicos. Como corolario de la violencia armada, la tortura,
el encarcelamiento sin pruebas, la corrupción y el chantaje económico,
el cierre de un periódico repetitivo (o resistente) repite la
realidad al mismo tiempo que la borra. Y así los hechos imponen
libremente su monotonía, mientras el arco iris se expresa libremente
en El País, El Mundo y La Razón.
En estos últimos meses, por ejemplo, se han cerrado varios periódicos
en Uzbekistán. También a principios de julio el gobierno
sudanés, criatura de un ya viejo golpe de Estado, clausuró
el diario A-Sahafa. Y esta semana, sin darnos tiempo a olvidar el caso
Lmrabet, el gobierno marroquí ha suspendido la publicación
de Al-Usbwa, dirigida por Mustafá Alaui. De todos estos atropellos
contra la libertad de expresión se ha hecho eco -discretamente,
es cierto- la misma prensa española que aplaudió o silenció
el cierre de Egin, Ardi Beltza y Egunkaria. Pero también la prensa
marroquí, por su parte, se ha mostrado sensible a los problemas
del gobierno español con sus medios díscolos o disidentes.
En un artículo del pro-gubernamental Liberation del pasado 14
de junio, Amina Talhimet se preguntaba si la libertad de prensa está
en peligro en Marruecos y recordaba el cierre de Egunkaria para tranquilizar
a sus lectores. "El único diario de información general
en lengua vasca", dice la periodista magrebí, "fue
clausurado mediante una simple orden de un juez de instrucción
en febrero del 2002. Una de las razones invocadas: 'el periódico
es un instrumento de ETA y difunde en sus páginas ideología
terrorista'". A continuación Amina Talhimet recuerda los
precedentes del cierre de Egin y de Egin Irratia, así como "el
encarcelamiento durante meses de una veintena de periodistas",
acusados de "pertenecer a la red financiera de ETA". ¿Está,
pues, en peligro la libertad de prensa en Marruecos? Amina comprende
claramente que la situación no es tan alarmante: "la respuesta
es que no está más en peligro que en algunos de los países
más democráticos del mundo". En Marruecos, como en
España, el "límite" a la libertad de expresión
lo determina "el respeto a la dignidad del Hombre, independientemente
de su posición social" (¡incluso la dignidad de los
reyes!) y el hermanamiento entre dos países que comparten tantas
cosas alivia del otro lado del estrecho las inquietudes de muchos intelectuales
orgánicos a los que entusiasma comprobar que la clausura de periódicos
es perfectamente compatible con (y hasta una condición de) la
libertad de expresión y la democracia. De este lado, sin embargo,
no se sacan las mismas conclusiones. Los periodistas e intelectuales
españoles, independientes incluso de las reglas del silogismo,
no sucumben a la evidencia de que en España hay tanta (poca o
mucha) democracia como en Marruecos. No, ellos quieren que los jueces
españoles, manoplas del pacto anti-terrorista, cierren periódicos
como en Marruecos, pero que todo el mundo reconozca, al mismo tiempo,
que el gobierno de Marruecos cierra periódicos contra la libertad
de expresión y el nuestro para defenderla.
(Incluso en esto se parecen España y Marruecos. Podría
ser ésta una pregunta del Trivial: "Monarquía constitucional
en la que hay presos políticos que hacen huelga de hambre, se
procesa a periodistas y políticos por injurias al rey y se cierran
medios de comunicación por orden judicial". Aparte las consabidas
-perseguidas o silenciadas- excepciones, intelectuales españoles
y marroquíes coincidirían en no reconocer a su Estado
en esta definición. Los españoles pensarían inmediatamente
en Marruecos y los marroquíes inmediatamente en España.
Lo que prueba, sin duda, hasta qué punto es todo relativo, y
que democracia, libertad, derecho, pueden ser patrimonio de todos los
Estados del mundo a partir de una decisión subjetiva de los gobernantes
y sus propagandistas. Una decisión subjetiva suficientemente
poderosa puede permitirse bombardear Irak, ilegalizar partidos e incluso
cerrar periódicos; una decisión subjetiva suficientemente
poderosa puede ser cualquier cosa, incluso democrática).
Nuestro umbral de tolerancia democrática es altísimo:
toleramos invasiones, guantánamos, crímenes de guerra,
torturas, legislaciones especiales. ¿Por qué no ibamos
a tolerar magnánimamente también el previsible cierre
del Gara? Personalmente no me escandaliza que la historia se repita
y no voy a insistir -porque sería de algún modo aceptar
al menos que es discutible- en la inconsistencia jurídica de
la sentencia de la Seguridad Social. Pero no todo es relativo.
Precisamente porque la democracia no puede depender de ninguna decisión
subjetiva, porque todos podemos recordar, salvo que no queramos, lo
que significa la libertad de expresión, porque ningún
arco iris puede suprimir la lluvia, hay que decir muy alto y muy claro
que los que denuncian la situación de Lmrabet en Marruecos (o,
cómo no, el encarcelamiento de "disidentes" en Cuba)
y aceptan, en cambio, "las disposiciones judiciales" en el
Estado español para tolerar el cierre de Egin, Egunkaria o ahora
-quizás- el de Gara, no se engañan a sí mismos
por patriotismo o chovinismo cultural, lo que sería una culpable
debilidad; no, los que permitirán el cierre de Gara sin alzar
la voz, salvo para invocar una vez más la democracia, son todos
unos conscientes bellacos que quieren rentabilizar su cobardía.
Saben, como yo, por qué se va a cerrar el Gara; saben también
que nada distingue esta medida de las tomadas en Marruecos contra Al-Usbwa
o Ali Lmrabet; saben que están empujando al Estado español
y a Euskadi hacia la dictadura y la violencia; y a sabiendas de todo
esto, eligen engañar deliberadamente a los ciudadanos haciéndoles
creer que lo que en Uzbekistán, Sudán y Marruecos es condenable,
en el Estado español es una garantía de democracia.
Creo que no puede haber verdadera libertad de expresión en las
condiciones de oligopolio capitalista y así lo demuestra precisamente
la amenaza que se cierne sobre Gara. Pero por eso mismo considero vital
defender su supervivencia, como ejemplo de esa resistencia-repetición
que permitirá algún día, quizás, que no
se sigan repitiendo los hechos.
Incluso si no fuese -como es, no obstante sus defectos- el mejor periódico
del Estado, incluso si fuese tan sesgado como El País, tan desvergonzado
como la Razón o tan amarillista como El Mundo, incluso si no
aceptase la modesta colaboración de quien esto escribe, la desaparición
de Gara sería una tragedia. De mal en peor, tampoco esto le saldrá
bien al gobierno y a sus pinches de propaganda. A estas alturas deberíamos
ya saber que el campo de la autodeterminación y la democracia
en Euskadi es tan monótono como los hechos y tan repetitivo como
la tiranía que combate. Repetir es resistir y junto a las vocecitas
chillonas o atronadoras de los cruzados del arco iris se seguirá
oyendo, de un modo u otro, la voz firme, y a veces un poco áspera,
del pluralismo y la resistencia. Entre tanto, aumentará sin duda
el dolor y disminuirán las libertades.
La izquierda democrática del Estado español debería
vocear, encabritarse, agitar al viento las crines de la protesta. El
sábado una cadena humana unirá dos puntos de Donosti en
una manifestación de rechazo por la nueva tropelía contra
la libertad de prensa. De un modo u otro, todos estaremos, todos deberíamos
estar allí. Nada tiene de raro que encadenen sus manos los que
reclaman libertad de expresión; tampoco que los que presumen
de libres quieran encadenarla. Este artículo es el humilde eslabón
que añado desde aquí a la trenza; en este periódico
me repetiré y me repetiré hasta que los gobiernos dejen
de repetirse.
Gara
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