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Las preocupaciones medioambientales, la igualdad de la mujer, el estado del bienestar, la solidaridad con el Tercer Mundo, el pacifismo o el antirracismo son reivindicaciones que surgieron o se fortalecieron al calor de la lucha izquierdista de los años 60 y 70 y que la derecha (el poder) ha conseguido fagocitar. Nadie (ni tan siquiera Fraga o el burro de Miguel Sanz) se atreve a declararse antiecologista, antifeminista o racista: sería políticamente incorrecto. Por eso, cuando ocurren hechos como el reciente de Terrassa (los 1000 ahogados anuales en el estrecho escandalizan menos), tienen que clamar al cielo y hacer como que buscan soluciones.
Y buscando, buscando, no se les ocurre nada mejor que acordarse de los programas educativos, de una asignatura llamada ética y de la necesidad de inculcar "valores" (o sea, poner la religión obligatoria como quiere el PP). Sus asesores y sus contables por lo que se ve no les han recordado (a los periodistas se les debe de haber olvidado también) los miles y miles de millones que lleva gastados y que se sigue gastando la administración en una supuesta reforma educativa que iba, entre otras cosas, precisamente de eso: de potenciar líneas llamadas transversales que debían ir inculcando esos valores de democracia, tolerancia, defensa de la diferencia y tal y tal.
Sólo que, mientras un montón de privilegiados chupaba dinero fabricando elaborados programas curriculares sobre cómo enseñar a las nuevas generaciones a interiorizar esos valores políticamente correctos, políticos, periodistas, autoproclamados intelectuales, contertulios y demás ralea, olvidándose de que el "haz lo que digo no lo que hago" no funciona, se seguían dedicando con más furia que nunca a lo de siempre: a potenciar con su verbo, sus actitudes y sus actuaciones ("¡a por ellos!") actitudes discriminatorias, antitolerantes, fascistas y racistas. Las gravísimas connotaciones racistas del antivasquismo radiofónico, por ejemplo, son buen ejemplo de ello. El asesinato de Aitor Zabaleta y la "investigación" policial y comportamiento judicial subsiguientes (que en absoluto han escandalizado a la prensa "democrática") son la mortal prueba de ese caldo de intolerancia y racismo cocido al calor de lo más granado del pensamiento español. No es cuestión de clases de ética sino de que quien desde arriba tiene la responsabilidad dé ejemplo. Y muestre respeto real, legal y verbal, por todas las minorías, incluída la nuestra. Yo, además de inglés, francés y alemán, hablo español y también he aprendido euskara, entre otras muchas razones, por respeto a la gente con la que convivo. ¿Pueden los dirigentes del PP y del PSOE y sus voceros universitarios presumir de lo mismo?
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Kolectivo
La Haine
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