Movimiento de los Consejos Obreros en Alemania 1917-1921

x H. Canne Meijer

El presente documento fue publicado por vez primera en castellano por la editorial bilbaína Zero (1975), bajo el título "Movimiento de los Consejos obreros. Alemania 1917-21". El texto que aquí ofrecemos está, sin embargo, tomado del suplemento "Ad hoc" (pp. I-XII) de la revista barcelonesa "Tribuna de Europa", n. 24, 1998.

La revolución estalla

En noviembre de 1918 el frente alemán se derrumbó. Los soldados desertaron por millares. Toda la máquina de guerra se tambaleaba. No obstante, en Kiel los oficiales de la flota decidieron librar una última batalla para salvar el honor. Entonces los marinos se negaron a servir. Este no era su primer levantamiento, pero las tentativas precedentes habían sido reprimidas por las balas y las buenas palabras. Esta vez ya no había obstáculos inmediatos; la bandera roja fue alzada sobre un barco de guerra, después sobre los otros. Los marinos eligieron delegados que formaron un Consejo. A partir de ese momento los marinos estaban obligados a hacer todo lo posible para generalizar el movimiento. No habían querido morir en el combate contra el enemigo, pero continuaban en aislamiento, las tropas llamadas leales intervendrían y de nuevo habría combate, represión. Por este motivo los marineros desembarcaron y llegaron a Hamburgo; desde allí, por tren o cualquier otro medio, se dispersaron por toda Alemania.

El hecho liberador había sido realizado. Los acontecimientos se desencadenaban ahora rigurosamente. Hamburgo acogía a los marinos con entusiasmo; soldados y obreros se solidarizaban con ellos y elegían también sus Consejos. Aunque esta forma de organización era hasta entonces desconocida en la práctica, una amplia red de Consejos obreros y de Consejos de soldados cubrió rápidamente, en cuatro días, el país. Quizá habían oído hablar de los Soviets rusos de 1917, aunque, en este caso, habrían oído muy poco: la censura vigilaba. De todas formas, ningún partido, ninguna organización había propuesto nunca esta nueva forma de lucha.

Precursores de los Consejos

Sin embargo, durante la guerra, en Alemania, unos organismos bastante parecidos habían surgido en las fábricas. Eran formados, en el transcurso de las huelgas, por unos responsables elegidos, llamados hombres de confianza. Encargados por el sindicato de pequeñas funciones en el tajo, debían asegurar un lazo de unión entre la base y las centrales, transmitir a las mismas las reivindicaciones de los obreros. Durante la guerra estas reivindicaciones eran numerosas (las principales estribaban en la intensificación del trabajo y el aumento de los precios). Pero los sindicatos alemanes -como los de los otros países- habían constituido un frente único con el Gobierno a fin de garantizarle la paz social a cambio de pequeñas ventajas para los obreros y de la participación de los dirigentes sindicales en diversos organismos oficiales. Por eso los hombres de confianza llamaban a una puerta falsa. Los «cabezotas» eran, tarde o temprano, enviados al ejército en las unidades especiales. Era, pues, difícil tomar públicamente posición contra los sindicatos.

Los hombres de confianza dejaron de informar a las centrales sindicales (no merecía la pena), pero como la situación y, por consiguiente, las reivindicaciones obreras seguían como antes, aquéllos se reunían clandestinamente. En 1917, una oleada de huelgas salvajes invade el país. Estos movimientos espontáneos no estaban dirigidos por una organización estable y permanente; si se desarrollaban con una cierta sincronización, ello era debido a que habían sido precedidos de discusiones y de acuerdos entre diversas fábricas, lo que daba lugar a los contactos preliminares a las acciones por los hombres de confianza de las fábricas mismas.

En estos movimientos, provocados por una situación intolerable, en ausencia de toda organización a la que se le pudiese acordar una confianza, por limitada que fuese, las concepciones diferentes (social-demócrata, religiosa, liberal, anarquista, etc.) de los obreros debían desaparecer ante las necesidades momentáneas; las masas trabajadoras estaban obligadas a decidir por ellas mismas, sobre la base de la fábrica. En el otoño de 1918, estos movimientos, hasta entonces esporádicos y más o menos inconexos los unos en relación a los otros, tomaron una forma precisa y generalizada. Al lado de las administraciones clásicas (policía, abastecimientos, organización del trabajo, etc.), incluso -en parte- en lugar de ellas, los Consejos obreros tomaron el poder en los centros industriales importantes: Berlín, Hamburgo, Breme, en la Ruhr y en el centro de Alemania, en Saxe. Pero los resultados fueron escasos. ¿Por qué?

Una victoria fácil

Esta carencia de resultados proviene de la misma facilidad con que se formaron los Consejos obreros. El aparato del Estado había perdido toda autoridad; si se derrumbaba, por un lado y por otro, no era como consecuencia de una lucha encarnizada y voluntaria de los trabajadores. Su movimiento encontraba el vacío y se extendía sin dificultades, sin que fuese necesario combatir y reflexionar sobre este combate; el único objetivo del que se hablaba era el del conjunto de la población: la paz.

Existía una diferencia esencial con la revolución rusa. En Rusia, la primera ola revolucionaria, la Revolución de Febrero, barrió el régimen zarista; pero la guerra continuaba. El movimiento de los trabajadores unidos encontraba así una razón de acentuar su presión, de mostrarse audaz y decidido. Pero en Alemania la principal aspiración de la población, la paz, fue inmediatamente satisfecha; el poder imperial dejaba el sitio a la república. ¿Cómo sería esta república?

Antes de la guerra no había sobre este punto ninguna divergencia entre los trabajadores. La política obrera, tanto en la práctica como en la teoría, era hecha por el partido social-demócrata y los sindicatos, adoptada y aprobada por la mayoría de los trabajadores organizados. Para los miembros del movimiento socialista, formado en el transcurso de la lucha por la democracia parlamentaria y las reformas sociales, pensando únicamente en esta lucha, el Estado democrático burgués debía ser un día la palanca del socialismo. Bastaría con adquirir una mayoría en el Parlamento y los ministros socialistas nacionalizarían, paso por paso, la vida económica y social; así llegaría el socialismo.

También existía una corriente revolucionaria, siendo Karl Liebknecht y Rosa Luxembourg los representantes más conocidos. Sin embargo, esta corriente nunca desarrolló unas concepciones opuestas claramente al socialismo de Estado; como sólo constituía una oposición en el seno del viejo partido, desde el punto de vista de la base, esta corriente no se distinguía del conjunto.

Concepciones nuevas

Sin embargo, surgieron unas nuevas concepciones durante los grandes movimientos de masas de 1918-1921. Estas no fueron creadas por una pretendida vanguardia, sino por las mismas masas. En la práctica, la actividad independiente de los obreros y soldados había recibido su forma orgánica: los Consejos, nuevos órganos que actuaban en un sentido de clase. Y, puesto que hay un estrecho vínculo entre las formas tomadas por la lucha de clase y las concepciones del futuro, las viejas concepciones comenzaban a tambalearse. Ahora los trabajadores dirigían sus propias luchas fuera de los aparatos de los partidos y sindicatos; asimismo, tomaba cuerpo la idea de que las masas debían ejercer una influencia directa sobre la vida social por medio de los Consejos. Entonces habría «dictadura del proletariado», una dictadura que no sería ejercida por un partido, sino que sería la expresión de la unidad de toda la población trabajadora, al fin realizada. Cierto, esta organización de la sociedad no sería democrática en el sentido burgués del término, puesto que la parte de la población que no participase en la nueva organización de la vida social no tendría voz ni en las discusiones ni en las decisiones.

Decíamos que las viejas concepciones comenzaban a tambalearse. Pero pronto se hizo evidente que las tradiciones parlamentarias y sindicales estaban demasiado enraizadas en las masas para ser extirpadas en un plazo corto. La burguesía, el partido social-demócrata y los sindicatos se acogieron a estas tradiciones para combatir las nuevas concepciones. El partido, en particular, se regocijaba aparentemente de esta nueva forma con que las masas se imponían en la vida social. Incluso exigía que esta forma de poder directo fuese aprobada y codificada por una ley. Pero si éste les demostraba así su simpatía, el viejo movimiento obrero, todo él, reprochaba a los Consejos el no respetar la democracia, al mismo tiempo que los disculpaba parcialmente a causa de una falta de experiencia debida a su nacimiento espontáneo. En realidad, las viejas organizaciones pensaban que los Consejos no les dejaban un sitio suficientemente grande y veían en ellos unos organismos rivales. Al pronunciarse por la democracia obrera, los viejos partidos y los sindicatos reivindicaban, de hecho, que todas las corrientes del movimiento obrero estuviesen representadas dentro de los Consejos en proporción con la importancia numérica respectiva.

La trampa

La mayor parte de los trabajadores era incapaz de rebatir este argumento: correspondía muy bien a sus viejas costumbres. Los Consejos obreros reunieron, pues, representantes del partido social-demócrata, de los sindicatos, de los social-demócratas de izquierda, de las cooperativas de consumidores, etc., así como a los delegados de las fábricas. Es evidente que tales Consejos no eran los órganos de los equipos de trabajadores reunidos por la actividad en la fábrica sino unas formaciones salidas del viejo movimiento obrero trabajando en la restauración del capitalismo sobre la base del capitalismo de Estado democrático.

Eso significaba reducir a polvo los esfuerzos obreros. En efecto, los delegados de los Consejos ya no recibían las instrucciones de la masa, sino que éstas provenían de sus diferentes organizaciones. Exhortaban a los trabajadores para que respetasen e hiciesen reinar «el orden», proclamando que «en el desorden no hay socialismo». En estas condiciones los Consejos perdieron rápidamente todo su valor ante los obreros. Las instituciones burguesas se pusieron de nuevo en funcionamiento, sin preocuparse de la opinión de los Consejos; ése era precisamente el objetivo del viejo movimiento obrero.

El viejo movimiento obrero podía estar orgulloso de su victoria. La ley votada por el Parlamento fijaba detalladamente los derechos y deberes de los Consejos. Su tarea consistiría en vigilar la aplicación de las leyes sociales. Dicho de otra forma, los Consejos se transformaban en un resorte más del Estado, contribuyendo a su buen funcionamiento en vez de destruirlo. Cristalizadas en las masas, las tradiciones se revelaban más poderosas que los resultados de la acción espontánea.

A pesar de esta «revolución abortada», no se puede decir que la victoria de los elementos conservadores haya sido simple y fácil. La nueva orientación de los espíritus fue, a pesar de todo, bastante importante para que cientos de miles de obreros luchasen encarnizadamente para que los Consejos guardasen su carácter de nuevas unidades de clase. Hicieron falta cinco años de conflictos incesantes para que el movimiento de los Consejos fuese definitivamente vencido por el frente único de la burguesía, del viejo movimiento obrero y de los guardias blancos (formados por los halcones prusianos y los estudiantes reaccionarios).

Corrientes políticas

Se pueden distinguir, en líneas generales, cuatro corrientes políticas del lado de los obreros:

a) Los social-demócratas
Querían nacionalizar gradualmente las grandes industrias, utilizando la vía parlamentaria. Tendían igualmente a reservar a los sindicatos el papel de intermediarios exclusivos entre los trabajadores y el capital del Estado.

b) Los comunistas
Inspirados, más o menos, por el ejemplo ruso, preconizaban una expropiación directa de los capitalistas por las masas. Según ellos, los obreros revolucionarios tenían el deber de «conquistar» los sindicatos y «hacerlos revolucionarios».

c) Los anarco-sindicalistas
Se oponían a la toma del poder político y a todo Estado. Según ellos, los sindicatos representaban la fórmula del futuro; había que luchar para que los sindicatos tomasen una extensión suficientemente grande como para que pudiesen gestionar toda la vida económica. Uno de los teóricos más conocidos de esta corriente, Rudolf Rocker, escribía en 1920 que los sindicatos no debían ser considerados como un producto transitorio del capitalismo, sino como los gérmenes de una futura organización socialista de la sociedad. En 1919 pareció que la hora de este movimiento había llegado. Los sindicatos anarquistas crecieron después de la caída del Imperio alemán. En 1920 tenían alrededor de doscientos mil miembros.

d) No obstante, este año (1920) los efectivos de los sindicatos revolucionarios se redujeron. Una fracción bastante considerable de sus partidarios se dirigían ahora hacia otra forma de organización mejor adaptada a las condiciones de la lucha: la organización revolucionaria de la fábrica. Cada fábrica tenía, o debía tener, su propia organización que actuaba independientemente de las otras, y que incluso, al principio, no estaba conectada con ellas. Cada fábrica parecía una especie de «república independiente», encerrada sobre sí misma.

Sin duda, estos organismos de fábrica eran una realización de las masas; aunque es necesario hacer notar que aparecían en el contexto de una revolución, que si bien no estaba vencida, sí al menos estancada. Pronto se evidenció que los obreros no podían, por el momento, conquistar y organizar el poder económico y político por medio de los Consejos; sería necesario primero mantener una lucha sin piedad contra las fuerzas que se oponían a los Consejos. Los obreros revolucionarios comenzaron entonces a aunar sus propias fuerzas en todas las fábricas, a fin de mantener su influencia sobre la vida social. Mediante su propaganda se esforzaban en despertar la conciencia de los obreros, les invitaban a salir de los sindicatos y adherirse a la organizacion revolucionaria de fábrica; los obreros, en su totalidad, podrían entonces dirigir ellos mismos sus propias luchas y conquistar el poder económico y político sobre toda la sociedad.

Aparentemente, la clase obrera daba de esta forma un paso atrás en el terreno de su organización. Mientras que anteriormente el poder de los obreros estaba concentrado en algunas potentes organizaciones centralizadas, ahora se descomponía en centenas de pequeños grupos que reunían algunos centenares o millares de miembros, según la importancia de la fábrica. En realidad, esta forma era la única que permitía la instauración de un poder obrero directo; por eso, aunque relativamente pequeñas, estas nuevas organizaciones aterraban a la burguesía, a la social-democracia y a los sindicatos.

Desarrollo de las organizaciones de fábrica

Si estas organizaciones se mantenían aisladas entre sí, no era por cuestión de principios: su aparición se había efectuado, por uno y otro lado, de una forma espontánea y separada, en el transcurso de huelgas salvajes (entre los mineros del Ruhr en 1919, por ejemplo). Apareció una tendencia con vistas a unificar todos estos organismos y oponer un frente coherente a la burguesía y a sus acólitos. La iniciativa partió de los grandes puertos, Hamburgo y Breme; en abril de 1920 hubo una primera conferencia de unificación en Hannover; en ella participaron delegaciones provenientes de las principales regiones industrializadas de Alemania. La policía intervino y dispersó el Congreso. Pero llegó demasiado tarde. En efecto, la organización general unificada ya estaba fundada; ya estaban claros los más importantes principios de acción. Esta organización había tomado el nombre de Unión General de Trabajadores de Alemania: AAUD (Allgemeine Arbeiter Union Deutschlands). La AAUD tenía como principios esenciales la lucha contra los sindicatos y los Consejos de Empresa legales, así como el rechazo del parlamentarismo. Cada una de las organizaciones, miembro de la Unión, tenía derecho al máximo de independencia y a la mayor libertad para adoptar su táctica.

En esta época, en Alemania, los sindicatos contaban con un número de miembros superior al que habían tenido antes y al que tendrían después. Así, en 1920 los sindicatos de obediencia socialista reagrupaban casi ocho millones de cotizantes en 52 asociaciones sindicales; los sindicatos cristianos tenían más de un millón de adherentes, y los sindicatos «de casa», los amarillos, reunían cerca de trescientos mil. Por otro lado, había organizaciones anarcosindicalistas (FAUD) y también algunas otras que, un poco más tarde, se unirían a ISR (Internacional Sindical Roja, dependiente de Moscú). Al principio, la AAUD sólo reunió ochenta mil trabajadores (abril de 1920); pero su expansión fue rápida y a finales de 1920 su número llegó a trescientos mil. Algunas de las organizaciones que la componían afirmaban, ciertamente, una igual simpatía por FAUD o incluso por ISR. Pero a partir de diciembre de 1920 una serie de divergencias políticas provocaron una gran escisión en el seno de AAUD; numerosas asociaciones adherentes salieron de ella para formar una nueva organización, llamada unitaria: AAUDE. Después de esta ruptura, AAUD declaraba contar todavía con más de doscientos mil miembros en el momento de su cuarto congreso (junio de 1921). En realidad, estas cifras ya no eran tan exactas: en el mes de marzo de 1921, el fracaso de la insurrección de la Alemania central había decapitado y desmantelado literalmente la AAUD. Aún débil, la organización no pudo resistir de manera eficaz una enorme ola de represión policíaca y política.

El Partido Comunista Alemán (KPD)

Antes de examinar las diversas escisiones en el movimiento de las organizaciones de fábrica es necesario hablar del partido comunista. Durante la guerra el partido social-demócrata se mantuvo al lado -o más bien detrás- de las clases dirigentes e hizo todo lo posible para asegurarles «la paz social»; exceptuando, no obstante, una pequeña fracción de militantes y de funcionarios del partido, entre los cuales los más conocidos eran Rosa Luxembourg y Karl Liebknecht. Estos últimos hacían propaganda contra la guerra y criticaban violentamente las posiciones del partido social-demócrata. Y no estaban completamente solos. Además de su grupo, «Liga Spartacus», había, entre otros, los «Radicales de Izquierda» de Hamburgo o «Política Obrera» de Breme, además de los «Internacionalistas» de Dresde y de Francfort. Después de noviembre de 1918 y la caída del Imperio, estos grupos, formados en la escuela de la «Izquierda» social-demócrata, se pronunciaron por una lucha «en la calle» destinada a forjar una nueva organización política y que se orientase, en cierta forma, sobre ios pasos de la Revolución rusa. Finalmente se celebró en Berlín un Congreso de unificación y, desde el primer día, fue fundado el partido comunista (30-XII-18).

Este partido se convirtió rápidamente en un centro de reunión para muchos obreros revolucionarios que exigían «todo el poder para los Consejos obreros».

Hay que hacer notar que los fundadores del KPD constituyeron, en cierta forma, por derecho de nacimiento, los cuadros del nuevo partido; y ellos mismos introdujeron frecuentemente el espíritu de la vieja social-democracia. Los obreros que ahora afluían al KPD y que se preocupaban por la práctica de nuevas formas de lucha no siempre osaban afrontar a sus dirigentes, por respeto a la disciplina, y se plegaban frecuentemente a concepciones ya caducas.

El concepto «organizaciones de fábricas» contiene, en efecto, unas nociones muy diferentes. Puede designar, como pensaban los fundadores del KPD, una simple forma de organización, sin más, y, por tanto, sometida a instrucciones que son decididas fuera de ella: ésta era la vieja concepción. Pero también puede contener un conjunto totalmente diferente de actitudes y de mentalidades. En este nuevo sentido, la noción de organizaciones de fábricas implica un cambio total en las ideas admitidas hasta entonces a propósito de:

a) la unidad de la clase obrera;
b) la táctica de lucha;
c) las relaciones entre las masas y su dirección;
d) la dictadura del proletariado;
e) las relaciones entre Estado y sociedad;
f) el comunismo como sistema económico y político.

Estos problemas se planteaban en la práctica de las nuevas luchas; era necesario intentar resolverlos bajo pena de desaparecer en tanto que fuerzas nuevas. Por consiguiente, la necesidad de una renovación de ideas se imponía rápidamente, pero los cuadros del partido -aunque habían tenido el coraje de irse de sus antiguos puestos- no pensaban más que en reconstituir el nuevo partido copiando el modelo del antiguo y evitando los puntos de fricción. Por otro lado, no es necesario decir que las ideas nuevas sufrían de una falta de elaboración y de claridad, que no se presentaban como un conjunto armonioso, caído del cielo o de un cerebro superdotado. Más prosaicamente, provenían en parte del viejo fondo ideológico y lo nuevo se mezclaba con lo viejo. En suma, los jóvenes militantes del KPD no se oponían de forma masiva y resuelta a su dirección, pero eran débiles y estaban divididos en muchas cuestiones.

El parlamentarismo

El KPD desde su formación se dividió sobre el conjunto de problemas levantados por la nueva noción de «organizaciones de fábricas». El Gobierno provisional, dirigido por el social-demócrata Ebert, había anunciado las elecciones para una Asamblea Constituyente. ¿Debía el joven partido participar en estas elecciones, aunque sólo fuese para denunciarlas? Esta cuestión provocó discusiones muy vivas en el Congreso. Una gran mayoría de obreros exigía el rechazo de toda participación en las elecciones. Por el contrario, la dirección del partido (entre ellos Rosa Luxembourg y Liebknecht) se pronunciaba por una campaña electoral. La dirección perdió en las votaciones, la mayoría del partido se declaró antiparlamentaria. Según esta mayoría, la Asamblea Constituyente no tenía otro objetivo más que el de consolidar el poder de la burguesía dándole una base «legal». Al contrario, los elementos proletarios del KPD insistían sobre todo en «activar» los Consejos obreros existentes y por existir; querían valorizar la diferencia entre democracia parlamentaria y democracia obrera, difundiendo la consigna «todo el poder a los Consejos obreros».

La dirección del KPD no veía en este antiparlamentarismo una renovación, sino una regresión hacia las concepciones sindicalistas y anarquistas, como las que se manifestaron al principio del capitalismo industrial. En realidad, no tenía nada en común con el «sindicalismo revolucionario» y el «anarquismo». Incluso representaba, en muchos aspectos, la negación de éstos. Mientras que el antiparlamentarismo de los libertarios se apoyaba en el rechazo del poder político y en particular de la dictadura del proletariado, la nueva corriente lo consideraba como una condición necesaria para la toma del poder político. Se trataba, pues, de un antiparlamentarismo «marxista».

Los sindicatos

Sobre la cuestión de las actividades sindicales, la dirección del KPD tenía, naturalmente, una forma de ver diferente de la corriente de las «organizaciones de fábricas». Esto dio lugar igualmente a discusiones poco después del Congreso (y también del asesinato de Karl y Rosa).

Los propagandistas de los Consejos difundían la consigna: «¡Salid de los sindicatos, adheríos a las organizaciones de fábrica, formad Consejos obreros!». Pero la dirección del KPD declaraba: «¡Quedad en los sindicatos!». Esta no pensaba, es cierto, «conquistar» las centrales sindicales, pero creía que era posible «conquistar» la dirección de algunas ramas locales. Si este proyecto tomaba cuerpo se podían reunir estas organizaciones locales en una central nueva que sería revolucionaria. En esta cuestión la dirección del KPD obtuvo de nuevo una derrota. La mayor parte de sus secciones se negaron a aplicar sus instrucciones. Pero la direccion decidió mantener sus posiciones, aunque fuese a costa de excluir a la mayoría de sus miembros; en este asunto fue apoyada por el partido ruso y su jefe, Lenin, que escribió en esta ocasión el nefasto folleto sobre La enfermedad infantil.

Esta operación se realizó en el Congreso de Heidelberg (octubre de 1919), en el que por diversas maquinaciones la dirección consiguió excluir de forma «democrática» más de la mitad del partido... A partir de ese momento el partido comunista alemán llevaba a cabo su política parlamentaria y sindical (con resultados más bien lamentables); la exclusión de los revolucionarios le permitió unirse un poco más tarde (octubre de 1920) con una parte de los socialistas de izquierda (y de cuadruplicar en número, pero sólo durante tres años). Al mismo tiempo, el KPD perdía sus elementos más combativos y se sometía incondicionalmente a la voluntad de Moscú.

El Partido Obrero Comunista (KAPD)

Algún tiempo después los excluidos formaron un nuevo partido: el KAPD. Este partido mantenía estrechos contactos con la AAUD. En los movimientos de masas que tuvieron lugar en el transcurso de los años siguientes el KAPD fue una fuerza que se tuvo en cuenta. Se temía tanto su voluntad y su práctica de acciones directas y violentas como su crítica de los partidos y sindicatos, su denuncia de la explotación capitalista bajo todas sus formas, empezando por la fábrica, claro está; su prensa y sus diversas publicaciones se encontraban a menudo entre lo mejor que ofrecía la literatura marxista en esta época de decadencia del movimiento obrero marxista, y eso a pesar de que el KAPD arrastraba aún viejas tradiciones.

 
       

El KAPD y las divergencias en el seno de la AAUD

Dejemos ahora los partidos y volvamos a los movimientos de las «organizaciones de fábrica». Este joven movimiento demostraba que unos cambios muy importantes se habían producido en la conciencia del mundo obrero. Pero estas transformaciones habían tenido consecuencias muy variadas; diferentes corrientes de pensamiento se revelaban muy distintamente en la AAUD. El acuerdo era general sobre los puntos siguientes:

a) la nueva organización debía esforzarse en crecer;
b) su estructura debía ser concebida de forma que evitase la constitución de una nueva pandilla de dirigentes;
c) esta organización debía establecer la dictadura del proletariado cuando reuniese millones de miembros.

Dos puntos provocaban antagonismos insuperables:

a) necesidad o no de un partido político fuera de la AAUD;
b) gestión de la vida económica y social.

Al principio, AAUD sólo tenía unas relaciones bastante vagas con el KPD; por eso estas divergencias no tenían una trascendencia práctica. Las cosas cambiaron con la fundación del KAPD. La AAUD empezó a cooperar estrechamente con éste, y eso contra la voluntad de un gran número de sus miembros, sobre todo en Saxe, Francfort, Hamburgo, etc. (no hay que olvidar que Alemania estaba todavía extremadamente descentralizada, y esto repercutía sobre la vida de las organizaciones obreras). Los adversarios del KAPD denunciaron la formación en su seno de una «banda de dirigentes», y en diciembre de 1920 formaron la AAUDE (E: Einheitsorganisation, organización unitaria), que rechazaba todo aislamiento de una parte del proletariado dentro de una organización «especializada», un partido político.

La plataforma común

¿Cuáles eran los argumentos de las tres corrientes presentes en ese momento? Existía una convergencia de puntos de vista en el análisis del mundo moderno. En líneas generales, todo el mundo reconocía que la sociedad había cambiado: en el siglo XIX, el proletariado sólo formaba una minoría restringida dentro de la sociedad; no podía luchar solo y debía buscar apoyo en otras clases; de ahí provenía la estrategia democrática de Marx. Pero esos tiempos habían cambiado para siempre, al menos en los países desarrollados de Occidente. Aquí el proletariado constituía ahora la mayoría de la población, mientras que todas las capas de la burguesía se unificaban detrás del gran capital, ya unificado. En adelante la revolución era una tarea del proletariado exclusivamente. Y ésta era inevitable, pues el capitalismo ya había entrado en su crisis mortal (no olvidemos que este análisis data de los años 20 a 30).

Si la sociedad había cambiado, en Occidente al menos, entonces la concepción del comunismo debía cambiar también. Además se revelaba que las viejas ideas, aplicadas por las viejas organizaciones, representaban todo lo contrario de una emencipación social. Es lo que hacía resaltar, en 1924, Otto Ruehle, uno de los principales teóricos de la AAUDE:

«La nacionalización de los medios de producción, que continúa siendo el programa de la social-democracia, al mismo tiempo que el de los comunistas, no constituye la socialización. A través de la nacionalización de los medios de producción se puede llegar a un capitalismo de Estado fuertemente centralizado, que probablemente tendrá alguna superioridad sobre el capitalismo privado, pero que continuará siendo un capitalismo.»

El comunismo vendría como resultado de la acción de los obreros, de su lucha activa y sobre todo «por ellos mismos». Para ello primero tenían que crearse nuevas organizaciones. Pero ¿cómo serían esas organizaciones? Aquí las opiniones divergían y estos antagonismos conducían a escisiones. Estas fueron muchas. Mientras que la clase obrera dejaba progresivamente de ejercer una actividad revolucionaria y que sus organisrnos oficiales sólo ejecutaban acciones tan espectaculares como ridículas, aquellos que querían actuar no hacían más que expresar, y esto defendiéndose físicamente como podían, la descomposición general del movimiento obrero. No obstante, no es inútil recordar sus divergencias aquí.

La doble organización

El KAPD rechazaba la idea del partido de masa en el estilo leninista que prevaleció después de la Revolución rusa, y mantenía que un partido revolucionario era necesariamente el partido de una elite, pequeño, por tanto, pero basado en la calidad y no en la cantidad. El partido, reuniendo los elementos mejor educados del proletariado, debía actuar como un fermento dentro de las masas, es decir, difundir propaganda, mantener discusiones políticas, etc. La estrategia que recomendaba era la estrategia de clase contra clase, basada a la vez en la lucha en las fábricas y el levantamiento armado -incluso a veces como precedente a la acción terrorista (como acciones con bombas, asaltos de bancos, de vagones postales, fondos de fábricas, etc., frecuentes al comienzo de los años 20)-. La lucha en las fábricas, dirigidas por los comités de acción, tendrían por objeto crear la atmósfera y la conciencia de clase necesarias para las acciones de masa y llevar las masas de trabajadores, cada vez mayores, a movilizarse para las luchas decisivas.

Herman Gorter, uno de los principales teoricos de esta corriente, justificaba así la necesidad de un pequeño partido comunista:

«La mayor parte de los proletarios se hallan en la ignorancia. Tienen unas nociones de economía y de política muy débiles, no conocen casi nada de los acontecimientos nacionales e internacionales, de las relaciones que existen entre éstos y de la influencia que ejercen sobre la revolución. No pueden acceder al saber a causa de su situación de clase. Por eso no pueden actuar en el momento conveniente. Se equivocan muy frecuentemente.»

De esta forma el partido seleccionado tendría una misión educadora, desempeñaría el papel de catalizador en el plano de las ideas. Pero la tarea de reagrupar progresivamente a las masas, de organizarlas, sería para la AAUD, apoyada sobre una red de organizaciones de fábrica, y cuyo objetivo esencial sería combatir y arruinar la influencia de los sindicatos, por la propaganda, claro está, pero también y sobre todo mediante acciones encarnizadas, como «un grupo que muestra en su lucha lo que debe hacer la masa» (H. Gorter, Respuesta a Lenin, 1920). Finalmente, en el transcurso de la lucha revolucionaria, las organizaciones de fábrica se transformarían en Consejos obreros, englobando a todos los trabajadores y sometiéndoles directamente a su voluntad, a su control. En suma, la «dictadura del proletariado» sería una AAUD extendida por todo el conjunto de fábricas alemanas.

Los argumentos de la AAUDE

Opuesta al partido político separado de las organizaciones de fábrica, la AAUDE quería edificar una gran organización unitaria que tendría como tarea dirigir la lucha práctica directa de las masas y también, más tarde, asumir la gestión de la sociedad sobre la base de los Consejos obreros. De esta forma la nueva organización tendría unos objetivos económicos y políticos a la vez. Por un lado, esta concepción difería del «viejo sindicalismo revolucionario» que se afirmaba hostil a la constitución de un poder político específicamente obrero y a la dictadura del proletariado. Por otro, en la AAUDE, aun admitiendo que el proletariado es débil, dividido e ignorante, y que un aprendizaje continuo le es necesario, no veía la unidad de un partido de élite al estilo KAPD. Las organizaciones de fábrica bastaban para cumplir este papel de educación, ya que la libertad de palabra y de discusión estaba asegurada en ellas.

Es característico que la AAUDE dirigiese al KAPD una crítica en «el espíritu del KAP»: según la AAUDE, el KAPD era un partido centralizado, dotado de dirigentes profesionales y de redactores asalariados, que no se distinguía del partido comunista oficial nada más que por su rechazo del parlamentarismo; siendo la «doble organización» la aplicación de una política de «doble pesebre» para provecho de los dirigentes. La mayor parte de las tendencias de la AAUDE rechazaban la idea de dirigentes remunerados: «ni carnets, ni estatutos, ni nada de ese género», decían. Algunos llegaron incluso hasta fundar organizaciones antiorganizaciones...

En líneas generales, la AAUDE sostenía, pues, que si el proletariado es demasiado débil o demasiado ciego para tomar decisiones en el transcurso de sus luchas, no es una decisión tomada por un partido lo que podrá remediarlo. Nadie puede actuar en el lugar del proletariado, y éste debe, por sí mismo, superar sus propios defectos, y si no es así será vencido y pagará muy cara su derrota. La doble organización es una concepción caduca, un vestigio de la tradición: partido político y sindicato.

Esta separación entre las tres corrientes: KAPD, AAUD y AAUDE, tuvo consecuencias en la práctica. Así, cuando la insurrección de Alemania central, en 1921, que fue desencadenada y dirigida en gran parte por los elementos armados del KAPD (entonces reconocidos aún como simpatizantes de la III Internacional), la AAUDE se negó a participar en esta lucha destinada, según ella, a camuflar las dificultades rusas y la represión de Cronstadt.

A pesar de un desmenuzamiento continuo, que precipitaba polémicas muy vivas y muy frecuentemente embarulladas por cuestiones personales, y a pesar de las exageraciones provocadas por una decepción y una desesperación profundas, «el espíritu KAPD», es decir, la insistencia en la acción directa y violenta, la denuncia apasionada del capitalismo y de sus lugartenientes obreros de todo color político y sindical (comprendidos los «alcaldes de palacio» de Moscú), ejerció durante mucho tiempo una influencia sensible en las masas. Hay que añadir que todas estas tendencias disponían de una prensa importante, generalmente alimentada económicamente por medios ilegales, y que, frecuentemente reducidos al paro a causa de su comportamiento subversivo, sus miembros eran extremadamente activos en la calle, en las reuniones públicas, etc.

La decepción

Se había creído que el repentino crecimiento de las organizaciones de fábrica en 1919 y 1920 continuaría más o menos con la misma cadencia en el curso de las luchas futuras. Se había creído que las organizaciones de fábrica se convertirían en un gran movimiento de masas, reagrupando «millones y millones de comunistas conscientes», lo que contrarrestaría el poder de los sindicatos. Partiendo de esta justa hipótesis, que el proletariado sólo podía luchar y vencer como clase organizada, se pensaba que los trabajadores elaborarían en el transcurso del camino una nueva y siempre creciente organización permanente. En el crecimiento de la AAUD y de la AAUDE se podía medir el desarrollo de la combatividad y de la conciencia de clase.

Después de un período de expansión económica acelerado (1923-1929) se abrió un nuevo período que debía desembocar, en 1933, en la toma de poder, legal, de los hitlerianos. No obstante, la AAUD, el KAPD y la AAUDE se replegaban de más en más sobre ellas mismas. Al final sólo quedaban algunas centenas de miembros como vestigio de las grandes organizaciones de fábrica de antaño, lo que significaba la existencia de pequeños núcleos, acá y allá, sobre un total de veinte millones de proletarios. Las organizaciones de fábrica ya no eran organizaciones «generales» de trabajadores, sino núcleos de comunistas de los Consejos conscientes. A partir de ese momento, la AAUD y la AAUDE revestían el carácter de pequeños partidos políticos, aunque su prensa pretendiese lo contrario.

Las funciones

¿Es especialmente el pequeño número de sus miembros lo que transformó, a la larga, a las organizaciones de fábrica en partido político? No. Esto fue causado por un cambio de función. Aunque las organizaciones de fábrica nunca hubiesen proclamado como tarea dirigir huelgas, negociar con los patronos, formular reivindicaciones (esto era asunto de los huelguistas), la AAUD y la AAUDE eran organizaciones de lucha práctica. Se limitaban a actividades de propaganda y de apoyo. Aunque, una vez la huelga declarada, se ocupaban en gran parte de la organización de ésta; éstas organizaban las asambleas de huelga y los oradores eran frecuentemente miembros suyos. Pero la tarea de llevar las negociaciones con los patronos recaía sobre el comité de huelga en el que los miembros de las organizaciones de fábrica no representaban a su grupo como tal, sino a los huelguistas que les habían elegido y ante los que eran responsables.

El partido político KAPD tenía otra función. Su tarea consistía sobre todo en hacer propaganda y análisis económicos y políticos. En las elecciones hacía propaganda antiparlamentaria para denunciar la política burguesa de los otros partidos, haciendo una llamada a formar comités de acción en las fábricas, en los mercados, entre los parados, etc., cuyo objetivo era incitar a las masas, que «buscan instintivamente nuevos horizonte», para liberarse de las viejas organizaciones.

Cambio de función

Pero de hecho, después del triunfo de la sangrienta represión de 1921 y con la ola de prosperidad que no tardó en manifestarse, estas funciones se hicieron puramente teóricas. A partir de entonces, la actividad de estas organizaciones fue reducida a la propaganda pura y al análisis, es decir, a una actividad de grupo político. Desalentados por la ausencia de perspectivas revolucionarias, la mayor parte de los miembros de la organización se fueron de ella. La reducción de los efectivos tuvo también como consecuencia que la fábrica no constituyese ya la base de la organización. Se reunían sobre la base del barrio, en una cervecería, donde a veces se cantaba, a la alemana, en coro, lentamente, los viejos cantos obreros de esperanza y de cólera.

Ya no había grandes diferencias entre el KAPD, la AAUD y la AAUDE. Los miembros de la AAUD y del KAPD se encontraban asistiendo los mismos a reuniones nominalmente diferentes y los de la AAUDE eran miembros de un grupo político, aunque le diesen otro nombre. Anton Pannekoek, el marxista holandés que fue uno de los inspiradores teóricos de todos ellos (pero sobre todo del KAPD), escribía en 1927 a propósito de esto:

«La AAUD, igual que el KAPD, constituye esencialmente una organización que tiene como fin inmediato la revolución. En otros tiempos nadie hubiese pensado en formar una organización similar en un período de decadencia de la revolución. Pero ésta ha sobrevivido a los años revolucionarios; los trabajadores que antaño la fundaron y que combatieron bajo su bandera no quieren dejar que se pierda esta experiencia de lucha y la conservan como un vástago para el futuro.»

En consecuencia, había tres partidos políticos del mismo color; ello quería decir que sobraban dos. Con el aumento de los peligros, mientras que se afirmaba la incalificable cobardía de las viejas y supuestas potentes organizaciones obreras, mientras que los nazis comenzaban triunfalmente el camino que debía conducirles a donde hoy sabemos, la AAUD, en diciembre de 1931, ya separada del KAPD, se fusionó con la AAUDE; sólo algunos elementos se mantuvieron en el KAPD y algunos otros de la AAUDE se marcharon a las filas anarquistas. Pero la mayor parte de los supervivientes de las organizaciones de fábrica se agruparon en la nueva organización, la KAUD (Kommunistische Arbeiter Union, Unión Obrera Comunista), expresando así la idea de que esta última no constituía una organización «general» (como era el caso en la AAUD, por ejemplo) que reunía a todos los trabajadores animados por una voluntad revolucionaria, sino a trabajadores comunistas conscientes.

La clase organizada

La KAUD expresaba, por tanto, el cambio intervenido en las concepciones de la organización. Este cambio tenía un sentido; hay que recordar el significado que tenía hasta entonces la noción de «clase organizada». La AAUD y la AAUDE habían creído al principio que serían ellas las que organizarían a la clase obrera, que millones de obreros se adherirían a su organización. En realidad, era una idea muy próxima a la de los sindicalistas revolucionarios de antaño que esperaban ver a todos los trabajadores adherirse a sus sindicatos: entonces la clase obrera sería al fin una clase organizada.

Ahora la KAUD incitaba a los obreros a organizarse por sí mismos en sus comités de acción y a crear contactos entre estos comités. Dicho de otra forma, la lucha de clase «organizada» ya no dependía de una organización construida previamente a la lucha. En esta nueva concepción, la «clase organizada» era la clase obrera luchando bajo su propia dirección.

Este cambio de concepción tenía consecuencias en relación con muchas cuestiones: la dictadura del proletariado, por ejemplo. En efecto, puesto que la «lucha organizada» no era algo exclusivo de las organizaciones especializadas en su dirección, éstas no podían ser consideradas como órganos de la dictadura del proletariado. Al mismo tiempo desaparecía el problema que hasta entonces había causado múltiples conflictos: ¿quién entre el KAPD y la AAUD debía ejercer u organizar el poder? La dictadura del proletariado ya no sería patrimonio de organizaciones especializadas, sino que se encontraría en manos de la clase en lucha, asumiendo todos los aspectos, todas las funciones de la lucha. La tarea de la nueva organización, la KAUD, se reduciría, pues, a una propaganda comunista, clarificando los objetivos, incitando a la clase obrera a la lucha contra los capitalistas y las viejas organizaciones, en primer lugar, por medio de la huelga salvaje, mostrándole al mismo tiempo sus puntos fuertes y sus debilidades. Esta actividad no era menos indispensable. La mayor parte de los miembros de la KAUD continuaban pensando que «sin una organización revolucionaria capaz de combatir duramente no podía haber situación revolucionaria, como lo han demostrado la Revolución rusa de 1917 y, en sentido contrario, la Revolución alemana de 1918» (Rättekorrespondenz, n. 2, XI/1932).

La sociedad comunista y las organizaciones de fábrica

Esta evolución en las ideas debía acompañarse necesariamente de una revisión de las nociones sobre la sociedad comunista admitidas hasta entonces. De una forma general, la ideología que dominaba en los medios políticos y en las masas estaba basada en la creación de un capitalismo de Estado. Evidentemente, había una multitud de pequeñas diferencias, pero toda esta ideología podía resumirse en algunos principios muy sencillos: el Estado, a través de las nacionalizaciones, de la economía dirigida, de las reformas sociales, etc, representa la palanca que permite realizar el socialismo, mientras que la acción parlamentaria y sindical representa los medios esenciales de lucha. Luego los trabajadores no luchan como una clase independiente dirigiéndose ante todo a realizar sus propios fines, sino que deben confiar «la gestión y la dirección de la lucha de clase» a los jefes parlamentarios y sindicales. Según esta ideología, se puede deducir sin esfuerzo qué partidos y sindicatos servirán de elementos de base al Estado obrero y asumirán en común la gestión de la sociedad comunista del futuro.

En el transcurso de la primera fase, aquella que siguió al fracaso de los intentos revolucionarios en Alemania, esta tradición impregnaba fuertemente todavía las concepciones de la AAUD, del KAPD y de la AAUDE. Los tres se manifestaban partidarios de una organización que agrupase «a millones y millones» de miembros, a fin de ejercer la dictadura política y económica del proletariado. Así, en 1922 la AAUD declaraba que estaba en condiciones de asumir, tomando como base a sus efectivos, «la gestión de un 6 % de las fábricas» alemanas.

Pero estas concepciones se tambaleaban ahora. Como hemos visto, centenares de organizaciones de fábrica, reunidas y coordinadas por la AAUD y la AAUDE, reclamaban el máximo de independencia en cuanto a las decisiones a tomar y se esmeraban en evitar la formación de una «nueva banda de dirigentes». ¿Sería posible conservar esta independencia en el seno de la vida social comunista? La vida económica está altamente especializada y todas las empresas son estrechamente interdependientes. ¿Cómo se podría administrar la vida económica si la producción y la distribución de las riquezas sociales no eran organizadas por unos aparatos centralizados? ¿No era indispensable el Estado, como regulador de la producción y organizador de la distribución?

Había aquí una contradicción entre las viejas concepciones de la sociedad comunista y la nueva forma de lucha que ahora se preconizaba. Se temía la centralización económica y sus consecuencias, claramente demostradas por los hechos; pero se ignoraba cómo podría remediarse esto. La discusión se centraba en la necesidad y en el mayor o menor grado de «federalismo» o de «centralismo». La AAUDE se inclinaba más bien por el federalismo; el KAPD-AAUD tendía más al centralismo. En 1923, Karl Schroeder (1884-1950), teórico del KAPD, proclamaba que «cuanto más centralizada esté la sociedad comunista, mejor será».

De hecho, mientras se permaneciese sobre la base de las viejas concepciones de la «clase organizada», esta contradicción era irresoluble. Por un lado, se aproximaban, más o menos, a las viejas concepciones del sindicalismo revolucionario, la «toma» en mano de las fábricas por los sindicatos; por otro, como los bolcheviques, se pensaba que un aparato centralizador, el Estado, debía regular el proceso de producción y repartir «la renta nacional» entre los obreros.

Sin embargo, una discusión sobre la sociedad comunista, partiendo del dilema «federalismo o centralismo», es absolutamente estéril. Estos problemas son cuestiones de organización, problemas técnicos, mientras que la sociedad comunista es, ante todo, un problema económico. Al capitalismo le debe suceder otro sistema económico en el que los medios de producción, los productos, la fuerza de trabajo no tengan ya la forma de «valor», haciendo que la explotación de la población trabajadora en beneficio de las capas privilegiadas desaparezca. La discusión sobre «federalismo o centralismo» no tiene sentido si antes no se ha definido cuál será la base económica de ese «federalismo» o «centralismo». En efecto, las formas de organización de una economía dada no son arbitrarias, se derivan de los mismos principios de esta economía. Así, el principio de provecho y de plusvalía, de su apropiación privada o colectiva se encuentra en la base de todas las formas adoptadas por una economía capitalista. Por eso es insuficiente el presentar la economía comunista como un sistema negativo: ni dinero, ni mercado, ni propiedad privada ni estatal. Es necesario esclarecer su carácter de sistema positivo y mostrar cuáles serán las leyes económicas que sucederán a las del capitalismo. Una vez hecho esto, es probable que la alternativa entre «federalismo» y «centralismo» aparezca como un falso problema.

El fin del movimiento en Alemania

Antes de examinar más largamente esta cuestión, no es inútil recordar el destino, en la práctica, de la corriente salida de las organizaciones revolucionarias de fábrica.

La AAUD comenzó a desligarse del KAPD hacia finales de 1929. Su prensa preconizaba entonces una «táctica suave»: el apoyo de las luchas obreras que únicamente tenían como fin unas reivindicaciones salariales y mejoras de las condiciones y horarios de trabajo. Más rígido, el KAPD veía en esta táctica el comienzo de un desliz hacia la colaboración de clases, «la política del chalaneo». Un poco más tarde, algunos kapistas llegaron incluso a preconizar el terrorismo individual como medio para llevar a las masas hacia la conciencia de clase. Marinus van der Lubbe, que, actuando solo, incendió el Reichstag, estaba en contacto con esta corriente. Incendiando el edificio que ocupaba el Parlamento, quería, mediante este gesto simbólico, incitar a los obreros a salir de su letargo político...

Ni una ni otra tácticas tuvieron resultados. Alemania sufría entonces una crisis económica de una extrema profundidad, abundaban los parados: no había huelgas salvajes, aunque es cierto que nadie se preocupaba de las consignas sindicales, los sindicatos colaboraban estrechamente con los patronos y el Estado. La prensa de los comunistas de los Consejos era secuestrada frecuentemente; pero de todas formas sus llamadas a la formación de comités autónomos de acción no tenían eco alguno. Ironía de la historia: la única huelga salvaje grande de esta época, la de los transportes berlineses (1932), fue sostenida por los «bonzos» estalinistas y hitlerianos contra los «bonzos» socialistas de los sindicatos.

Después de la subida legal de Hitler al poder los militantes de las diversas tendencias fueron perseguidos y encerrados en campos de concentración, donde muchos de ellos desaparecieron. En 1945, algunos supervivientes fueron ejecutados por orden de la GPU al entrar en Saxe el ejército ruso. Todavía en 1952, en Berlín oeste, un antiguo jefe de la AAUD, Alfred Weilard, era raptado en plena calle y transferido al Este para ser condenado a una larga pena de cárcel.

Actualmente no queda rastro en Alemania de las diversas corrientes del comunismo. La liquidación de los hombres ha ocasionado que también lo fuesen las ideas que ellos defendían; mientras que la expansión y la prosperidad orientaban los espíritus en otras direcciones. Y, como ya se sabe, solamente en estos últimos años estas concepciones propias de la acción de masa extraparlamentaria y extrasindical han tenido un nuevo auge, sin que se pueda hablar de «filiación» ideológica directa.

 
   
 

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