|
|
|
|
|
2001: El terrorismo y la guerra; ¿qué
cambió en el mundo?
|
x Cuauhtémoc Amezcua Dromundo
Los golpes terroristas del 11 de septiembre merecieron la condena de
las fuerzas revolucionarias del mundo. Los partidos comunistas y otras
agrupaciones progresistas, todas dieron su pésame a la clase obrera
y al pueblo de Estados Unidos, víctimas inocentes de los irracionales
actos. Reiteraron su rechazo a toda forma de terrorismo, venga de donde
venga, porque ocasiona la pérdida inútil de vidas, siempre
dolorosa e incompatible con los anhelos de los pueblos del mundo de construir
una vida superior, basada en los principios de la fraternidad. Y por otra
razón también: porque, en vez de dañarlos, esos actos
en los hechos sirven a los poderosos, a los que dicen combatir. Porque
no elevan la conciencia de los pueblos ni impulsan su lucha organizada.
Y expresaron su más enérgica condena, sobre todo, al terrorismo
de Estado, al que ejercen quienes detentan el poder, más todavía
al que ejerce el Estado más poderoso de la historia, Estados Unidos,
que es a la vez, sin que quepa duda, la potencia terrorista más
connotada en el orbe. Hay evidencias de sobra.
Por otra parte, esos sucesos y los que les siguieron tienen fuertes repercusiones
en el mundo; en eso todas las opiniones han coincidido en el campo de
la izquierda. Sin embargo, no hay unanimidad en cuanto a la magnitud y
el sentido de tales repercusiones. Cuál es el sentido de los cambios
y de qué modo se concretan, es necesario definirlo. ¿Tienen
razón, acaso, quienes estiman que los cambios son de tal magnitud
que el planeta ya es otro? ¿La tienen, en cambio, quienes creen
que lo que se modifica está sólo en el plano de lo secundario?
¿Asiste la razón a quienes consideran que el capitalismo
entró en una fase crítica, de colapso inminente, como resultado
de esos hechos? ¿Tiene fundamento el juicio de que Estados Unidos
recupera y consolida el rol de dominio hegemónico en el orbe, que
ya se había mermado de manera notoria? ¿Que supedita, por
tanto, a la Unión Europea? ¿Es válida la opinión
de que la agenda de Washington con respecto de América Latina y
el Caribe cambió? ¿O más bien la contraria, que se
fortalecen sus propósitos de dominación y se aceleran las
medidas que para ese fin había puesto en marcha ya desde antes?
Y ¿qué pasa con la agenda de la potencia del norte con respecto
de las llamadas potencias emergentes? ¿Qué sucede en el
caso de México y su relación con Washington, por una parte,
y con nuestra región, por otra?
Este trabajo tiene el propósito de aportar algunas reflexiones
sobre el tema con la intención de contribuir a dilucidar cuál
es el impacto de los mencionados sucesos en las agendas mundial, regional
y nacional y, por lo mismo, en la conducta de la izquierda, en sus líneas
de trabajo. Por tanto, será conveniente cotejar los aspectos medulares
de la situación de Estados Unidos y del mundo que existía
antes de tales hechos con la que emergió después. Empecemos
por los impactos económicos y políticos internos, en Estados
Unidos.
1. De la crisis económica a la crisis política
Desde las esferas de poder en Estados Unidos se deja correr la versión,
como quien no quiere la cosa, de que luego de los avionazos se vino la
recesión en ese país y en medio mundo. Se deja creer que
la crisis económica es algo nuevo, algo distinto de lo que venía
sucediendo desde antes. Como si fuera un resultado concreto de los atentados,
y hasta hay quienes la atribuyen a la "desconfianza que generaron
en los mercados financieros". ¿Qué hay de verdad?
Los hechos demuestran que la economía mundial mantenía
una tendencia a la baja de décadas atrás. De 1950 a 1973
el producto había crecido al 5% anual; de 1974 a 80, al 3.5%; después,
entre el 81 y el 90, creció al 3.3% y en los años más
recientes, de 1990 a 96, sólo al 1.4%. Existen otros indicadores
que exhiben ésta, como una crisis estructural. Los que tienen que
ver, por ejemplo, con la concentración de la riqueza. Los que se
refieren a la miseria que agobia a sectores enormes de la población
y se expande imparable. Los que tienen que ver con el sector especulativo
y su peso que lastra la economía productiva. Los que demuestran
que el sistema económico basado en la propiedad privada de los
medios de producción y cambio y en el mercado está agotando
sus posibilidades de reproducción. En fin.
Se puede afirmar que éste, el de la crisis del sistema económico
mundial, era sin duda alguna el hecho previo a los sucesos del 11 de septiembre
de más peso, el que definía la conducta de los principales
actores económicos, políticos y sociales en el planeta.
Y, según veremos, sigue siendo el principal factor de entre todos.
Por ello resulta superficial cualquier análisis de lo ocurrido
en septiembre y después, que no lo tome en cuenta.
Ahora bien, dentro del cuadro general de la economía mundial a
la baja, en lo particular la de Estados Unidos vivió una fase de
expansión durante la década de los noventas. Esa fase coincidió
con el período de auge de la industria de la computación
y, paralelamente, del mercadeo a través de la red cibernética.
Estos fenómenos, sin embargo, fueron de corta duración.
Pronto se agotaron como factores de impulso a la economía y ésta
volvió a declinar también en ese país. Ya durante
el año dos mil este hecho fue tan notorio que los expertos del
sistema -en muchos aspectos sus voceros, más bien- tuvieron que
dejar de hablar de una simple desaceleración, como lo venían
haciendo. En adelante, se vieron impelidos a usar conceptos categóricos,
como recesión y crisis. Poco después, en marzo de 2001,
ya ni la oficina del Tesoro pudo eludirlo: su economía estaba en
recesión, reconoció. Salir de ella no sería fácil,
vaticinó, ni podría ocurrir pronto.
Éste, el de la crisis económica particular de la potencia
del norte, era el segundo hecho de más peso antes de los avionazos.
Y sigue siéndolo. Se trata de otro factor vital para el análisis
y la valoración de los hechos.
Una secuela directa de la recesión en Estados Unidos lo fue la
lucha entre los distintos grupos del gran capital, que se hizo más
intensa. Como es natural en este régimen, cada grupo quería
capitalizar la crisis, sobrevivir y emerger de ella dominando a los demás.
Esa fiera lucha presidió el proceso electoral de fines de la administración
Clinton. Grupos con gran poder, entre ellos sobre todo los que controlan
las industrias de las armas y del petróleo, ansiosos por recuperar
lo perdido y lograr beneficios, pusieron en juego todos los recursos a
su alcance. Les era necesario llevar a sus personeros al Congreso, en
el mayor número. Pero, sobre todo, querían llevar a la Casa
Blanca a quien sirviera a sus fines. Su candidato era George W. Bush.
Del otro lado, grupos monopólicos de otras ramas, también
poderosos, quisieron a su vez llevar adelante al candidato Al Gore, comprometido
con sus intereses.
Qué tanto era lo que había de por medio, lo dice el monto
de la inversión. Tanto dinero aportaron los magnates y las corporaciones
en uno y otro bando, que esa fue la campaña más costosa
en la historia de la potencia del norte. Así lo reconocieron las
autoridades en la materia.
Pero no sólo eso. Esa campaña también la marcaron
otros hechos. El hecho de que en ella haya aflorado el escándalo
del fraude, con la participación de la mafia de Miami. Boletas
falsas. Actas tramposas. Votos mal contados. Hasta los muertos habrían
ido a sufragar, igual que en la más primitiva "república
bananera", de ésas que todavía no "transitan a
la democracia" tan pregonada. También marcó a esa elección
el que no haya sido el voto de los ciudadanos lo que al final decidió
el resultado, sino el de un puñado de magistrados. Y la marcó
otro hecho más, el que, al anunciar su veredicto la Corte Suprema
en favor de George W. Bush, haya llegado a la presidencia el candidato
que recibió menos votos de los propios ciudadanos, de entre los
dos contendientes. Y otro, la muy notoria escasez del nuevo mandatario
en cuanto a cultura, preparación y talento.
Así fue como la crisis económica produjo otra crisis y
se reflejó en ella, ésta de orden político. La crisis
del sistema electoral de Estados Unidos, cuyo carácter falsamente
democrático quedó exhibido ante el mundo. Y también
la crisis de la credibilidad del nuevo presidente, que, todos lo vieron,
emergió del fraude. Bush, en efecto, llegó sin autoridad
moral alguna. Era una vergüenza pública, un objeto de chistes
y bromas hirientes.
Por otra parte, el Congreso emergió dividido. Dos programas se
oponían. El que convenía al llamado Complejo Militar Industrial
y a los consorcios del petróleo, y el que exigían otros
grupos económicos y sociales. El que protegía a los individuos
más ricos y el que incluía derechos sociales y laborales,
porque también es un hecho que los sindicatos obreros y otras capas
populares habían sido factor importante en la campaña del
Partido Demócrata. El Republicano había perdido su mayoría
precaria en el Senado cuando renunció a sus filas uno de los integrantes
de esta Cámara. Las propuestas de Bush no avanzaban. Ninguno de
sus proyectos. Y lo más importante de todo, crecían las
muestras de rechazo popular a la conducta del gobierno y a los intereses
que defendía. Se gestaba la crisis de gobernabilidad.
Bush, de seguro rezaba a todos los santos de su devoción pidiendo
un milagro que cambiara las cosas. Así también el Partido
Republicano. Y la mafia de Miami. Y, más allá, todo el conjunto
de los grupos económicos poderosos, los núcleos centrales
del sistema, todos elevaban sus preces en buscaba de una salida que parecía
no existir. Así estaba la situación en estos aspectos todavía
la víspera de los avionazos del once de septiembre.
2. De la crisis política al golpe de Estado técnico
¿Qué cambió con el 11 de septiembre? ¡Que
el milagro se produjo! Cambió todo el panorama político
nacional, como por arte de magia. En primer lugar, Bush dejó de
ser un objeto de burla y quedó convertido, de un día a otro,
en una persona respetable. Tanto, como si siempre lo hubiera sido. Cesaron
los chistes en los teatros y en los programas cómicos de la televisión.
Desaparecieron las caricaturas en la prensa. Dejó de ser el modelo
del tonto de remate y del redomado pillo electoral. Empresas serias que
habían hecho la promesa pública de indagar sobre el fraude
en la elección y dar a conocer los resultados, dejaron el compromiso
en el olvido. El personaje se volvió creíble, como si en
verdad lo fuera, como si lo hubiera sido a lo largo de su vida. Y nadie
se acordó ya más de los defectos de la democracia estilo
USA.
El Congreso pasó a votar de modo unitario, todo lo que Bush enviara.
Los demócratas dejaron de lado sus promesas electorales de orden
social y popular, y cerraron filas al lado de Bush y de su grupo económico
y político. En adelante, sólo contaría el interés
de los ricos, por una parte, y de los negociantes del petróleo
y de la guerra, por otra. Todo lo demás quedó en el olvido.
Con las nuevas leyes, de tiempos de guerra, que votó el Congreso,
se legalizó la censura, y la desinformación. Así
también el atropello a los derechos democráticos y a las
garantías individuales. Con una intensa campaña de medios,
se promovió el pánico en la población y se generó
la histeria chovinista. Fue así como se acallaron las voces críticas.
Pensar y opinar se volvió sospechoso de apoyar al terrorismo y,
¡vaya paradoja!, de estar en contra de la "democracia"
y de la "libertad".
De esta manera fue superada la crisis política. No por la vía
de resolver los males que aquejan al sistema, y que esta vez afloraron
a la vista de todos, sino al revés, ignorarlos, hacer como que
no existen. No por el camino de crear una democracia de verdad, en la
que el pueblo mande y se respete su voluntad, sino de volver a la ficción,
hacer de cuenta que eso que allí tienen es una democracia. No por
medio del imperio de los intereses de las mayorías, sino de los
grupos pequeños pero opulentos. No por medio del ejercicio de los
derechos ciudadanos, sino a través de su cancelación. No
por la vía del debate de ideas, sino al revés, por medio
de su prohibición.
Luego del 11 de septiembre, o más bien, luego del 20 de septiembre,
operó un golpe de Estado técnico. Sólo esto pudo
dar apariencia de legitimidad al grupo económico que había
robado la elección. Y permitirle, en adelante, imponer sus intereses,
sin que pudieran oírse opiniones distintas. Esto fue lo que unió
al Congreso, todo en torno al grupo dominante. Esto pudo acallar las demandas
del pueblo y resolver el problema de la gobernabilidad. El terrorismo
devino en una bendición para Bush y las fuerzas de extrema derecha.
¡Que ni mandado a hacer!
3. Economía, armas y petróleo
La economía de Estados Unidos se ató desde tiempo atrás
con la industria de las armas. Ha sido y es el primer fabricante y vendedor
mundial en este ramo. Ya desde la Primera Guerra Mundial se había
beneficiado actuando en este rubro, pero más con la Segunda, de
la cual, por cierto, emergió como la potencia número uno
en el mundo. Luego, la llamada Guerra Fría fue el pretexto ideal
para dar un nuevo auge a tan próspero negocio. Fue así como
surgió un poderoso entramado de intereses al que se llamó
Complejo Militar Industrial.
Dentro de éste hay división de tareas. Unos elementos se
ocupan de crear y agudizar los focos de tensión en el mundo, desde
posiciones de gobierno. A otros les toca promover un clima de histeria
bélica generalizada a través de los medios. Otros más
tienen que cabildear en el Congreso para lograr la aprobación de
enormes presupuestos para las armas. Otros se dedican a su manufactura
y venta. Y otros hacen la investigación para producir nuevos instrumentos
de muerte y destrucción. Así han surgido bombas terribles
de tipos diversos, atómicas, de hidrógeno, de neutrones
-las que matan a los humanos sin destruir la "propiedad privada"-;
las bombas de racimos, las "podadoras de margaritas", en fin.
También misiles "inteligentes"; sistemas de espionaje
desde satélites; aviones que navegan sin piloto y otros no detectables
por el radar. No han faltado las armas químicas ni las biológicas,
en las que la potencia del norte también ha sido sobresaliente.
Y hasta aquel desquiciado proyecto de la era de Reagan, el escudo contra
misiles que se construiría en el espacio, el que también
fue conocido como "guerra de las galaxias".
Todo ese conjunto sufrió un duro golpe con la desaparición
de la Unión Soviética. Se les cayó el mercado. Se
apresuraron a crear los sustitutos como pretexto para el lucro, pero sus
logros no alcanzaron una dimensión semejante. Nunca, por lo menos,
antes de los hechos de septiembre. El Congreso ya no aprobaba los enormes
presupuestos. La venta de armas, tan lucrativa, se desplomó. Las
que ya había, se hacinaban en las bodegas. Las nuevas, más
diabólicas, quedaban en proyectos pospuestos. El gran negocio,
el más rentable de entre todos los que el capitalismo ha ideado
jamás, declinó. Y arrastró consigo a la economía
en su conjunto.
En este aspecto, igual que en el político interno de Estados Unidos,
los cambios después de los actos terroristas son notables, diríase
milagrosos. El negocio de las armas ha vuelto a florecer. El Complejo
Militar Industrial recobró su fuerza y el lugar central que antes
tuvo. De la lucha entre los grupos corporativos, emergió vencedor,
ya sin asomo de duda. El Congreso ha vuelto a aprobar recursos colosales
para fines de guerra. Todo lo que se quiera, todo lo que se pida, sin
límite alguno. A los proyectos postergados se les quitó
el polvo y volvieron a la circulación. Incluso los que ya se habían
probado inservibles y los que perdieron toda lógica, si es que
alguna vez la tuvieron. Hasta el escudo anti misiles, aquél de
la época de Reagan. Y con todo ello, volvió la esperanza
de que la economía de guerra sea la que genere una nueva época
de auge. La que recupere a Estados Unidos de su crisis y lo saque de la
tendencia declinante. La que traiga bonanza a los mercaderes de la muerte
y, de paso, a otras ramas e intereses con vínculos directos o no
tanto. Alguien, en el cielo o en el infierno, oyó sus ruegos. Así
pareciera ser.
Otro rasgo de la economía de Estados Unidos es su vínculo
con el petróleo y el gas. Se trata de un gran productor de estos
energéticos, pero también del mayor consumidor del planeta.
Y del primer importador. Porque, además, los derrocha sin medida
y sin congoja por la polución que provoca, en gran escala. También
en esto ocupa el primer lugar, sin competidor cercano. Los estrategas
de la potencia del norte estiman esos energéticos como básicos
para su economía y también como sostén de su potencial
bélico. Washington, por tanto, tiene como prioridad el dominio
de los grandes yacimientos del mundo, todos.
Esto no es nuevo. Ha sido así desde fines del siglo XIX. Sin embargo,
en las décadas recientes su poder en este campo también
empezó a declinar. Irak salió de su control, igual que Libia,
y también Irán, entre otros. Lo perdieron también
sobre Venezuela, luego del acceso de Hugo Chávez al poder, con
su proyecto bolivariano.
En México ha sucedido al revés. Nuestro país pasó
de ejercer un control soberano sobre su petróleo, a una entrega
vergonzante, pero muy notoria ya desde el gobierno de José López
Portillo. Entrega que se volvió más descarada con los neoliberales
sustentados sobre el PRI: Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari
y Ernesto Zedillo, cada uno peor que el anterior. Pero el descaro fue
más allá todavía y se volvió cinismo con el
gobierno neoliberal y gerencial de la franca derecha, de Vicente Fox,
sustentado sobre el PAN. Ésta ha querido llegar a la privatización,
a la entrega de la industria toda al capital yanqui. Y ha puesto todo
para lograrla. Sólo que la correlación de fuerzas no se
lo ha permitido.
Ahora bien, el hecho es que esto no compensa ni con mucho las pérdidas
que Estados Unidos registra en el mundo. Arabia Saudita, por su parte,
que es su principal reserva, también está en riesgo, dado
el deterioro de su corrupta monarquía. En este marco, la tarea
de retomar el dominio petrolero mundial pasó a ser urgente para
Estados Unidos. Así lo han venido planteando con claridad sus estrategas
en los últimos años. Desde antes, mucho antes del momento
de los atentados en Washington y Nueva York.
Aquí, igual que en el negocio de las armas, los cambios son notorios.
Luego de la declaración de Bush, y más en concreto, luego
de los ataques masivos contra Afganistán, Washington por fin avanzó
en cuanto a su proyecto prioritario. Al fin pudo tomar el control de zonas
estratégicas del Asia Central en materia de producción y
de tránsito de los energéticos, que estaban fuera de sus
manos. Y se prepara para tomar otras zonas. El pretexto será el
mismo. La lucha del bien contra el mal. Y la defensa de la democracia
y de la libertad, ¡vaya! Ya lo anunció así desde el
20 de septiembre. Los grupos económicos yanquis de esta rama salen
con ganancias, en grande, en todo el mundo. Entre ellos la propia familia
Bush, desde luego.
4. Estados Unidos y su agenda internacional
Los bloques regionales y la supremacía mundial. ¿Cuál
era la situación de los tres grandes bloques regionales y los países
que los encabezan en su rivalidad económica y su lucha por el dominio
del mundo, antes del 11, y fecha más importante todavía,
del 20 de septiembre? ¿Cómo emerge después?
Japón, luego de un largo período de crecimiento, entró
en recesión. Y ya dura un decenio. Ha ensayado todas las fórmulas
para salir y todas han fracasado. El país que fuera presentado
como modelo a seguir, como ejemplo de una economía exitosa, en
apariencia sin crisis, está postrado. En este contexto, los sucesos
de septiembre no le trajeron beneficios ni perjuicios directos. No en
lo económico. Sin embargo, se ha visto en la tesitura de apoyar,
aunque sea sólo en lo formal, la supuesta "alianza" contra
el terrorismo, luego de que Bush sentenciara: quien no está con
Estados Unidos está con el enemigo. Con ello, desde luego, Japón
cedió a Washington su soberanía en materia de política
exterior.
La economía de la Unión Europea, aunque no sin apuros,
ha logrado avances relativos no sólo frente al bloque de Asia sino
también al de América del Norte. Y venía usando esos
logros para fincar mejores posiciones cada vez, y ganar mayores beneficios.
Igual que ocurre con Japón, luego del 20 de septiembre tuvo que
ceder su soberanía en materia de política exterior ante
las pretensiones de Washington. Aunque dentro del colectivo hay diferencias
en cuanto al enfoque concreto del asunto y su tratamiento ulterior, como
se comentará adelante.
La economía de Estados Unidos, como tendencia general, ha ido
perdiendo terreno, sobre todo frente a la Unión Europea, a pesar
de la década de expansión que tuvo. Hoy está en primer
sitio todavía pero su ventaja se ha diluido, cada vez más.
Y ha crecido la amenaza, que mucho preocupa a sus núcleos de poder,
de que sea desplazado a un puesto de segundo orden. Éste era ya
el tercer factor de influencia en la conducta de las principales fuerzas
del mundo antes de los hechos de septiembre, y no hay duda de que ha sido
determinante en la conducta que asumió Washington -y sus núcleos
de poder-, al calor de los hechos del 11 y hechos públicos en el
discurso de Bush del 20.
Como resultado, Estados Unidos emergió dominante, sin admitir
siquiera la existencia de otros Estados soberanos, ninguno más
en la Tierra. Viene a ser un paso adelante con respecto de lo enunciado
por la señora Albright en sus tiempos de secretaria de Estado.
Ella había declarado ante el mundo que la única nación
indispensable es la suya, dejando la inferencia de que las demás,
todas, estarían de sobra. Ahora, el discurso del 20 niega toda
autoridad a los organismos internacionales, empezando por la Organización
de las Naciones Unidas. Y niega a todos la potestad de decidir su actitud
frente a un problema concreto. Ya antes adelanta que quien no apoye sus
propias decisiones y actos, sin condiciones, será considerado como
enemigo. Con ello, basándose en su poderío militar, desconoce
la existencia de otros Estados, al negarles el ejercicio del atributo
que les es básico, el de la soberanía, que implica la no
existencia de fuerza o poder alguno que esté por encima de cada
Estado en particular. Sobre este atributo se finca el principio de la
igualdad entre todos los Estados del orbe. Por tanto, ese, y todos los
demás principios del derecho internacional, los desconoció
Bush, de un golpe, con el pretexto de la lucha contra el terrorismo.
Estados Unidos, luego del 20 de septiembre, no conquista la supremacía
económica, que sigue en disputa, pero sí se la adjudica
en el ámbito político, y de manera absoluta. Y, lo que es
notable, cuenta con la aceptación tácita o expresa de tal
supremacía por parte de las otras grandes fuerzas, todas. Ningún
país del grupo de los ocho, en efecto, impugnó la declaratoria
de Bush. Ninguno de los bloques regionales. Ninguna de las otras potencias
imperialistas. Ninguno de los países miembros de la OCDE, el club
de los países ricos. Tampoco se escuchó en esta ocasión
una voz que, a pesar de ser la de un país débil en lo económico
y en lo militar, solía tener una enorme autoridad política
y moral en el concierto de las naciones, puesto que de modo invariable
denunciaba toda injusticia y toda prepotencia, viniera de donde viniera,
y defendía los principios: la voz de México. Eran otros
tiempos. Hoy, la única voz que se hizo oír, digna, apegada
a principios, soberana, fue la voz de Cuba: ni con el terrorismo ni con
la guerra, que al fin y al cabo vienen a ser lo mismo.
Ahora bien, la llamada "alianza antiterrorista" mundial, en
los hechos no es tal alianza. No fue el fruto de la negociación
entre los supuestos aliados, ni de su libre decisión. No pudo serlo,
puesto que primero vino la declaración unilateral de Bush, que
negó a los posibles aliados toda libertad de opción. Así
todos, dentro de los bloques regionales, se plegaron. Unos con mayor oportunismo
que otros, como Gran Bretaña, cuyo gobierno se apresuró
a subirse al carro y hasta a ofrecerse como chofer. Otros con discreción,
esperando quizá nuevas condiciones que les permitan salir de su
actual condición de meros rehenes del que tiene la fuerza bruta
y amenaza ejercerla también con brutalidad: Estados Unidos. Esta
potencia, por su parte, ha publicado la larga lista de los países
a los que llama "aliados pasivos".
Washington obtuvo también otras ventajas luego del golpe de fuerza
de su gobierno, del 20 de septiembre que, como se ve, desde el punto de
vista técnico ha sido no sólo un golpe de Estado interno,
sino uno de nuevo tipo, mundial, puesto que ha destruido el orden legal
en escala planetaria. ¿Cuáles ventajas? La de distribuir
parte de los costos de la "guerra" entre los "aliados".
La de mejorar su posición estratégica en cuanto al dominio
de los yacimientos y las zonas de tránsito del petróleo
y el gas. La de dejar sentado que en lo sucesivo, según sus particulares
intereses, decidirá por sí y ante sí contra que otros
países, zonas y regiones del mundo lanzará su ofensiva,
puesto que ésta será una guerra abierta e infinita en el
tiempo y en el espacio, según lo anunció. Y la de imponer
el camino del militarismo, como la vía para enfrentar la crisis
económica mundial. Éste es, desde luego, el camino que más
le conviene, en el que esa potencia va adelante, por sobre todas los demás.
Es decir, ha aprovechado la coyuntura y su ventaja militar para proclamarse
el único poder mundial absoluto y exigir se le reconozca así.
Tratará, en lo posterior, de servirse de esta nueva situación
para avanzar en lo económico, con la pretensión de lograr
la hegemonía también en este campo.
Las ganancias de Estados Unidos, sin embargo, hasta hoy no son definitivas,
como no lo es la "alianza". Los socios, los que lo son y los
que fingen serlo sólo ante la fuerza, todos seguirán haciendo
su propio juego. Para ello, tratarán de usar las coyunturas que
se presenten. Y tratarán de igual modo de minar la fuerza y de
sabotear el dominio de la potencia del norte. La lucha económica
por el dominio del orbe se seguirá dando entre los tres bloques
y, en primer término, entre las potencias imperialistas que los
encabezan.
Estados Unidos y las "potencias emergentes". Los núcleos
del poder de Estados Unidos, no sólo han visto como una amenaza
para su ambición hegemónica a la Unión Europea y
a Japón. También han visto como peligrosas para su dominio,
a las que llaman potencias emergentes: China, los países árabes
e India, sobre todo. Desde hace tiempo hacen cálculos de mediano
y largo plazo, sobre éstas y sobre sus perspectivas. Sobre cómo
estaría cada una de ellas para el año 2015 y cómo
para el 2050. Y elaboran planes para frenar su desarrollo desde ahora.
Como parte de estos planes, Washington, insidioso, promueve la lucha armada
entre India y Pakistán, al que utiliza, y los conflictos entre
aquélla y China. Espía y hostiliza por todos los medios
a su alcance a esta última, si bien no desdeña su inmenso
mercado. Es más, lo necesita.
En otro frente, desde hace tiempo utiliza a Israel como punta de lanza
contra los países árabes en su conjunto. Para ese fin protege
a su extrema derecha y apoya sus políticas fascistas. Y apoya también
a criminales como Ariel Sharon. Por eso respalda en los hechos la ocupación
ilegal del territorio palestino. E impide a ese pueblo que erija su Estado
nacional. Al mismo tiempo, ataca a Irak, masacra a su pueblo y lo bloquea,
de modo criminal. Sostiene en Arabia Saudita, contra viento y marea, una
monarquía corrupta e inhumana, pero servil ante el amo. Además,
con el doble fin de dividir y, a la vez, aherrojar a los pueblos árabes,
promueve diversas sectas fanáticas, cuyo pretexto es el de cuidar
la pureza de su fe. Como parte del mismo plan, financia, organiza y entrena
grupos terroristas. Los usa contra los regímenes socialistas, avanzados
y liberadores. Aunque a veces se vuelven contra su creador. Al Quaeda,
el grupo de Osama Bin Laden, fue uno de estos grupos, surgidos de la mano
de tenebrosos cuerpos yanquis de espionaje y terror, como la Agencia Central
de Inteligencia, CIA, pero no ha sido el único. Pululan.
Luego de la caída de las torres gemelas, en este ámbito,
las cosas tienden a empeorar en lo inmediato a causa del fortalecimiento
de las posiciones de Estados Unidos en el ámbito internacional,
y de sus fuerzas más reaccionarias en su interior. Sin embargo,
no tienen todo a su favor. Han exacerbado ánimos que ya estaban
caldeados. Han agredido a numerosos pueblos y ofendido dignidades. Han
agudizado conflictos entre países poseedores de arsenales atómicos,
como India y Pakistán. Y, en general, han desatado fuerzas disímbolas
y poderosas que no podrán controlar. Cabría decir que han
abierto la caja de Pandora. Por hoy, las consecuencias son imprevisibles.
Estados Unidos y Nuestra América. El ALCA. La crisis económica
global y la tendencia declinante del poderío yanqui en la arena
mundial también incidieron en los proyectos de Estados Unidos sobre
América Latina y el Caribe. Para enfrentar esos fenómenos,
los núcleos de poder de esa potencia han ideado mecanismos varios.
Entre ellos ese proyecto al que llamaron del Área de Libre Comercio
de las Américas, ALCA, que está en su agenda desde los tiempos
de Bush, el padre del actual. Es el mismo proyecto que en abril de 2001,
en la Cumbre de Québec, Bush, el hijo, y un conjunto de gobernantes
serviles ante el poderoso, reactivaron y le dieron celeridad, a pesar
de las protestas masivas y las gigantescas marchas de repudio, que allí
se dieron. Y que los obligaron, por cierto, a reunirse detrás de
alambradas y trincheras, y acordar en medio de los gases de la represión,
que hasta sus salones palaciegos llegaron.
Con el ALCA quieren asegurar para la potencia del norte el dominio exclusivo
de las materias primas de toda la región. Sobre todo las que son
más rentables en el mundo de hoy y en el de mañana. Es el
caso de los energéticos, petróleo gas y uranio, entre otros.
Es el caso del agua. Y también, desde luego, es el caso de la biodiversidad.
Quieren también asegurar la explotación en exclusiva de
nuestra fuerza de trabajo muy mal pagada, a la que, con cínico
eufemismo, llaman "ventaja comparativa". Asimismo, aunque esto
les es de menor importancia porque poco les aporta, quieren asegurar el
control de nuestros mercados para la venta de sus productos.
Con todo ello esperan ganar en eficiencia de su economía en lucha
contra los otros bloques regionales. A costa de destruir las economías
nacionales de nuestros países y anexarlas, en calidad de subordinadas,
a la de ellos. Y a costa también de destruir nuestras soberanías
nacionales y populares.
Es claro. El ALCA viene a ser la concreción de los viejos anhelos,
desde la época de Monroe. Apoderarse de toda la región.
Para lograr ese fin han decidido aplastar toda resistencia. Acabar del
todo con la libertad de nuestros pueblos. Impedirles que ejerzan su autodeterminación.
En esa vía pretenden ahogar a la Revolución Bolivariana
del pueblo de Venezuela, que encabeza Hugo Chávez; aniquilar la
lucha de la guerrilla popular en Colombia y acabar con la movilización
de las masas en Ecuador, Bolivia y Perú. También quieren
provocar el fracaso del MERCOSUR. Y, desde luego, aislar a Cuba, todavía
más, para seguir agrediendo a su pueblo con impunidad. Con ese
mismo fin han armado otros planes y proyectos: el Plan Colombia, la Iniciativa
Andina, el Plan Puebla Panamá, en fin.
En el frente de las relaciones de Estados Unidos con Nuestra América,
el golpe que dio Bush contra la legalidad mundial también tiene
consecuencias. La de estimular su obsesión de dominio. La de fortalecer
sus pretensiones. La de acobardar a adversarios timoratos. La de permitirle
acelerar todo su proyecto. Washington aprovecha ahora su mayor fuerza
relativa en el escenario mundial. Y se sirve también de la virtual
dictadura que instauró, hacia el interior de su país y en
el mundo.
No hay variación, en cambio, en su agenda ni en sus planes con
respecto de nuestra región. Aunque hay quienes así lo pregonan.
Afirman que ya no está interesado en el ALCA; que ya no le es prioritaria
esta zona del mundo. Nada de esto es cierto. Es una falsa versión
que sirve a los núcleos yanquis de poder. Que pretende confundir
y paralizar a nuestros pueblos. Para que los tomen desprevenidos. Nuestra
tarea más urgente es, por tanto, combatir al ALCA y los otros planes
que lo acompañan. Desenmascararlos, revelar su verdadero fin. Llamar
a la movilización para rechazarlos. Exigir a los gobiernos que
tomen en cuenta a sus pueblos. Que nada resuelvan de espaldas a sus intereses.
Que no entreguen nuestro porvenir sin consultarnos. Que no nos engañen,
hablando de falsos beneficios, que no existen. Que no pretendan arrebatar
nuestra soberanía. Y oponer a esa falsa unidad entre el tiburón
y las sardinas, el ideal bolivariano de la unidad verdadera entre iguales.
Unidad y soberanía, como lo quisieron nuestros próceres.
5. Estados Unidos y el movimiento "globalifóbico"
La gran rebelión popular en contra de las políticas del
Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y otras agencias semejantes,
ha sido un serio dolor de cabeza para los núcleos de poder económico,
político y militar. Y para los jefes de Estado de las potencias
imperialistas, Estados Unidos en primer lugar. Zedillo quiso ridiculizar
a los integrantes de ese movimiento social. Servil y torpe los llamó
"globalifóbicos", pero no están en contra de la
globalización; lo que combaten es el neoliberalismo. Ese proceso
criminal opuesto a los intereses y aspiraciones de todos los pueblos.
En Seattle se reunieron por primera vez en 1999 decenas de miles de hombres
y mujeres en un movimiento social sin precedentes. Allí, la masa
popular derrotó la pretensión de una nueva ronda de negociaciones
de la OMC. Porque, como es sabido, cada ronda ha traído más
poder a las potencias y más debilidad económica y política
a los demás países. Mayor riqueza a las corporaciones transnacionales
y miseria creciente a los pueblos.
Seattle fue el inicio de un proceso que persiguió a los poderosos
adonde quiera que fuesen. Québec, Davos, Praga, Génova,
no habría ya escapatoria. El enorme despliegue acabó por
impedirles hasta que pudieran reunirse en lugar alguno. Ni echando mano
de sus fuerzas represivas. Ni con gases y armas. Ni detrás de trincheras
o en verdaderos búnkeres. Ni implantando estados de sitio. Ni tomando
militarmente las ciudades. Ni aislándose en buques de guerra. ¡Una
verdadera pesadilla para los jefes de Estado y de gobierno del llamado
Grupo de los Ocho! Y para la OMC, la OCDE, el FMI, el BM. De este modo,
todo su enorme poder se mostró endeble. Al gigante le quedaron
a la vista, agrietados, los pies de barro.
Apenas los atentados del 11 de septiembre, que cambiaron tantas cosas
a favor de los núcleos mundiales de poder, y sobre todo de Washington,
parecen haber frenado el gran movimiento. Por lo menos de modo temporal.
En parte por medio de las nuevas leyes que coartan las libertades y los
derechos. En parte por el clima de histeria chovinista que generaron los
poderosos. En parte con la confusión y con la distracción
que crearon. En este caso, otra vez, el "milagro", en la forma
de la acción de un grupo terrorista supuestamente enemigo, funcionó
a favor de quienes tanto lo requerían, los poderosos que veían
con terror cómo perdían el control del mundo. Y les permitió
recuperar espacios que ya habían perdido.
Sin embargo, también en este caso lo previsible es que no podrán
mantener esa situación por mucho tiempo. El gran movimiento de
masas saldrá otra vez a la calle. Porque todas las razones que
le dieron origen, se mantienen, y han surgido otras más: la lucha
por la paz, contra el terrorismo y la guerra; la lucha por la libertad
y los derechos conculcados con el pretexto de los sucesos del 11 de septiembre.
Y crecerá aun más, en cantidad, y también en calidad;
en unidad en la diversidad; en organización y en capacidad de lucha,
porque existen cada vez nuevas experiencias. El Foro Social Mundial de
Porto Alegre, Brasil, que se realizará en breve, podrá dar
una idea sobre cómo marcha el despertar de las masas del mundo,
y su reorganización. Ya lo veremos.
6. Washington, el terrorismo y la guerra
El gobierno de Estados Unidos no cumplió con su deber de investigar
con objetividad lo ocurrido y enjuiciar a los culpables, sobre la base
de evidencias serias. Así debería haber sido. En vez de
eso, lo que hizo fue lanzar una campaña de declaraciones ligeras,
sin sustento, para generar la histeria chovinista en amplias capas de
la población de su país. Llenó al mundo de amenazas
contra la paz. Vulneró las normas del derecho internacional. Incluso
contra las libertades del propio pueblo de Estados Unidos. Esa conducta
trae a la memoria los graves excesos que se cometieron en la negra época
del macartismo.
Todo ese proceso culminó con el discurso de George W. Bush del
20 de septiembre, en el que decretó la guerra. Una guerra sui géneris,
por cierto. Un "nuevo tipo de guerra", precisó el secretario
de Defensa, Donald Rumsfield, poco después, distinta de todo cuanto
el mundo ha conocido. Una "guerra total" y "sin límite
en el tiempo". Una guerra en la que el enemigo no sería un
Estado ni una coalición de Estados. El enemigo no sería
un ejército regular ni una guerrilla. El enemigo sería una
abstracción, según el mencionado discurso de Bush, "el
mal". El mal hoy sería el terrorismo.
¿Cómo definirlo? Puede decirse que terrorismo es toda acción
violenta que daña a inocentes y cuyo fin es dominar por medio del
terror. Por ello, la expresión "guerra al terrorismo"
debiera ser más bien una metáfora. En modo alguno una guerra
violenta que daña a inocentes -en sentido estricto una guerra terrorista-,
como la que declaró Washington. Debiera ser una "guerra"
de ideas, de diálogo. Una con respeto pleno a todos los hombres
y mujeres, a todos los pueblos. Con respeto a la soberanía de todos
los Estados y a la identidad cultural de todas las Naciones. Debiera ser
una "ofensiva", sólo por las vías de la paz y
la solución negociada de los diferendos. Porque decir que se combate
al terrorismo y lanzar para ello actos de terror, es absurdo. Lanzar guerras
totales que desbordan todo límite ético y se atreven a cualquier
extremo, es irracional. Emprender guerras eternas, infinitas, es criminal.
No se combate a ese flagelo con guerras que lanzan centenares de toneladas
de bombas sobre la población civil y matan niños, mujeres
y ancianos. Ni se puede combatir el terrorismo sembrando el terror entre
los civiles afganos, con el pretexto de aplastar al talibán. Ni
con guerras donde el enemigo es una abstracción, como "el
mal", una etiqueta que se le puede colgar a quien se quiera, hoy
o después; a todo aquél que no se arrodille ni se deje avasallar.
Porque esa intención perversa la dejó en claro Bush al eliminar
el derecho a la opción y tomar al mundo como rehén, en su
discurso del 20 de septiembre. Y lo cierto es que no se puede pretender
la "libertad duradera" cuando se aplasta la libertad de los
pueblos de decidir soberanamente su política exterior. Tampoco
cuando se coarta a los ciudadanos de Estados Unidos su derecho a la información,
su libertad de expresión y de manifestación de sus ideas,
como lo está haciendo Washington. Ni cuando se aterroriza al pueblo
propio, al de Estados Unidos, con el afán de impedir que se oponga
a la conducta de su gobierno.
Todas esas políticas lo que han hecho es, en primer término,
encubrir a los responsables, los autores intelectuales de los atentados
del día 11. De manera precipitada se culpó a ese señor
Bin Laden. Hasta ahora no se han presentado pruebas fehacientes en su
contra. Haya sido su grupo o no el que los planeó y ejecutó,
hay otros elementos graves que se han querido soslayar. Que el tal Bin
Laden y su grupo, Al Quaeda, son hechura de la CIA. Que los vínculos
que se forman entre uno y otro cuerpos de ese tipo no desaparecen del
todo, aun cuando se dé una ruptura política entre el gobierno
patrocinador y el grupo, por azares del destino convertido en disidente.
Siempre quedan canales, relaciones, vías para el trato, vasos comunicantes.
Y es claro que ese tipo de enlaces tienen los medios para inducir acciones,
para promoverlas, para provocar que se lleven a cabo en ciertos momentos.
Y pueden encubrirlas y apoyarlas, con discreción.
La decena y media o dos decenas de individuos que tomaron los aviones
y condujeron los ataques suicidas, pudieron entrar en Estados Unidos sin
obstáculo. También se pudieron mover en su territorio a
sus anchas. Pudieron contar con tiempo entre uno y otro ataque a las torres
gemelas, algo así como veinte minutos, y nada pudo pararlos. Y
tuvieron un plazo todavía mayor para el tercero, al Pentágono.
En este último caso, no funcionó el sofisticado sistema
de protección que, es sabido, impide que se acerque cualquier nave,
al grado de dispararle misiles de modo automático si desobedece
los avisos de advertencia y mantiene el desvío. ¿Quién
tiene en esa sociedad tan grande poder como para proteger así este
tipo de atentados y asegurar su éxito?
Los beneficiarios de los atentados han sido los núcleos más
reaccionarios de poder en Estados Unidos. En primer lugar el propio George
W. Bush, en lo político, y su familia en su conjunto en lo económico.
Sus patrocinadores de campaña, el Complejo Militar Industrial y
los consocios petroleros. Todos éstos, de un golpe, lograron cambiar
todos los factores que les eran adversos y capitalizaron los beneficios.
Las acciones que desplegaron coincidían con los proyectos que habían
elaborado de tiempo atrás y que no habían podido echar a
andar porque no contaban con las condiciones idóneas. Ni parecía
que pudieran darse tales condiciones. ¿Todo esto fue pura casualidad?
¿Fue, en verdad, un "milagro"? ¿El resultado de
un "pacto con el diablo", acaso? Es más, las iniciativas
de ley que promovieron la Casa Blanca y el Departamento de Estado incluso
estuvieron listas en plazos asombrosamente cortos. ¿Ya estaba todo
previsto? ¿Cuándo fue que las prepararon? ¿Cómo
pudieron adelantarse a hechos que se supone son imprevisibles?
Otros beneficiados fueron los cuerpos especializados en el espionaje,
los atentados y la desestabilización, la propia CIA en primer término
entre éstos. Y los individuos más ricos del país,
ligados, como siempre ocurre, con los intereses más conservadores.
Y lo fue Washington en su conjunto, que saca ventaja en todos los frentes
en la arena internacional.
Cabe preguntarse si no hubo conocimiento previo de las cosas y se les
dejó correr, si hasta se tomaron las medidas para asegurar que
no fracasaran. O peor aun. Si la autoría intelectual no está
precisamente entre quienes se benefician con todo esto. Quizá algún
día llegue a saberse.
Por lo pronto, los cambios que se dan en diversas esferas del acontecer,
tienen todos ciertos rasgos en común: no cambian la esencia de
los fenómenos ni la naturaleza de las contradicciones, pero sí
las agudizan y, por lo mismo, aceleran todos los procesos. El imperialismo,
a pesar de todo, será derrotado. Y al acelerarse los procesos será
derrotado más pronto. Los pueblos triunfarán. Lograrán
la soberanía y la autodeterminación. Y podrán construir
un sistema social justo, sin explotadores ni explotados, en el mundo:
el sistema socialista, primero, y el régimen comunista después.
Cuauhtémoc Amezcua Dromundo es Secretario General del Partido
Popular Socialista de México
Teoría y Práctica. Organo de Teoría y Política
del Comité Central del Partido Popular Socialista de México
www.geocities.com/teoriaypractica
|
|