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Clase media
Alizia Stürtze
"Obrero despedido, patrón colgado" sentenciaba una de esas pintadas del tardofranquismo, enriquecida a veces en su dureza simbólica por el dibujo de una horca. Quienes la escribían demostraban algo básico para todo oprimido: tener conciencia de clase, saberse colocar. Sin embargo, ahora que nos mandan a la calle a paladas y el sueño del Estado del Bienestar se desvanece, preferimos aceptar el lenguaje (los conceptos subyacentes) del poder y dejarnos adormecer (alienar) en esa ilusión absurda y patética de ser, no una masa explotada con opciones de elección tremendamente limitadas sino, una "clase media", en una supuesta sociedad con igualdad de oportunidades y libertad para triunfar, independientemente del origen social o la herencia. Nos queremos convencer de que con la caída de la URSS y el "fin de la historia", el cuento de Caperucita ese del Sueño americano es posible y capitalismo y clase efectivamente ya no caminan juntos. Lo que es igual de absurdo que, por ejemplo, creer que Atutxa no miente cuando afirma que, de verdad de verdad, no instala las cámaras de video con la intención de crear un estado policial.
Los datos numéricos sobre la persistencia de la división en clases y el ensanchamiento de la misma son claros y evidentes. A las clases no poseedoras cada vez les corresponde un trocito más pequeño de la tarta global. En EEUU, el 0,5% de las familias controla más del 30% de la riqueza (20% hace 10 años) porque los ricos son siempre quienes más riqueza acumulan; la movilidad social, en sentido ascendente o descendente, pequeña antes, es mínima ahora, independientemente del género; los más ricos tienen el práctico monopolio de acceso a préstamos y créditos (485 veces más que los no poseedores) . . . Sin olvidar que la cuestión fundamental no es cuánto se gana sino lo que se posee, es decir, el privilegio y el poder que el ser poseedor te confiere : poder de control, de exclusión, de malgastar y despreciar las inmensas capacidades humanas, de decidir si la selva amazónica va a sobrevivir, qué pueblos o qué géneros van a prosperar o vivir en sujeción . . .
El problema no es que uno individualmente disfrute pensando que es clase media, sino las gravísimas consecuencias sociales que para la aplastante mayoría explotada del mundo tiene el que hayamos decidido sustituir nuestro patrimonio más valioso, el sentido de resistencia y solidaridad compartidas, la cultura e historia comunes, por una lucha competitiva por "ascender" y no ser menos que el vecino, por consumir y despilfarrar, en un intento absurdo de que se nos confunda con los miembros de esa clase poseedora minoritaria que no tiene que trabajar para poder consumir. Aunque para ello tengamos que adquirir electrodomésticos, ropas, zapatos, juguetes y joyas fabricados en su mayoría por las mujeres del Tercer Mundo, en unas condiciones de explotación iguales a las de esas imágenes de la Revolución Industrial occidental del S. XIX que estudiamos como objeto de museo.
Kolectivo
La Haine
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