El KAPD y las divergencias en el seno de la AAUD Dejemos ahora los partidos y volvamos a los movimientos de las «organizaciones de fábrica». Este joven movimiento demostraba que unos cambios muy importantes se habían producido en la conciencia del mundo obrero. Pero estas transformaciones habían tenido consecuencias muy variadas; diferentes corrientes de pensamiento se revelaban muy distintamente en la AAUD. El acuerdo era general sobre los puntos siguientes: a) la nueva organización debía esforzarse en crecer; Dos puntos provocaban antagonismos insuperables: a) necesidad o no de un partido político fuera de la AAUD; Al principio, AAUD sólo tenía unas relaciones bastante vagas con el KPD; por eso estas divergencias no tenían una trascendencia práctica. Las cosas cambiaron con la fundación del KAPD. La AAUD empezó a cooperar estrechamente con éste, y eso contra la voluntad de un gran número de sus miembros, sobre todo en Saxe, Francfort, Hamburgo, etc. (no hay que olvidar que Alemania estaba todavía extremadamente descentralizada, y esto repercutía sobre la vida de las organizaciones obreras). Los adversarios del KAPD denunciaron la formación en su seno de una «banda de dirigentes», y en diciembre de 1920 formaron la AAUDE (E: Einheitsorganisation, organización unitaria), que rechazaba todo aislamiento de una parte del proletariado dentro de una organización «especializada», un partido político. La plataforma común ¿Cuáles eran los argumentos de las tres corrientes presentes en ese momento? Existía una convergencia de puntos de vista en el análisis del mundo moderno. En líneas generales, todo el mundo reconocía que la sociedad había cambiado: en el siglo XIX, el proletariado sólo formaba una minoría restringida dentro de la sociedad; no podía luchar solo y debía buscar apoyo en otras clases; de ahí provenía la estrategia democrática de Marx. Pero esos tiempos habían cambiado para siempre, al menos en los países desarrollados de Occidente. Aquí el proletariado constituía ahora la mayoría de la población, mientras que todas las capas de la burguesía se unificaban detrás del gran capital, ya unificado. En adelante la revolución era una tarea del proletariado exclusivamente. Y ésta era inevitable, pues el capitalismo ya había entrado en su crisis mortal (no olvidemos que este análisis data de los años 20 a 30). Si la sociedad había cambiado, en Occidente al menos, entonces la concepción del comunismo debía cambiar también. Además se revelaba que las viejas ideas, aplicadas por las viejas organizaciones, representaban todo lo contrario de una emencipación social. Es lo que hacía resaltar, en 1924, Otto Ruehle, uno de los principales teóricos de la AAUDE: «La nacionalización de los medios de producción, que continúa siendo el programa de la social-democracia, al mismo tiempo que el de los comunistas, no constituye la socialización. A través de la nacionalización de los medios de producción se puede llegar a un capitalismo de Estado fuertemente centralizado, que probablemente tendrá alguna superioridad sobre el capitalismo privado, pero que continuará siendo un capitalismo.» El comunismo vendría como resultado de la acción de los obreros, de su lucha activa y sobre todo «por ellos mismos». Para ello primero tenían que crearse nuevas organizaciones. Pero ¿cómo serían esas organizaciones? Aquí las opiniones divergían y estos antagonismos conducían a escisiones. Estas fueron muchas. Mientras que la clase obrera dejaba progresivamente de ejercer una actividad revolucionaria y que sus organisrnos oficiales sólo ejecutaban acciones tan espectaculares como ridículas, aquellos que querían actuar no hacían más que expresar, y esto defendiéndose físicamente como podían, la descomposición general del movimiento obrero. No obstante, no es inútil recordar sus divergencias aquí. La doble organización El KAPD rechazaba la idea del partido de masa en el estilo leninista que prevaleció después de la Revolución rusa, y mantenía que un partido revolucionario era necesariamente el partido de una elite, pequeño, por tanto, pero basado en la calidad y no en la cantidad. El partido, reuniendo los elementos mejor educados del proletariado, debía actuar como un fermento dentro de las masas, es decir, difundir propaganda, mantener discusiones políticas, etc. La estrategia que recomendaba era la estrategia de clase contra clase, basada a la vez en la lucha en las fábricas y el levantamiento armado -incluso a veces como precedente a la acción terrorista (como acciones con bombas, asaltos de bancos, de vagones postales, fondos de fábricas, etc., frecuentes al comienzo de los años 20)-. La lucha en las fábricas, dirigidas por los comités de acción, tendrían por objeto crear la atmósfera y la conciencia de clase necesarias para las acciones de masa y llevar las masas de trabajadores, cada vez mayores, a movilizarse para las luchas decisivas. Herman Gorter, uno de los principales teoricos de esta corriente, justificaba así la necesidad de un pequeño partido comunista: «La mayor parte de los proletarios se hallan en la ignorancia. Tienen unas nociones de economía y de política muy débiles, no conocen casi nada de los acontecimientos nacionales e internacionales, de las relaciones que existen entre éstos y de la influencia que ejercen sobre la revolución. No pueden acceder al saber a causa de su situación de clase. Por eso no pueden actuar en el momento conveniente. Se equivocan muy frecuentemente.» De esta forma el partido seleccionado tendría una misión educadora, desempeñaría el papel de catalizador en el plano de las ideas. Pero la tarea de reagrupar progresivamente a las masas, de organizarlas, sería para la AAUD, apoyada sobre una red de organizaciones de fábrica, y cuyo objetivo esencial sería combatir y arruinar la influencia de los sindicatos, por la propaganda, claro está, pero también y sobre todo mediante acciones encarnizadas, como «un grupo que muestra en su lucha lo que debe hacer la masa» (H. Gorter, Respuesta a Lenin, 1920). Finalmente, en el transcurso de la lucha revolucionaria, las organizaciones de fábrica se transformarían en Consejos obreros, englobando a todos los trabajadores y sometiéndoles directamente a su voluntad, a su control. En suma, la «dictadura del proletariado» sería una AAUD extendida por todo el conjunto de fábricas alemanas. Los argumentos de la AAUDE Opuesta al partido político separado de las organizaciones de fábrica, la AAUDE quería edificar una gran organización unitaria que tendría como tarea dirigir la lucha práctica directa de las masas y también, más tarde, asumir la gestión de la sociedad sobre la base de los Consejos obreros. De esta forma la nueva organización tendría unos objetivos económicos y políticos a la vez. Por un lado, esta concepción difería del «viejo sindicalismo revolucionario» que se afirmaba hostil a la constitución de un poder político específicamente obrero y a la dictadura del proletariado. Por otro, en la AAUDE, aun admitiendo que el proletariado es débil, dividido e ignorante, y que un aprendizaje continuo le es necesario, no veía la unidad de un partido de élite al estilo KAPD. Las organizaciones de fábrica bastaban para cumplir este papel de educación, ya que la libertad de palabra y de discusión estaba asegurada en ellas. Es característico que la AAUDE dirigiese al KAPD una crítica en «el espíritu del KAP»: según la AAUDE, el KAPD era un partido centralizado, dotado de dirigentes profesionales y de redactores asalariados, que no se distinguía del partido comunista oficial nada más que por su rechazo del parlamentarismo; siendo la «doble organización» la aplicación de una política de «doble pesebre» para provecho de los dirigentes. La mayor parte de las tendencias de la AAUDE rechazaban la idea de dirigentes remunerados: «ni carnets, ni estatutos, ni nada de ese género», decían. Algunos llegaron incluso hasta fundar organizaciones antiorganizaciones... En líneas generales, la AAUDE sostenía, pues, que si el proletariado es demasiado débil o demasiado ciego para tomar decisiones en el transcurso de sus luchas, no es una decisión tomada por un partido lo que podrá remediarlo. Nadie puede actuar en el lugar del proletariado, y éste debe, por sí mismo, superar sus propios defectos, y si no es así será vencido y pagará muy cara su derrota. La doble organización es una concepción caduca, un vestigio de la tradición: partido político y sindicato. Esta separación entre las tres corrientes: KAPD, AAUD y AAUDE, tuvo consecuencias en la práctica. Así, cuando la insurrección de Alemania central, en 1921, que fue desencadenada y dirigida en gran parte por los elementos armados del KAPD (entonces reconocidos aún como simpatizantes de la III Internacional), la AAUDE se negó a participar en esta lucha destinada, según ella, a camuflar las dificultades rusas y la represión de Cronstadt. A pesar de un desmenuzamiento continuo, que precipitaba polémicas muy vivas y muy frecuentemente embarulladas por cuestiones personales, y a pesar de las exageraciones provocadas por una decepción y una desesperación profundas, «el espíritu KAPD», es decir, la insistencia en la acción directa y violenta, la denuncia apasionada del capitalismo y de sus lugartenientes obreros de todo color político y sindical (comprendidos los «alcaldes de palacio» de Moscú), ejerció durante mucho tiempo una influencia sensible en las masas. Hay que añadir que todas estas tendencias disponían de una prensa importante, generalmente alimentada económicamente por medios ilegales, y que, frecuentemente reducidos al paro a causa de su comportamiento subversivo, sus miembros eran extremadamente activos en la calle, en las reuniones públicas, etc. La decepción Se había creído que el repentino crecimiento de las organizaciones de fábrica en 1919 y 1920 continuaría más o menos con la misma cadencia en el curso de las luchas futuras. Se había creído que las organizaciones de fábrica se convertirían en un gran movimiento de masas, reagrupando «millones y millones de comunistas conscientes», lo que contrarrestaría el poder de los sindicatos. Partiendo de esta justa hipótesis, que el proletariado sólo podía luchar y vencer como clase organizada, se pensaba que los trabajadores elaborarían en el transcurso del camino una nueva y siempre creciente organización permanente. En el crecimiento de la AAUD y de la AAUDE se podía medir el desarrollo de la combatividad y de la conciencia de clase. Después de un período de expansión económica acelerado (1923-1929) se abrió un nuevo período que debía desembocar, en 1933, en la toma de poder, legal, de los hitlerianos. No obstante, la AAUD, el KAPD y la AAUDE se replegaban de más en más sobre ellas mismas. Al final sólo quedaban algunas centenas de miembros como vestigio de las grandes organizaciones de fábrica de antaño, lo que significaba la existencia de pequeños núcleos, acá y allá, sobre un total de veinte millones de proletarios. Las organizaciones de fábrica ya no eran organizaciones «generales» de trabajadores, sino núcleos de comunistas de los Consejos conscientes. A partir de ese momento, la AAUD y la AAUDE revestían el carácter de pequeños partidos políticos, aunque su prensa pretendiese lo contrario. Las funciones ¿Es especialmente el pequeño número de sus miembros
lo que transformó, a la larga, a las organizaciones de fábrica
en partido político? No. Esto fue causado por un cambio de función.
Aunque las organizaciones de fábrica nunca hubiesen proclamado
como tarea dirigir huelgas, negociar con los patronos, formular reivindicaciones
(esto era asunto de los huelguistas), la AAUD y la AAUDE eran organizaciones
de lucha práctica. Se limitaban a actividades de propaganda y de
apoyo. Aunque, una vez la huelga declarada, se ocupaban en gran parte
de la organización de ésta; éstas organizaban las
asambleas de huelga y los oradores eran frecuentemente miembros suyos.
Pero la tarea de llevar las negociaciones con los patronos recaía
sobre el comité de huelga en el que los miembros de las organizaciones
de fábrica no representaban a su grupo como tal, sino a los huelguistas
que les habían elegido y ante los que eran responsables. Cambio de función Pero de hecho, después del triunfo de la sangrienta represión de 1921 y con la ola de prosperidad que no tardó en manifestarse, estas funciones se hicieron puramente teóricas. A partir de entonces, la actividad de estas organizaciones fue reducida a la propaganda pura y al análisis, es decir, a una actividad de grupo político. Desalentados por la ausencia de perspectivas revolucionarias, la mayor parte de los miembros de la organización se fueron de ella. La reducción de los efectivos tuvo también como consecuencia que la fábrica no constituyese ya la base de la organización. Se reunían sobre la base del barrio, en una cervecería, donde a veces se cantaba, a la alemana, en coro, lentamente, los viejos cantos obreros de esperanza y de cólera. Ya no había grandes diferencias entre el KAPD, la AAUD y la AAUDE. Los miembros de la AAUD y del KAPD se encontraban asistiendo los mismos a reuniones nominalmente diferentes y los de la AAUDE eran miembros de un grupo político, aunque le diesen otro nombre. Anton Pannekoek, el marxista holandés que fue uno de los inspiradores teóricos de todos ellos (pero sobre todo del KAPD), escribía en 1927 a propósito de esto: «La AAUD, igual que el KAPD, constituye esencialmente una organización que tiene como fin inmediato la revolución. En otros tiempos nadie hubiese pensado en formar una organización similar en un período de decadencia de la revolución. Pero ésta ha sobrevivido a los años revolucionarios; los trabajadores que antaño la fundaron y que combatieron bajo su bandera no quieren dejar que se pierda esta experiencia de lucha y la conservan como un vástago para el futuro.» En consecuencia, había tres partidos políticos del mismo color; ello quería decir que sobraban dos. Con el aumento de los peligros, mientras que se afirmaba la incalificable cobardía de las viejas y supuestas potentes organizaciones obreras, mientras que los nazis comenzaban triunfalmente el camino que debía conducirles a donde hoy sabemos, la AAUD, en diciembre de 1931, ya separada del KAPD, se fusionó con la AAUDE; sólo algunos elementos se mantuvieron en el KAPD y algunos otros de la AAUDE se marcharon a las filas anarquistas. Pero la mayor parte de los supervivientes de las organizaciones de fábrica se agruparon en la nueva organización, la KAUD (Kommunistische Arbeiter Union, Unión Obrera Comunista), expresando así la idea de que esta última no constituía una organización «general» (como era el caso en la AAUD, por ejemplo) que reunía a todos los trabajadores animados por una voluntad revolucionaria, sino a trabajadores comunistas conscientes. La clase organizada La KAUD expresaba, por tanto, el cambio intervenido en las concepciones de la organización. Este cambio tenía un sentido; hay que recordar el significado que tenía hasta entonces la noción de «clase organizada». La AAUD y la AAUDE habían creído al principio que serían ellas las que organizarían a la clase obrera, que millones de obreros se adherirían a su organización. En realidad, era una idea muy próxima a la de los sindicalistas revolucionarios de antaño que esperaban ver a todos los trabajadores adherirse a sus sindicatos: entonces la clase obrera sería al fin una clase organizada. Ahora la KAUD incitaba a los obreros a organizarse por sí mismos en sus comités de acción y a crear contactos entre estos comités. Dicho de otra forma, la lucha de clase «organizada» ya no dependía de una organización construida previamente a la lucha. En esta nueva concepción, la «clase organizada» era la clase obrera luchando bajo su propia dirección. Este cambio de concepción tenía consecuencias en relación con muchas cuestiones: la dictadura del proletariado, por ejemplo. En efecto, puesto que la «lucha organizada» no era algo exclusivo de las organizaciones especializadas en su dirección, éstas no podían ser consideradas como órganos de la dictadura del proletariado. Al mismo tiempo desaparecía el problema que hasta entonces había causado múltiples conflictos: ¿quién entre el KAPD y la AAUD debía ejercer u organizar el poder? La dictadura del proletariado ya no sería patrimonio de organizaciones especializadas, sino que se encontraría en manos de la clase en lucha, asumiendo todos los aspectos, todas las funciones de la lucha. La tarea de la nueva organización, la KAUD, se reduciría, pues, a una propaganda comunista, clarificando los objetivos, incitando a la clase obrera a la lucha contra los capitalistas y las viejas organizaciones, en primer lugar, por medio de la huelga salvaje, mostrándole al mismo tiempo sus puntos fuertes y sus debilidades. Esta actividad no era menos indispensable. La mayor parte de los miembros de la KAUD continuaban pensando que «sin una organización revolucionaria capaz de combatir duramente no podía haber situación revolucionaria, como lo han demostrado la Revolución rusa de 1917 y, en sentido contrario, la Revolución alemana de 1918» (Rättekorrespondenz, n. 2, XI/1932). La sociedad comunista y las organizaciones de fábrica Esta evolución en las ideas debía acompañarse necesariamente de una revisión de las nociones sobre la sociedad comunista admitidas hasta entonces. De una forma general, la ideología que dominaba en los medios políticos y en las masas estaba basada en la creación de un capitalismo de Estado. Evidentemente, había una multitud de pequeñas diferencias, pero toda esta ideología podía resumirse en algunos principios muy sencillos: el Estado, a través de las nacionalizaciones, de la economía dirigida, de las reformas sociales, etc, representa la palanca que permite realizar el socialismo, mientras que la acción parlamentaria y sindical representa los medios esenciales de lucha. Luego los trabajadores no luchan como una clase independiente dirigiéndose ante todo a realizar sus propios fines, sino que deben confiar «la gestión y la dirección de la lucha de clase» a los jefes parlamentarios y sindicales. Según esta ideología, se puede deducir sin esfuerzo qué partidos y sindicatos servirán de elementos de base al Estado obrero y asumirán en común la gestión de la sociedad comunista del futuro. En el transcurso de la primera fase, aquella que siguió al fracaso de los intentos revolucionarios en Alemania, esta tradición impregnaba fuertemente todavía las concepciones de la AAUD, del KAPD y de la AAUDE. Los tres se manifestaban partidarios de una organización que agrupase «a millones y millones» de miembros, a fin de ejercer la dictadura política y económica del proletariado. Así, en 1922 la AAUD declaraba que estaba en condiciones de asumir, tomando como base a sus efectivos, «la gestión de un 6 % de las fábricas» alemanas. Pero estas concepciones se tambaleaban ahora. Como hemos visto, centenares de organizaciones de fábrica, reunidas y coordinadas por la AAUD y la AAUDE, reclamaban el máximo de independencia en cuanto a las decisiones a tomar y se esmeraban en evitar la formación de una «nueva banda de dirigentes». ¿Sería posible conservar esta independencia en el seno de la vida social comunista? La vida económica está altamente especializada y todas las empresas son estrechamente interdependientes. ¿Cómo se podría administrar la vida económica si la producción y la distribución de las riquezas sociales no eran organizadas por unos aparatos centralizados? ¿No era indispensable el Estado, como regulador de la producción y organizador de la distribución? Había aquí una contradicción entre las viejas concepciones de la sociedad comunista y la nueva forma de lucha que ahora se preconizaba. Se temía la centralización económica y sus consecuencias, claramente demostradas por los hechos; pero se ignoraba cómo podría remediarse esto. La discusión se centraba en la necesidad y en el mayor o menor grado de «federalismo» o de «centralismo». La AAUDE se inclinaba más bien por el federalismo; el KAPD-AAUD tendía más al centralismo. En 1923, Karl Schroeder (1884-1950), teórico del KAPD, proclamaba que «cuanto más centralizada esté la sociedad comunista, mejor será». De hecho, mientras se permaneciese sobre la base de las viejas concepciones de la «clase organizada», esta contradicción era irresoluble. Por un lado, se aproximaban, más o menos, a las viejas concepciones del sindicalismo revolucionario, la «toma» en mano de las fábricas por los sindicatos; por otro, como los bolcheviques, se pensaba que un aparato centralizador, el Estado, debía regular el proceso de producción y repartir «la renta nacional» entre los obreros. Sin embargo, una discusión sobre la sociedad comunista, partiendo del dilema «federalismo o centralismo», es absolutamente estéril. Estos problemas son cuestiones de organización, problemas técnicos, mientras que la sociedad comunista es, ante todo, un problema económico. Al capitalismo le debe suceder otro sistema económico en el que los medios de producción, los productos, la fuerza de trabajo no tengan ya la forma de «valor», haciendo que la explotación de la población trabajadora en beneficio de las capas privilegiadas desaparezca. La discusión sobre «federalismo o centralismo» no tiene sentido si antes no se ha definido cuál será la base económica de ese «federalismo» o «centralismo». En efecto, las formas de organización de una economía dada no son arbitrarias, se derivan de los mismos principios de esta economía. Así, el principio de provecho y de plusvalía, de su apropiación privada o colectiva se encuentra en la base de todas las formas adoptadas por una economía capitalista. Por eso es insuficiente el presentar la economía comunista como un sistema negativo: ni dinero, ni mercado, ni propiedad privada ni estatal. Es necesario esclarecer su carácter de sistema positivo y mostrar cuáles serán las leyes económicas que sucederán a las del capitalismo. Una vez hecho esto, es probable que la alternativa entre «federalismo» y «centralismo» aparezca como un falso problema. El fin del movimiento en Alemania Antes de examinar más largamente esta cuestión, no es inútil recordar el destino, en la práctica, de la corriente salida de las organizaciones revolucionarias de fábrica. La AAUD comenzó a desligarse del KAPD hacia finales de 1929. Su prensa preconizaba entonces una «táctica suave»: el apoyo de las luchas obreras que únicamente tenían como fin unas reivindicaciones salariales y mejoras de las condiciones y horarios de trabajo. Más rígido, el KAPD veía en esta táctica el comienzo de un desliz hacia la colaboración de clases, «la política del chalaneo». Un poco más tarde, algunos kapistas llegaron incluso a preconizar el terrorismo individual como medio para llevar a las masas hacia la conciencia de clase. Marinus van der Lubbe, que, actuando solo, incendió el Reichstag, estaba en contacto con esta corriente. Incendiando el edificio que ocupaba el Parlamento, quería, mediante este gesto simbólico, incitar a los obreros a salir de su letargo político... Ni una ni otra tácticas tuvieron resultados. Alemania sufría entonces una crisis económica de una extrema profundidad, abundaban los parados: no había huelgas salvajes, aunque es cierto que nadie se preocupaba de las consignas sindicales, los sindicatos colaboraban estrechamente con los patronos y el Estado. La prensa de los comunistas de los Consejos era secuestrada frecuentemente; pero de todas formas sus llamadas a la formación de comités autónomos de acción no tenían eco alguno. Ironía de la historia: la única huelga salvaje grande de esta época, la de los transportes berlineses (1932), fue sostenida por los «bonzos» estalinistas y hitlerianos contra los «bonzos» socialistas de los sindicatos. Después de la subida legal de Hitler al poder los militantes de las diversas tendencias fueron perseguidos y encerrados en campos de concentración, donde muchos de ellos desaparecieron. En 1945, algunos supervivientes fueron ejecutados por orden de la GPU al entrar en Saxe el ejército ruso. Todavía en 1952, en Berlín oeste, un antiguo jefe de la AAUD, Alfred Weilard, era raptado en plena calle y transferido al Este para ser condenado a una larga pena de cárcel. Actualmente no queda rastro en Alemania de las diversas corrientes del comunismo. La liquidación de los hombres ha ocasionado que también lo fuesen las ideas que ellos defendían; mientras que la expansión y la prosperidad orientaban los espíritus en otras direcciones. Y, como ya se sabe, solamente en estos últimos años estas concepciones propias de la acción de masa extraparlamentaria y extrasindical han tenido un nuevo auge, sin que se pueda hablar de «filiación» ideológica directa. |
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