El árbol y el bosque

x Alizia Stürtze

Como no soy superagente del FBI ni de la CIA ni de ningún otro servicio de inteligencia, no sé (ni seguramente llegaré nunca a saber) qué sectores podrían estar implicados directa o indirectamente en el ataque al World Trade Center y al Pentágono, ni si podrían existir paralelismos con la explosión del acorazado Maine en La Habana o la destrucción de Pearl Harbour, utilizadas ambas como pretexto para entrar en guerra. La verdad es que tampoco me parece excesivamente relevante. Y ello por dos motivos. En primer lugar, porque sospechosamente tenían desde mucho antes elegido al satánico culpable, con cuyo anunciado ataque letal llevaban tiempo atemorizando a su población (lo de Oklahoma se lo adjudicaron al minuto de ocurrir). En segundo lugar, y bastante más importante para quienes intentamos que el árbol no nos impida ver el bosque, porque cada día quedan más nítidamente definidas las líneas maestras del aprovechamiento que del atentado quiere hacer el imperialismo yanki y que interaccionan en torno a dos ejes: el económico y el ideológico.

En el plano económico, es claro que funciona la marxista ley de valor decreciente de la tasa de ganancia, y que el capitalismo yanki, tras el desinfle en bolsa de las nuevas tecnologías y el enfriamiento del consumo, había entrado en una recesión de la que no sabía como salir. No han esperado ni a enterrar a sus muertos para reestructurar sectores con pérdidas y enviar, sólo en aviación civil, a más de 100.000 a la calle, «por culpa del terrorismo»; esto mientras suben las acciones de las industrias armamentística, química y de vigilancia. En el aspecto ideológico, es innegable que, a pesar del dictatorial control mediático ejercido y de la demonización de toda forma de disidencia, la pretendida superioridad moral del american way of life está de capa caída. La fuerza creciente de los movimientos anti-sistema había ya forzado al Imperio a mostrar su antidemocrática rigidez, y a rechazar la ratificación de cualquier tratado que limitara su libertad de movimientos. Los discursos de Bush tras el 11 de setiembre reflejan el deseo de Washington de utilizar la crisis como trampolín para reprimir a todos los movimientos progresistas y de trabajadores.

El desarrollo de los acontecimientos tras el ataque aéreo ha puesto, sin embargo, también de relieve algo que el gigante no se esperaba y que quizá explica en parte el frenazo que ha dado a su ímpetu guerrero inicial: la distancia entre el discurso del poder y de sus medios y el sentir de la gran mayoría de la población es brutal. Mal que les pese, nadie queremos esta sucia guerra imperialista que nos quieren montar, y estamos dispuestos a impedirla. Esperemos que la Marcha Nacional de Washington del 29 de setiembre sea el primer paso.

Gara 01.10.01

 
         
   
 

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