|
Testimonio del joven vasco Unai Romano: Una cruenta
tortura llevada a cabo recientemente por la guardia Civil
|
ENTRE EL 6 Y EL 11 DE SETIEMBRE DE 2001, EL JOVEN DE GASTEIZ UNAI
ROMANO ESTUVO INCOMUNICADO EN MANOS DE LA GUARDIA CIVIL, PERIODO EN EL
QUE DEBIO SER HOSPITALIZADO. CUANDO SE RECUPERO, QUISO DEJAR ESCRITO EL
RELATO MINUCIOSO DE ESOS CINCO DIAS Y NOCHES. ESTE ES EL TEXTO CASI INTEGRO.
SU ELOCUENCIA HACE INNECESARIOS MAS COMENTARIOS.
Alrededor de las 4.00 del día 6 de setiembre de 2001, estoy durmiendo
y me despiertan unos ruidos. Salgo al pasillo y veo unos guardias civiles
discutiendo con mis padres. Me acerco y me preguntan si soy Unai Romano,
a lo que contesto que sí (...) Me dicen que estoy acusado de «colaboración
con banda armada», y en ese momento empiezan a subir por las escaleras
guardias civiles vestidos de paisano y la secretaria del Juzgado. Me ponen
las esposas y me dicen que van a registrar el piso.
Empezamos por mi cuarto. Miran papel por papel, libro por libro. El registro
de mi cuarto es eterno (...) Lo que les interesa lo van dejando encima
de la mesa (...) Luego se levanta acta de todas las cosas que se llevan
de mi cuarto y pasamos al siguiente (...) La secretaria se empieza a cansar
y el mando de los guardias civiles les dice que vayan más rápido
(...) Se ha levantado acta de todo, y cuando parece que se ha terminado
todo se acuerdan del camarote. Cuando estamos entrando no se fían
y se cubren conmigo, mientras tienen la mano en la pistolera. Cuando bajamos
a casa, me permiten que me duche, me vista y me despida de mis familiares
pero sin abrir la boca, como ha sucedido en todo el registro.
Me bajan al soportal y me ponen contra una esquina mientras ellos discuten
de cómo me sacan (...) Al final, me tapan y me llevan dos de ellos.
El coche me lleva a un sitio que desconozco. Todo el trayecto lo he hecho
en silencio y con la cabeza entre las piernas. Nada más bajarme
del coche hay unas escaleras, no me avisan y me caigo de rodillas en ellas.
Me meten a un calabozo con pasamontañas y me ponen contra la pared.
Tengo problemas para respirar y el guardia civil que me cuida dice que
no tengo derecho a respirar.
Me meten en una furgoneta, al rato, y sin esposar me llevan a Madrid.
El viaje se realiza a gran velocidad, según deduzco por el ruido
que saca el motor. Durante el traslado se mete alguien en donde estoy
yo y me pregunta por qué creo que me han detenido. Le respondo
que es porque conozco a algún detenido. El me aconseja, como amigo,
que colabore. Me dice que hasta el momento ellos se han portado bien conmigo,
y que colabore.
Me llevan a una comisaría, me ca- chean y me dan cuatro consejos
muy importantes allí: obedecerles, tener los ojos cerrados, no
mirarles a ellos a la cara y, si me cruzo con algún otro detenido,
no mirarle. Me meten en un calabozo y me obligan a permanecer de pie.
Al cabo de un rato empiezan los interrogatorios. Me piden que colabore
continuamente, mientras me golpean en la cabeza con unos palos forrados
en espuma o cinta aislante. Que si conozco a fulano, que si conozco a
mengano, que si puse un coche bomba, que si disparé a alguien...
Me dicen que he hecho todo ese tipo de cosas, lo que yo niego rotundamente.
Al instante de negarlo, me golpean tres o cuatro veces con los palos forrados.
Luego me preguntan de nuevo. Cuando estoy grogui paran y me preguntan
sobre la cuadrilla, sobre los familiares, sobre dónde poteaba en
la Parte Vieja de Vitoria, sobre camareros, temas sobre el trabajo, política,
ikastolas, gaztetxes. Cuando me tranquilizo un poco y después de
que me den un poco de agua agua que me recupera mucho, no sé
si estaría drogada o algo por el estilo empiezan de nuevo
(...)
Todos los interrogatorios los hago con un antifaz puesto en los ojos
(...), y por encima del antifaz me ponen un pasamontañas. Cada
vez los interrogatorios son más duros y me llegan a colocar hasta
tres pasamontañas. Yo creo que es para amortiguar los golpes, pero
la sensación de agobio es terrible, y no paro de sudar la gota
gorda.
Otra cosa que me hacen es la bolsa. Me colocan una bolsa en la cabeza
y la cierran aguantándola, y así hasta que me tambaleo.
Me lo hacen hasta unas ocho veces en total. Luego lo mismo; cuando estoy
atontado, preguntas sobre mi forma de vivir, de dónde andaba y
con quién, más agua y vuelta a empezar.
También me obligan a realizar flexiones. Estoy de pie y me hacen
ponerme en cuclillas a esto le llaman «el ascensor».
Me tienen mucho tiempo haciendo esto y acabo totalmente empapado en sudor.
En una de éstas me hacen firmar una hoja para el Juzgado, según
creo recordar, que tengo que volver a repetir ya que la he dejado totalmente
mojada del sudor que me cae de la cabeza y del que tengo en las manos
y brazos (...)
Durante los interrogatorios oigo gritos de dolor de otra gente. No sé
quiénes o si los producen ellos mismos, pero son espeluznantes
(...) En una de éstas, cuando me sacan de un interrogatorio y me
tienen en el calabozo de pie, entra uno de ellos y solamente me coloca
el antifaz (...) y me lleva a una habitación donde está
una mujer. Se identifica como médico forense y me enseña
su carné (...) Me pregunta por mi estado de salud en general, y
le digo que estoy reventado físicamente y lo de los golpes en la
cabeza. Me pregunta por las operaciones que había tenido y le comento
lo de mi arritmia asintomática (...) Los guardias civiles están
detrás de la puerta y me imagino que ellos nos oirían a
nosotros como nosotros les oímos a ellos.
Me meten en el calabozo y, a los pocos minutos, me ponen el antifaz y
la capucha o capuchas. Me meten en otro lugar y me preguntan qué
le he dicho a la médico forense. Empiezo a contárselo y
me interrumpe uno de ellos gritándome como un loco que ya sabía
lo que le había dicho. Al instante, me golpea unas veinte veces
seguidas con aquellos palos, creo.
Empiezan los interrogatorios. Estos son mucho más salvajes que
los anteriores. Las preguntas son las mismas o parecidas (...) Siempre
que contesto que no, me golpean duramente. Yo estoy de pie. Me preguntan
constantemente y me caen golpes cada vez más fuertes, pero ahora
me van girando ellos, una vuelta para aquí, media para allá,
ahora para aquí..., todo ello entre golpes y preguntas intercalándose
constantemente. Dos guardias civiles me suben en sillas y comienzan a
golpearme desde arriba. Cada vez están más agresivos y los
palazos que me meten son ya de campeonato. Los golpes son siempre en la
cabeza y en la frente. No sé cuánto tiempo llevo ni qué
hora es (...)
Me tienen haciendo ese tipo de flexiones, de pie, en cuclillas, de pie...,
pero cuando estoy en cuclillas me golpean en la cabeza y con el mismo
impulso del golpe me caigo al suelo, aunque siempre me cogen antes de
que caiga del todo (...) Me dejan descansar y me dicen que soy el único
«hijo de puta» que no ha hablado y que como no les diga nada,
voy a salir como «el Lasa ése» (...)
Más agua, más preguntas y empezamos. Ahora me tienen sentado
en una silla. Ya no me aguanto de pie, y me gol-pean constantemente. Las
preguntas ya no son tan habituales, pero los golpes son constantes. Me
tienen en una silla con respaldos para los brazos y ando grogui de un
lado para otro. No quieren que me desmaye, y cuando ven que no puedo más,
se controlan un poco. Uno de ellos me habla al oído suavemente
diciéndome que diga cualquier cosa, que me lo invente, que ése
es su trabajo (...) Luego viene y le digo que no lo he hecho, se pone
histérico y me dice que a partir de ahora le voy a rogar que me
mate. Me agarran entre unos y me golpean más fuerte en la cabeza.
Ellos se cansan y se van turnando. Me ponen los electrodos con una porra
eléctrica en los genitales, en el pene, en la parte superior de
la oreja, y detrás de las orejas. También me ponen la bolsa,
y me siguen golpeando.
Estoy roto y me empiezan a amenazar con que mi novia y mi hermano están
de camino y que les van a hacer el doble de lo que me han hecho a mí
(...) Los golpes continúan mientras me agarran entre algunos y
me empiezan a decir que han detenido a mi madre y que está camino
del pantano que está cerca de Vitoria. Los golpes continúan.
Yo les ruego que dejen a mi madre, que nunca ha hecho nada. Me dicen que
le están haciendo «el ascensor» en la presa, atada
por los pies y en el agua. Se oyen llamadas como que están hablando
con los del pantano. Uno de ellos pega un grito y se callan todos. Me
sientan en una silla y uno de ellos me comunica que mi madre ha fallecido
(...)
Me llevan al calabozo y me dejan allí alrededor de una hora. Mi
situación es brutal. Se me está hinchando la cabeza a una
velocidad increíble, y ya no veo nada. El pensamiento me juega
una mala pasada y me creo lo de mi madre. La cabeza me está quemando
y lo único que quiero es salir de allí. De repente viene
uno de ellos y me ve que me estoy levantando de la cama (...) Me quema
la cabeza entera, me la palpa y está exageradamente hinchada, me
duelen los ojos y siento como si me fuera a estallar la cabeza. Lo de
mi madre me tiene histérico y decido autolesionarme mordiéndome
las muñecas. Tengo, o mejor dicho noto ,una pequeñas marcas
en las muñecas y primero con los dedos y luego con la boca logro
lesionarme.
De repente, viene uno de ellos y me dice que me levante y que le acompañe.
Me coge las manos por detrás y se da cuenta de lo de las muñecas.
Me llevan por los pasillos, me suben las escaleras y me meten en una habitación.
La médico forense está asustada, pregunta qué me
ha pasado y qué me han hecho. El guardia civil le dice lo de las
muñecas, y se va. Me dejan con ella, estoy histérico, no
reconozco la voz de esa mujer y no puedo verla (...) Me obliga a sentarme
y me pregunta qué tal estoy, a lo que le contesto que me va a estallar
la cabeza.
Son las 10.00 del 7 de setiembre. Pide un coche urgente a los guardias
civiles y nos dirigimos al hospital (...) Ellos me quieren llevar a un
hospital militar, pero la médico dice que no, y que vamos al hospital
«no sé qué universitario», no me acuerdo del
nombre. Por el camino me pongo histérico, y le digo al médico
forense que han matado a mi madre y que llame a mi casa (...) Llegamos
al hospital, por urgencias, creo. Me sientan en una silla de ruedas y
me curan lo de las muñecas. La médico forense se va a hablar
con los médicos (...) Luego viene la médico forense, que
me dice que ha llamado al juez y que no le ha pasado nada a mi madre.
Me sigue dando la mano y tranquilizándome.
Me empiezan a hacer las pruebas. Su mayor preocupación es que
no me hayan roto el cráneo o, mejor dicho, que no tenga rotura
craneoncefálica (...) No sé durante cuántas horas
me tienen allí, pero la médico forense me comenta que me
voy a quedar ingresado en aquel hospital. Me dice que está en contacto
con el juez y que ya sabe qué ha pasado.
Cada vez que me hacen una prueba, la médico forense viene y me
dice que no tengo rotura de cráneo. El dolor me mata vivo y no
me quieren dar nada hasta que no tengan los resultados de todas las pruebas.
Ella me sigue dando la mano. Con el paso del tiempo, me dicen que no tengo
rotura craneoencefálica y que tengo un edema y contractura muscular
en el cuello. Tengo toda la cabeza y el cuello hinchados. La médico
forense me dice que tengo toda la cabeza morada y los ojos negros, pero
que es normal con un edema. Me quieren poner un collarín, pero
como tengo el cuello tan hinchado no me sirven los que tienen allí,
me quedan todos pequeños y tardan una hora en encontrar uno que
me pueda poner.
En un momento dado, le comento a la médico forense lo que me han
hecho, y cuando le digo lo de los electrodos, me mira la oreja y me dice
que la tengo quemada por la parte de arriba y que detrás está
hinchada (...)
Me hacen un reconocimiento médico completo, con todo tipo de pruebas
de coordinación (...) Queda por verme el oftalmólogo, ya
que no puedo abrir los ojos. Viene la médico forense y me dicen
que me llevan a la enfermería de una prisión, pero que primero
tenemos que ir a comisaría, donde he estado anteriormente, y que
después me llevan a prisión. Me entra un miedo atroz, pero
ella me tranquiliza diciéndome que el juez lo sabe y que no me
van a hacer nada (...)
Me llevan a la comisaría y me meten junto con la forense en su
habitación. Ella pide la silla más cómoda que tengan
y me traen una sin apoyabrazos. Me siento con ella. Me traen hielo y me
lo pongo unos segundos en cada lugar que creo oportuno (...) Me traen
la comida, aunque más o menos son las 18.00. La comida consiste
en dos yogures y un sandwich. La médico forense se sienta a mi
lado y me da de comer los yogures. El sandwich no puedo masticarlo y no
me lo como. Ella se tiene que ir y me deja solo alrededor de dos horas.
Durante ese tiempo tengo a dos guardias civiles fuera de la habitación,
mirándome y riéndose continuamente. Se van turnando y se
ríen del aspecto de mi cara, mientras me dicen cosas del estilo
de que soy un cerdo, un monstruo, y más tonterías del estilo.
Yo mientras tanto, permanezco quieto y sólo me muevo para colocarme
el hielo. Hacen amagos de venir pero no me tocan ni un pelo mientras permanezco
en aquella habitación. El dolor persiste y lo ! único que
me calma es darme hielo y estar quieto (...)
Oigo cómo viene uno gritando que trae mi cena y escucho como agitan
los yogures y se los beben mientras se ríen. Pasa el tiempo y los
dolores empiezan a aumentar de nuevo. Me quejo de dolor y mandan a algunos
de ellos a buscar a la médico forense, pero pasa el tiempo y no
aparece nadie. De repente viene uno de ellos con una ampolla y dice que
es para mí. Pero yo no me fío y pego un traguito pequeño
y, como sabe a rayos, cuando oigo que se aleja vacío todo el vaso
en una silla acolchada de ésas de tela que tengo a mi lado (...)
Ese medicamento es muy fuerte y lo poco que bebo me produce unas enormes
ganas de dormir, por lo que tengo que hacer un gran esfuerzo para no dormirme.
A la hora, aproximadamente, me meten en un coche y empiezan a hacer tonterías
mientras nos dirigimos a un lado que no sé. Meten grandes acelerones
y luego frenan bruscamente, ponen las sirenas y andan en zig-zag. La música
la tienen muy alta y paran el coche en un par de ocasiones, se bajan los
que van sentados delante y hacen como que abren la puerta, pero luego
seguimos adelante. En una de las ocasiones en que hacen un zig-zag, tengo
que apoyar la cabeza en el cristal para no golpearme, y noto que tiene
una cortina (...)
En una de estas ocasiones paramos, y el guardia civil que va a mi lado
me pregunta si quiero hablar con la Guardia Civil. Yo le respondo que
no y me bajan del coche. Comienzo a oír ruidos y puertas que se
abren y se cierran continuamente. Creo que estoy en una prisión,
pero no me fío. Me sacan dos fotos y me toman las huellas (...)
Estoy totalmente ciego y algo atontado, y me llevan ante los médicos.
Me miran por encima, me preguntan algo y me dicen que me van a poner un
apoyo para dormir, ya que no puedo valerme por mí mismo, y me meten
en una celda con dos camillas, un baño, un labavo y una ducha.
El apoyo es un colombiano que me ayuda a acostarme, a orinar y a levantarme
de la cama. Me dan otras pastillas y duermo unas horas, según me
dice el apoyo. Por la mañana hablamos y me dice que tengo la cara
totalmente hinchada, con los ojos negros y todo el resto morado, menos
la punta de la nariz y los labios, que tienen un color normal. Me cambian
de apoyo, y me ponen otro (...)
Me entero que he llegado a la cárcel el día 8 de setiembre,
sobre la una de la madrugada. Estoy en Soto del Real, en el módulo
de enfermería, en la zona de aislados.
A las dos horas de llegar el segundo apoyo, me comunican que estoy incomunicado
y no puedo tener apoyo. A partir de ese momento, tengo que ir palpando
todo, para poder ir al baño, a la cama, a comer (...)
Pasa el sábado día 8 y el domingo 9, hasta la tarde. Me
pego una ducha y empiezo a ver algo. Al principio es borroso, pero con
el paso de las horas veo mejor. Tengo los alrededores de los ojos negros,
lo que es el blanco del ojo ensangrentado, toda la cara hinchada y oscurecida,
y el cuello y los hombros, hasta el pecho, oscurecidos también
(....)
No puedo dormir, ya que al apoyar la cabeza en la almohada me duele,
y le digo al médico que me aumente el medicamento. Quedamos en
que me va a dar dos Nolotil, pero me da una pastilla verde y blanca que
resulta ser demasiado fuerte. He estado en dos ocasiones a punto de caerme
al suelo, mareado, y le digo que no la quiero más y que me dé
dos Nolotil.
Me tiene 24 horas al día encerrado en la celda de enfermería,
y no quieren que me vea nadie ya que mi cara es bastante espectacular
según me dicen los apoyos, ya que ellos sí que me ven al
darme la comida. Sigo durmiendo muy mal.
El lunes, día 10 de setiembre, viene otro médico forense
del juzgado (...) Toma nota de mi estado, sobre todo de la cara y del
cuello, y cuando le quiero comentar algo, me dice que aquéllo es
un mero trámite para poder pasar ante el juez. Acordamos que estoy
en condiciones de pasar, no en muy buenas, pero accedo. Por la noche me
comunican que me van a levantar a las 7.00 del día siguiente, el
11 de setiembre.
Me llevan a ingresos, me dan de desayunar y luego me ponen en manos de
la Guardia Civil, que me va a llevar a la Audiencia Nacional. Le comunico
al guardia civil que me va a colocar las esposas que tengo las muñecas
heridas y que no me las ponga, a lo que me responde con que si tengo un
papel médico que diga eso. Le digo que no y me esposa a la espalda.
El viaje a la Audiencia resulta muy duro, ya que todavía no me
encuentro muy bien. Una vez allí me dejan en manos de la Policía
Nacional, y uno de ellos comenta al otro que me han hecho «la del
pulpo» (...) La secretaria del juez me lee mis derechos, designo
a Iker Urbina como mi abogado y digo que quiero ver al médico forense.
Me llevan al calabozo y al rato me sacan para llevarme delante del médico
forense. Le digo que tengo un dolor que es nuevo en la mitad del pecho,
que se agudiza al moverme y que me deja tres o cuatro segundos sin respiración
(...) Le cuento los tipos de torturas y toma nota, pero me dice que eso
se lo diga al juez (...) Me llevan al calabozo, y al rato me suben ante
el juez.
El trayecto desde el calabozo hasta el despacho del señor juez
lo hago con una chaqueta en la cabeza que me impide ver nada. Empieza
la toma de declaración, respondo a las preguntas y niego las acusaciones.
Cuando me pregunta si quiero añadir algo más le comento
las torturas y malos tratos que he sufrido y empiezo a contárselas.
Al cabo de medio minuto, me interrumpe diciéndome que lleva muchos
años trabajando con la Guardia Civil y que mucha gente dice sufrir
las torturas y que no me cree. Dice también que además,
al no haber declaración policial, que ése no es el sitio
indicado para denunciarlo, y que vaya al Juzgado para poner una denuncia.
Me quedo perplejo, le miro a la secretaria y asiente con la cabeza. Mi
abogada de oficio no me quita la vista de la cara y tampoco no dice nada
(...)
Me bajan al sótano con la chaqueta puesta de nuevo en la cabeza
y me meten en una furgoneta de la Guardia Civil que me lleva de nuevo
a la prisión. Yo esperaba poder ver a mi abogado, pero al parecer
no quieren que nadie me vea la cara.
Una vez en prisión les digo que quiero hacer la llamada que me
corresponde ya que me encuentro comunicado, y me dicen que hasta que llegue
la notificación no puedo hacerla.
Me sacan de aislamiento y me llevan a una zona de hombres. A la mañana
siguiente pasa el médico y me dice que hasta que no me desaparezcan
las marcas de la cara voy a seguir en la enfermería (...) Para
el día 14 creo estar en bastantes buenas condiciones para que me
trasladen al módulo, pero no me llevan hasta el día 18,
que es cuando han desaparecido todas las marcas, o casi todas (..)
He tardado tanto en escribirlo porque cada vez que me ponía a
describir lo que pasó me ponía muy nervioso y tenía
que ir poco a poco. Se me ha olvidado comentar que en los interrogatorios
me hicieron estar mucho tiempo desnudo. *
El testimonio de Unai Romano se incluye en el informe «Tortura
en Euskal Herria», referido al año 2001. Ha sido editado
recientemente por Torturaren Aurkako Taldea (TAT).
GARA
|