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Mijail Bakunin: Esbozo de biografía intelectual (III)
Demetrio Velasco Criado

3. El prisionero

Es el período de los años 50. Bakunin había vuelto a su tierra, abandonada hacía once años, y volvió para morir como los Decembristas o para pudrirse en la prisión. No se le sometió a ningún proceso. Completamente aislado en una celda minúscula, apenas si se alimentaba.

El único lujo que se le permitía en este sepulcro era el de escribir su famosa Confesión. Es éste un documento que, al margen de la polémica sobre la intención de Bakunin al escribirlo, que sigue aún en pie, tiene el gran interés de mostrar cómo el "hegeliano" y revolucionario Bakunin seguía siendo eslavo con las particularidades sicológicas propias de un ruso.

Bakunin sintió la desesperación y la soledad o, mejor dicho, la desesperación de la soledad, ya que él, nacido en y para la comunión solidaria, se vio condenado al anacoretismo forzado, es decir, a la muerte lenta del cuerpo y del espíritu”. Fue tal su desesperación que llegó a plantearse, en varias ocasiones, el tema del suicidio y su familia llegó a temerse lo peor:

"Espero que comprendáis cómo un hombre que solamente conserva ya su dignidad debe preferir una muerte terrible a esta lentísima e ignominiosa agonía..."

Quiero subrayar aquí el tema de la soledad que Bakunin rechaza de forma tan radical e instintiva, porque es tratado por él con reiteración y porque es decisiva su importancia para entender su obra posterior. Ya en San Petersburgo, cuando estaba de cadete, se expresaba así:

"Estoy aquí completamente solo. El eterno silencio, la eterna tristeza, la eterna nostalgia son los compañeros de mi soledad... He descubierto por la experiencia que la perfecta soledad, predicada tan elocuentemente por el filósofo de Ginebra, es el más idiota de los sofismas. El hombre está hecho para la sociedad. Un círculo de relaciones y de amigos que le comprendan y que compartan sus alegrías y sus cuidados indispensables para él. La soledad voluntaria es casi idéntica al egoísmo, y el egoísta puede ¿ser feliz?."

Pasados unos años, y gracias a la infatigable constancia de su familía que buscaba salvar a su Mijail, un ligero suavizamiento del reglamento le permitió escribir a su hermana Tatiana una carta en la que Bakunin subrayaba sorprendentemente que sus ideas y esperanzas no habían variado nada:

"La cárcel ha sido buena para mí. Me ha dado tiempo libre y el hábito de reflexión y, por decirlo así, ha consolidado mi espíritu. Pero no ha cambiado ninguno de mis viejos sentimientos. Por el contrario, los ha hecho más ardientes, más absolutos que antes y, en lo sucesivo, todo lo que quede de mi vida podrá resumirse en una sola palabra: libertad".

Después de ocho años que habían convertido a Bakunin en un viejo obeso y desdentado, en 1857, la imprevista, aunque anhelada, gracia del zar, le envió al exilio a Siberia. Allí vivió Bakunin un período de tranquilidad. Se casó con Antonia, hija de un exiliado polaco. En 1861 se escapó y, a través de Japón y Estados Unidos, llegó a Londres junto Herzen y Ogareff.

Woodcock afirma que "aunque su cuerpo había envejecido espantosamente, la prisión y el exilio habían preservado su espíritu, de la misma manera que el hielo siberiano preserva la carne de los mamuts. Había vivido en un estado mental de animación suspendida, inmune a las desilusiones que los hombres libres habían sufrido en los años que mediaban". De hecho así lo reflejará su vida posterior. Bakunin no sólo sobrevivió a la prisión, sino que salió vivo, poseído por el diablo de la revuelta, animado por la pasión revolucionaria.

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