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¡Por una oposición que se oponga!
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Algunas insuficiencias generales: Las concepciones de la
"izquierda" y la idea clásica de "progreso"
- y III
x J.M. Naredo
Hemos visto que los catorce años de gobierno del PSOE no sólo
han contribuido a dejar «atado y bien atado» un nuevo sistema
de poder (ahora regentado por una formación política heredera
de la antigua derecha) en el que una élite sigue gobernando y explotando,
democráticamente, al país, sino que para colmo han desmantelado
la oposición.
El texto «Por una oposición que se oponga» (reproducido
en el primer capítulo de este volumen) afirma que la oposición
política anrifranquista no se oponía al sistema de poder
que trataba de pervivir, con la transición, revestido de formas
democráticas. Creo que los hechos han confirmado esta consideración.
Por desgracia ocurrió lo que en ese texto se preveía: que
cuando el sistema se dotó de una cobertura democrática y
los partidos anrifranquistas fueron por fin legalizados como contrapartida
a su «buen comportamiento», perdieron su función opositora
básica, y con ello su identidad, entrando en una crisis de fundamentos.
Paulatinamente habían pasado, por acción u omisión,
en mayor o menor medida, a asumir el pensar polírica(y económica)menre
correcto del pensamiento («único») dominante. El triunfo
electoral y el prolongado gobierno del principal partido de esa oposición,
el PSOE, vino a ser la «prueba del nueve» de esa afirmación
al constatar que este partido no sólo no trató de cambiar
el sistema de poder establecido, sino que contribuyó eficazmente
a consolidarlo. Y cuando, tras haber realizado desde el poder funciones
que parecían más propias de la <derecha», fue desplazado
del gobierno, se vio incapacitado para hacer una oposición eficaz
al nuevo gobierno del PP, habida cuenta que trabajaba con criterios similares.
Es más, en ocasiones, este gobierno le pasó «por la
izquierda» al tomar medidas más «avanzadas» de
las adoptadas en los gobiernos anteriores.
El baile de disfraces político así originado confirmó
también la necesidad de revisar críticamente el sentido
de los términos «derecha» e «izquierda»,
«conservadores» y «progresistas» y otros propios
del lenguaje político ordinario, como sugeríamos en el texto
inicial antes mencionado. La exigencia de esta revisión es ahora
mucho más urgente si queremos salir del confusionismo reinante.
El principal problema de esta confusión estriba en que la mayoría
de esos términos fueron acuñados en la pelea política
iniciada en el «siglo de las luces» contra el Antiguo Régimen,
renovada, en nuestro caso, durante el franquismo. Se enfrentaban así
los «conservadores» de un régimen inmóvil de
privilegios atendiendo a la cuna o a la corporación de procedencia,
con los partidarios del «progreso» que combatían ese
régimen y que se agruparon mas tarde a «la izquierda»
de los bancos parlamentarios, frente a los «conservadores»
de «la derecha». Pero ha llovido mucho desde cuando el mismo
desarrollo capitalista parecía «progresivo» frente
al monopolio y la regalía propios del Antiguo Régimen y
se magnificaba «la razón», «la ciencia»
y «el trabajo» frente al aristocrático desprecio por
las actividades ordinarias laicamente relacionadas con la intendencia,
o cuando se anteponía en bloque «el individualismo»
frente al «corporativismo», o «las libertades»,
«el contrato social» y «la democracia» frente
a la discrecionalidad opresiva de un poder absoluto. Hoy el capitalismo
se ha hecho hegemónico en el mundo en nombre del «progreso»
y la «ciencia» y el «trabajo» están a su
servicio, «el individualismo» más exacerbado y la justificación
«contractual» y «democrática» del poder
ocupan un lugar clave para la conservación del nuevo statu quo
en el que el despotismo, la desigualdad y la insolidaridad se han extendido
de nuevo hasta límites hace poco insospechados. En este nuevo contexto,
cuando la vieja terminología de referencia ha perdido sus significados
originarios y se han trastocado sus funciones, sólo cabe construir
un nuevo mapa de referencia para enjuiciar la ideología de las
personas o el comportamiento y la función social de las organizaciones
políticas. En el nuevo mapa cabe clasificarlas en función
de que se adapten o comulguen más o menos con los dictados de la
ideología actualmente dominante que el «pensamiento único»
se encarga de recoger y divulgar.
El texto «Por una posición que se oponga» denota que
el «pensamiento único» no es fruto de una noche de
verano, sino que se venía incubando desde hace bastante tiempo.
Sus raíces arrancan de la propia inconsistencia de una «izquierda»
que era tributaria de la ideología que ha servido para consolidar
el sistema de poder hoy hegemónico en el mundo. De una «izquierda»
que se engañaba a sí misma creyendo oponerse al sistema
con tácticas dilatorias o con razonamientos e instrumentos ideológicos
del propio sistema que contribuían en el fondo a reforzarlo. El
arsenal ideológico de la oposición antifranquista estaba
ya vacío al iniciar-se la transición política hacia
la democracia, tal y como advertimos en el texto inicial. El «hombre
unidimensional» de Marcuse 1 presagiaba ya entonces el triunfo del
«pensamiento único», aunque la Unión Soviética
no se hubiera disuelto todavía. Desde esta perspectiva no ha sido
para mí ninguna sorpresa que tanto el PSOE, durante su largo mandato,
como el PP, hoy en el gobierno, se hayan comportado o se comporten como
gestores de un mismo sistema que trabajan con los mismos instrumentos
para perseguir los mismos objetivos. Y al comulgar de hecho ambas formaciones
con la misma forma de concebir la sociedad en el aquí y ahora,
dificilmente pueden ya oponerse en cuestiones de fondo y sus conflictos
giran sobre todo en torno a intereses económicos o de poder, o
a temas meramente accidentales. La discusión se desarrolla así
como una discusión entre gestores de un mismo sistema sobre la
idoneidad o no de ciertas medidas, sobre todo de política económica.
Y si, al decir de Blair, «las políticas económicas
no son de izquierdas ni de derechas, sino que se clasifican entre las
que funcionan y las que no funcionan» y, para colmo, estas políticas
tienden a venir dictadas desde Bruselas, el objeto de debate entre gobierno
y oposición aparece también cada vez más vacío
de contenido. El tema de la responsabilidad en escándalos o en
sucesos diversos, unido a meras cuestiones de imagen, va quedando como
principal arma arrojadiza entre los políticos, a la vez que se
soslayan sistemáticamente los aspectos de fondo relacionados con
el sistema.
Se observa así la incapacidad de los cauces de mediación
política «democrática» para modificar el statu
quo. Se evidencia que la aceptación de la idea atomista de la sociedad,
sin organizaciones cooperativas y solidarias intermedias, imposibilira
el control ciudadano de la toma de decisiones. Ningún mecanismo
electoral, por muy bien engrasado que esté, puede cubrir el desierto
institucional que se extiende en el modelo político «democrático»
entre el individuo y el Estado. Y el problema se agrava cuando este modelo
encomienda la gestión de la política y la economía
a dos tipos de organizaciones que son, por definición, jerárquicas,
centralizadas, coercitivas: los partidos políticos y las empresas.
Una vez reducida la sociedad a una colección de individuos aislados
y una vez presentados estos dos tipos de organización como los
únicos o principales a los que se debe confiar la gestión
del poder y la riqueza, la batalla en pro de la libertad, la igualdad
y la solidaridad está perdida de antemano. Esas entidades, que
se mueven en busca de poder y de dinero, tienden precisamente a coartar
la libertad y a destruir la igualdad y la solidaridad, al someter a los
individuos a relaciones de dominación y dependencia.2 Hemos visto
que la ilusión democrática, y la Constitución, contribuyeron
a desatender otras formas de organización social distintas de los
partidos políticos y las empresas, ayudando a extender el vacio
institucional antes mencionado. En estas condiciones, es lógico
que la gente se desanime al constatar su escasa influencia en la élite
que toma las decisiones. Pero esto no quiere decir que no haya alternativas
o que las personas no tengan ninguna libertad de acción o de decisión.
En primer lugar, en vez de seguir mendigando al poder o a sus «mediadores»,
sigue estando abierto el camino que nos mostró Etienne de la Boétie
hace ya cuatro siglos cuando dijo, en su Discurso sobre la servidumbre
voluntaria, que para ser libre no hace falra más que decir no al
opresor. Evidentemente, la anestesia social provocada por la doble presión
de la «sociedad de consumo» y la «sociedad del trabajo»
hace que la servidumbre no sea hoy tan «voluntaria» como reza
el titulo de De la Boétie, sino que se vea «forzada»
por engranajes de dependencia cada vez más complejos. En efecto,
el deseo de avanzar en la carrera del consumo y la ostentación,
adquiriendo más y más caras viviendas, automóviles,
etc., acostumbra a reforzar la necesidad de atarse al trzjpalium de una
actividad laboral dependiente, que rige para la mayoría de la población.
La aceptación implícita de las servidumbres del consumo
y del trabajo constituye así el principal soporte de la dominación
social, al que se añade la impotencia de los mecanismos actuales
de mediación política para cambiarla. No basta, pues, con
replantear los mecanismos de mediación política: desmontar
la gran trampa ideológica que supone identificar el consumo (medido
en términos pecuniarios) con la felicidad y considerar el trabajo
(penoso y dependiente) como el medio obligado de vida, resulta hoy un
paso obligado para «decir no al opresor».3
Hay que romper la «carrera del consumo» proclamando ética
y estéticamente de «mal gusto» la práctica actual
de la ostentación y cambiando los patrones que identifican el éxito
«social» con la acumulación personal de poder y de
dinero. Y junto a la mitología del consumo y del trabajo hay que
desmantelar también la mitología de la producción
y el crecimiento, con todo el irracionalismo que conlleva. Se trata, en
suma, de subrayar el horizonte ecológicamente inviable y socialmenre
indeseable hacia el que nos arrastra el sistema, para hacer de las cada
vez más nutridas legiones de náufragos del «mercado»
y de la «competitividad» el nuevo sujeto histórico
capaz de apoyar el cambio social. Pero escapa al propósito de estas
líneas detenernos en estos aspectos tratados en otras publicaciones.4
Si los hemos mencionado es para subrayar las posibilidades que existen
de desmontar la ideología que justXica, con visos de racionalidad,
al sistema de poder vigente y para construir sobre bases sólidas
una oposición al mismo (que por la propia naturaleza de los acontecimientos
tendría que alcanzar dimensiones internacionales).
En segundo lugar, sigue estando también abierta la posibilidad
de reconstruir el desierto institucional que en la política actual
separa al individuo del Estado y de las organizaciones políticas
y empresariales a él vinculadas, que justifican y mantienen el
actual sistema de poder. Y aunque la oposición esté hoy
bajo mínimos, tal vez por eso sea más propicio el momento
para reconstruirla sobre nuevas bases, libre ya de melancolías,
esquemas y prácticas que se han revelado inoperantes. Al menos
la situación está más clara para ello que hace veinticinco
años, cuando escribí «Por una oposición que
se oponga». El objetivo del presente texto sigue siendo el mismo.
La oposición política no se oponía entonces al sistema
de poder establecido, sólo a cierta epidermis político-institucional
que los vientos democráticos de nuestro tiempo estaban llamados
a cambiar en cualquier caso. La oposición sigue hoy sin oponerse
al sistema de poder ya actualizado con el marchamo de la «democracia».
¡La Monarquía misma, residuo obsolero del Antiguo Régimen,
sigue gozando de buena salud en nuestro país! Queda pues ante nosotros
la sugerente tarea de construir una oposición que se oponga. Y
si esta tarea no llega a puerto, valga el presente texto como testimonio
de que no todos comulgamos con las ruedas de molino que nos ofrece el
sistema a través de sus avezados gestores y partícipes.
NOTAS:
1. H. Marcuse: One-Dimensional man, Boston, Beacon Press, 1964 (hay edición
en castellano: El hombre unidimensional, Joaquín Motriz, México,
1968).
2. La expansión de este tipo de organizaciones tiende a destruir
el comportamiento más orgánico de las sociedades tradicionales,
con sus medios de subsistencia, y, al hacer que los individuos no sepan
valerse por sí mismos, se acentúa día a día
la precariedad en las condiciones de trabajo originando incluso nuevas
situaciones de esclavitud que se sitúan en las antípodas
de la sociedad de individuos libres e iguales preconizada por la utopia
liberal. Sobre las nuevas formas de esclavitud por contraposición
a las antiguas, véase K. Bales: Disposablepeople. New slavery in
the global economy, Universiry of California Press, Berkeley, 1999 (hay
edición en castellano: La nueva esclavitud en la economía
global, Madrid, Siglo XXI, 2000).
3. Sobre la revisión de la noción de trabajo, véase
J. M. Naredo, Configuración y crisis del mito del trabajo, en K.
Offe, J. M. Naredo, 1. Ramonet ec al ¿Qué crisis? Retos
y transformaciones de la sociedad del trabajo, Gakoa, San Sebastián,
1997, PP. 51-73. Sobre alternativas véase J. M. Naredo, Sobre la
cooperación libre e igualitaria como remedio frente al paro y cl
trabajo dependiente, en J. Serna: Empleo verde Tres cooperativas ecológicas,
Barcelona, Icaria, 1999, PP. 27-33. Sobre la sociedad de consumo y las
necesidades, véase J. M. Naredo, Sobre pobres y necesitados, y
los otros textos que componen el volumen, en J. Riechmann, (ed.): Necesitar,
desear, vivir, Libros de la Catarata, Madrid, 1998.
4. Sobre aspectos ideológicos véase mi libro La economía
en evolución antes citado y la amplia bibliografia de referencia.
Sobre las irracionalidades y desigualdades que conlíeva el funcionamiento
real de la presente sociedad industrial a escala planetaria véase
J. M. Naredo y A. Valero (dirs.): Desarrollo económico y deterioro
ecológico, Fundación Argenraria y Visor Distribuciones,
Madrid, 1999. Sobre la naturaleza y las perspectivas dc crisis de la civilización
industrial, véase J. M. Naredo (2000) Ciudades y crisis dc civilización,
Documentación social, 0.0 119, PP. 13-38
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