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Biopiratería o patentar la vida
Alizia Stürtze
Aunque las grandes corporaciones lo denominan elegantemente "bioexploración",
llamarlo "biopiratería" parece mucho más adecuado ya
que se trata de una nueva forma de rapiña del capitalismo, un nuevo "descubrimiento"
de América, una nueva forma de explotación y saqueo del Norte
sobre el Sur. Me estoy referiendo a esa nueva carrera del oro emprendida por
la gran industria biotecnológica de patentar genes de plantas, animales
o indígenas del Tercer Mundo que habitan zonas relativamente vírgenes
o aisladas para, gracias a ese derecho exclusivo, obtener unos inmensos beneficios
de los que quedan, como siempre, apartados los auténticos "propietarios"
de ese material genético.
Los pasos que en materia legislativa se están dando sobre este asunto
en Europa Occidental y en EEUU van todos en el peligroso sentido de proteger
legalmente a la industria biotecnológica (especialmente a la ingeniería
genética y a la clonación), es decir, de declarar legal la patente
de cualquiera de las partes o genes de toda planta, animal o ser humano.
Tal y como mencionan las revistas inglesas Living Marxism y The New Internationalist,
son ya numerosos los ejemplos de esta nueva forma de pillaje del Norte sobre
los enormes recursos del Sur (más de la mitad de las especies vegetales
y animales crecen en sus selvas tropicales). USA se ha hecho con el gen de una
especie silvestre de caña de azúcar resistente a las plagas que
crece en Asia y gracias a la cual ha salvado su industria azucarera. El valor
comercial de la producción tomatera del Norte se ha visto incrementado
en $8 millones anuales gracias a una especie encontrada en Perú, país
que en 1993 sólo podía gastar $28 por persona en higiene y salud.
La muy productiva cosecha californiana de cebada ($160 millones anuales) es
protegida de un virus letal gracias a un gen robado a los etíopes, cuyo
PNB es de $100. Compañías farmaceúticas alemanas y estadounidenses
andan peleándose por patentar ciertas especies de Kava, ese arbusto sagrado
de la cultura polinesia, ya que tiene propiedades curativas interesantes (comercialmente
hablando, claro). En 1988, en USA se patentó el primer mamífero,
un ratón transgénico llamado "oncorratón" porque
en su estructura genética se había incluído un gen de cáncer
de mama. En Europa hay hoy 300 solicitudes de patentes sobre animales, en espera
de aprobación.
El material humano también es "patentable". Sabido es que los
pueblos indígenas son especialmente vulnerables a la enfermedad, porque
sus genes han estado relativamente aislados. Por ello precisamente tienen propiedades
de gran "utilidad", de las que el multimillonario proyecto llamado
"Diversidad del Genoma Humano" pretende apropiarse. En 1991 extrajeron
células a una india guaymi panameña enferma de leucemia, cuya
línea celular fué patentada por el gobierno yanki, legalizando
así la utilización comercial de una parte de su cuerpo. En 1995,
USA autorizó otra patente sobre la línea celular de un hagahai
de Papúa Nueva Guinea, al comprobar que esta tribu parece inmune a la
leucemia y a ciertas enfermedades degenerativas neuronales. Ese mismo año,
y con el objeto de producir ciertas vacunas, se extrajo sangre a dos habitantes
de las Islas Salomón, sin informales por supuesto del motivo.
Estamos por tanto ante una nueva forma de colonización del Norte sobre
el Sur, que ve como los de siempre se enriquecen una vez más con lo no
que les pertenece, en este caso el material genético de sus plantas,
sus animales y su propia gente.
Los pueblos más afectados del Pacífico han ideado ya formas de
resistencia frente a esta inmoral biopiratería. La Declaración
sobre los derechos de propiedad intelectual y cultural de los pueblos indígenas
de 1993 y el Tratado por un Pacífico libre de patentes sobre las formas
de vida de1995, firmado por numerosos pueblos aborígenes y por organismos
como Greenpeace, son los primeros pasos en este sentido. Estamos ante un nuevo
frente de lucha contra el capitalismo salvaje en el que sin duda tenemos que
tomar parte.
Kolectivo
La Haine
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