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Presencias y ausencias
Alizia Stürtze, publicado en GARA el 7 de agosto del 2000
Mi vida la marcó, y la sigue marcando, una ausencia rabiosa, la de mi madre, muerta cuando yo tenía 2 años, y cuya presencia, no ya recordada, sino imaginada, soñada y reconstruida idealmente por mí una y otra vez, me ha servido y me sirve para resistir y para avanzar y querer convertir mi acto individual de vivir en algo hermoso, creativo, compartido y lo más digno posible. Mi vida la ha marcado y la sigue marcando otra ausencia poderosa, la de justicia social y de libertad individual y colectiva real, la de verdadera igualdad en la diferencia, que me ha servido para resistir a la comodidad, el miedo, el cansancio y la desorientación, y para intentar avanzar por el único camino humano que existe y que es el que nos marca la utopía (con base científica) una y otra vez recreada de una sociedad de la que haya sido barrido el capitalismo imperialista, ladrón y asesino, ahora llamado globalización y sistema en red, creo que en parte para que nos creamos que es un monstruo de mil cabezas, indestructible y si acaso algo atenuable, como los tifones o los sunamis.
Mi vida está también marcada por las presencias. La presencia de otras personas orgánicamente reales, con las que he ido entretejiendo espacios de amor, amistad, camaradería, ayuda, lucha constructiva, búsqueda, pasión, juego, dolor y risa. La presencia de construcciones históricas revolucionarias, parciales y defectuosas por humanas pero tremendamente enriquecedoras, en el camino hacia una sociedad sin clases en la que el objetivo básico no sea algo tan irracional como «acumular». La presencia tangible de momentos colectivos en los que percibimos con intensidad que, frente a la muerte, la irracionalidad y la esterilidad del individualismo capitalista patriarcal, la vida, lo humano, lo creativo, lo racional y lo subjetivo, lo femenino, están del lado de la revolución y de la solidaridad, del reparto y de la sinergia, en la que el todo es muy superior a la suma de las partes.
La ausencia, es decir, la utopía de un mundo sin pobreza ni explotación sigue afortunadamente viva entre nosotros, a pesar de los alienantes cantos de sirena del «uno es sólo lo que tiene», que nos quieren llevar a trabajar no para vivir sino para consumir hasta el absurdo. La presencia, es decir, las construcciones pequeñas o grandes, la conquista de espacios de libertad que nos ayudan a respirar, a crecer y a ir alimentando la utopía, sigue tomando cuerpo en Euskal Herria, aunque en formas cambiantes a medida que se incorporan a la lucha nuevas generaciones y que el capitalismo (y el Estado) se reorganiza. La ausencia y la presencia van conformando dialéctica y sinérgicamente el deseo y la lucha por un mundo mejor. Desear la revolución es desear la vida. El día que colectivamente pensemos lo contrario habremos muerto.
Kolectivo
La Haine
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