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Lo decía un político italiano acerca de la engañosa información que se daba sobre las Brigadas Rojas: "No importa que la gente intuya la falsedad de la información; lo importante es que desconozcan la verdad". Es claro que la función básica de los medios es desviarnos el pensamiento en la dirección deseada por el poder, hacer de pantalla de la información realmente relevante, vaciar de significado los conceptos importantes. La clara hegemonía que dan a la información política (entendida la política en su sentido más "burgués", es decir, como herramienta no de la mayoría sino de reducidos intereses privados que la utilizan para controlar la vida social y maximizar sus beneficios) es muestra de esta función distorsionadora: nos obligan a ser espectadores diarios de esa telenovela barata que representan diariamente los políticos, con sus buenos y sus malos, sus protagonistas principales, sus actores secundarios y sus figurantes, para intentar que nos sintamos implicados en el culebrón, participantes de una función que poco tiene que ver con nuestros intereses. Todo ello sin embargo con el objetivo de que no veamos qué va la trama: sobre control y reparto del enorme caudal de dinero público (de nuestro dinero) y del poder que éste proporciona; sobre capacidad legislativa y ejecutiva para legislar sobre temas que mueven cantidades ingentes de dinero y representan grandes intereses privados; sobre corrupción encubierta porque quienes les escriben el guión a los grandes partidos (sea cual sea su programa de campaña electoral) no son sino la banca, las multinacionales, las inmobiliarias o las aseguradoras, en una telaraña tan complejamente tejida que es casi imposible desenredar.
Los medios nos hablan de reñidísimas negociaciones entre partidos por conseguir alcaldías, concejalías, carteras y mayorías que "permitan la gobernabilidad", como si la cosa fuera de intentar aunar interpretaciones divergentes sobre los intereses de la mayoría. Nada más lejos de la realidad. El asunto va de utilizar con mayor o menor astucia el peso específico propio (por votos, coyuntura, pugna estado-autonomías, previsiones de futuro, próximas elecciones...) para hacerse con el control del dinero y la capacidad de legislar en beneficio de intereses privados amigos en áreas económicamente potentes como urbanismo, infraestructuras o bienestar social.
Sólo bajo esta luz se comprenden ciertos aberrantes pactos como el propiciado por el PSOE con la UPN, esa anacrónica heredera de la putrefacción que de la desviación del carlismo resultó en los requetés del 36. Sólo bajo esta luz se entienden flagrantes discriminaciones en los pactos. Iñaki Esnaola mencionaba la necesidad que tenía la IA de hacerse con cotas de poder. Aunque no lo decía, me imagino que por poder entendía no ya el acceso a la porcioncilla del pastel que buenamente nos quieran dar por buena conducta, sino la capacidad de incidencia democrática sobre mecanismos que nos permitan actuar en favor de la mayoría.
Kolectivo
La Haine
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