La idea de la revolución por etapas

Algunas insuficiencias generales: Las concepciones de la "izquierda" y la idea clásica de "progreso" - II

x J. M. Naredo

«La gravedad de la situación económica exige imperiosamente el cambio político.» Este tipo de afirmaciones ha sido una constante entre las interpretaciones que la «oposición política» hacía del franquismo. Ahora surgen con más vigor en el posfranquismo.

Así, bajo el telón de fondo del «marxismo» se postula la mevítabilidad del cambio de ciertas «estructuras» y/o de ciertas «superestructuras» políticas e institucionales que no se adaptan a las exigencias del «desarrollo de las fuerzas productivas». Pero esta supuesta contradicción, tantas veces enunciada por la «oposición política», difiere de la que Marx preveía en un capitalismo avanzado. Pues no estriba en que «el monopolio del capital se haga una traba para el modo de producción que ha florecido con él...», o en que «la centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo lleguen a un punto en que sean incompatibles con su envoltura capitalista».1 No es el modo de producción capitalista lo que se pone en cuestión en estas interpretaciones de la oposición política, sino ciertas características del sistema que se piensa dificultan su plena expansión por la propia vía del capitalismo y generan un sinnúmero de desequilibrios que van no sólo en contra de los trabajadores, sino que inciden también desfavorablemente sobre los intereses de la burguesía. Consecuentemente con esto se propugna incansablemente una política de pacto social inrercíasista tendente a eliminar los «escollos» que se supone cierran la marcha del país hacia el «progreso» y la «modernidad» capitalistas.

Estas interpretaciones buscan su apoyo teórico en la aplicación al capitalismo español de ciertas formulaciones sobre la división en «etapas» de la marcha de las revoluciones en la historia y sobre la «táctica» política a seguir en cada una de ellas, que el leninísmo se encargó de incrustar firmemente en la «doctrina» marxista. No vamos a insistir ahora en las consecuencias ideológicas y políticas negativas que para el movimiento revolucionario se desprenden de la aplicación de tales esquemas, aspecto éste sobre el que nos hemos extendido en otro momento.2 Pero sí cabe recordar ahora que estas concepciones constituyen el principal baluarte teórico de los grupos de la izquierda que -de acuerdo con la terminología antes introducida- hemos denominado «progresistas». Pues estos grupos, de una forma o de otra, son tributarios de la ortodoxia leninista que constituye el intento más acabado de construir una supuesta «teoría revolucionaria» de la acción política sobre la idea tradicional del «progreso» introducida por la ideología bur~uesa, Son prisioneros de la idea de que el desarrollo de las «fuerzas productivas» es un hecho progresivo en sí mismo y de la creencia de que el propio desarrollo del capitalismo no hace más que favorecer el advenimiento de la sociedad socialista. Tales premisas permiten concluir que «la clase obrera está absolutamente interesada en el desarrollo más vasto, más libre y más rápido del capitalismo» y que «es una idea reaccionaria buscar la salvación de la clase obrera en algo que no sea el mayor desarrollo del capitalismo».3

Estas ideas, que permitirán justificar el pacto intercíasisra, resultan de desarrollar algunos de los elementos más opresivos contenidos en la obra de Marx y que conducen a una interpretación supuestamente materialista de la «historia» en la que ésta aparece idealizada como una marcha lineal hacia el «progreso» movida por el desarrollo de las "fuerzas productivas", al final de la cual se encuentra la sociedad socialista que se supone sustituirá inevitablemente al capitalismo cuando éste llegue a su «madurez» y constituya un freno para el desarrollo de las «fuerzas productivas» y, por tanto, para el «progreso». De ahí que se continúe esperando que el desarrollo capitalista entrañe una agudización de las «contradicciones» en los países en los que éste se produce, que los empuje hacia la nueva sociedad socialista. Y de ahí que en los paises en los que el capitalismo está menos desarrollado se defienda que la «izquierda» no debe tomar posiciones anticapitalisras sino que, en una primera «etapa», debe colaborar a la plena expansión de este sistema como medio de asegurar una futura «transición» hacia el socialismo, postura ésta que sostienen actualmente la mayoría de los partidos de la oposición política en nuestro país.4

La idea de la inevirabilidad de una «etapa democrática» en la que se sienten las bases para que el capitalismo pueda alcanzar su plenitud y para que puedan, finalmente, planrearse con éxito las transformaciones socialistas resulta de un desarrollo dogmático y doctrinario de ciertos análisis que Marx había hecho del capitalismo de su tiempo. En aquella época, la forma en que se había producido la extensión y el afianzamiento del capitalismo en aquellos paises en que este sistema estaba más desarrollado -Inglaterra y Francia- apoyaba la idea de que la revolución democrático-burguesa era la condición necesaria para que su implantación fuera amplia y efectiva. A partir de entonces el «marxismo» ortodoxo se empeñará en extender la aplicación de este esquema de desarrollo del capitalismo, que cada vez resultaría más excepcional, a todos los paises en los que éste estaba menos desarrollado. A medida que el capitalismo se desarrollaba sin necesidad de cortes radicales ni rupturas revolucionarias, a medida que la burguesía «traicionaba» o limitaba cada vez más las libertades formales y la democracia parlamentaria que ella misma había defendido con ahinco en las primeras revoluciones burguesas, la «izquierda» progresista hacía suya la defensa de estos principios. Así, cuando se multiplicaban los ejemplos de revoluciones democraticoburguesas «abortadas» o «inconclusas», la «izquierda» tomaba a su cargo la tarea de llevarlas hasta el final aun a pesar de la actitud poco cooperadora de la burguesía. Pues ésta se muestra poco interesada en ello cuando las «libertades» que necesita para explotar el trabajo y los recursos naturales puede ejercerlas más eficazmente en el marco de un régimen autocrático y dictatorial que niegue al proletariado el derecho de darse una organización sindical independiente.

NOTAS:

1. C. Marx: El Capital, XXIV, libro primero.

2. Aulo Gasamayor: Los presupuestos de la táctica leninista de la "lucba por la democracia", Cuadernos de Ruedo ibérico, n.0 46-48, PP. 17-44.

3. Lenin: Las dos tdcticas de la socialdemocracia en la revolución democrdeica, citado por Aulo Gasamayor, ibid.

4. Aparte de que se extiendan cada vez más las dudas sobre el carácter benéfico y liberador del desarrollo capitalista, el becbo de que las revoluciones no hayan tenido lugar en los países en los que el capitalismo estaba más maduro muestra por sí solo que no existe ningún automatismo mediante el cual el desarrollo del capitalismo empuje hacia la revolución al país en el que tiene lugar. Y en el fondo de esta cuestión está el que es muy difícil que el capitalismo llegue a frenar un desarrollo de la producción y un progreso» que él mismo se había encargado de definir de acuerdo con sus propios intereses y objetivos. Cuando recientemente la limitación de los recursos naturales ha puesto coto a este desarrollo, lo mismo se ven afectados los paises de capitalismo maduro que aquellos otros que a pesar de aurodenominarse socialistas, intentaban competir con ellos en la misma carrera de la producción y del progreso. Así, cuando el fantasma de las crisis cíclicas que amenazaba al capitalismo parecía haberse alejado desde la Gran Depresión de 1929, aparece ahora de nuevo bajo la forma de crisis de subsisrencias cuyo impacto se exriende por encima de las metrópolis capitalistas.

 
         
   
 

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