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¿Cuerpos danone?
Alizia Stürtze, publicado el 23 de julio del 2001
La escritora Agatha Christie, ya anciana, utilizaba su mordaz verbo para expresar su convencimiento de que al paso de los años, en lugar de disminuir, aumentaba la atracción que su marido sentía por ella: el hombre era un conocido arqueólogo que, por su profesión, consideraba tanto más bellas e interesantes las piedras que encontraba, cuanto más antiguas eran. Con esta metáfora, la creadora de Hercules Poirot quería expresar que una vida vivida con pasión, curiosidad, inteligencia, generosidad y entereza, va quedando reflejada en el rostro, el cuerpo y el alma, dando a la persona mayor una hermosura, una serenidad y una riqueza de luces y de sombras que el joven, o aquel cuya única obsesión es seguir siéndolo, no puede poseer por mucho que haga pesas o se inyecte colágeno.
Desgraciadamente, la universalización de la «cultura» yanki ha provocado un vuelco en todos los valores relacionados con el modo en que experimentamos la vida. Los seres humanos, como los objetos, somos hoy de usar y tirar; sólo vale el «ganador», y, para eso, hay que ser obviamente joven, agresivo, individualista e insolidario, y estar siempre en pie de guerra y dispuesto a pisar; la riqueza de matiz que da la experiencia ni cuenta ni interesa; se rechaza la muerte y, por tanto, el propio discurrir de la vida y la vida misma; no se puede tener edad porque, como decía un anuncio de cosméticos, ¿acaso puedes permitirte tener arrugas? Todo es objeto de consumo, tanto el cuerpo como el alma. La vida es una cuestión de dominación, y los nuevos parámetros de estatus incluyen tener suficiente capacidad monetaria como para pagarse operaciones que le hagan a uno parecer 30 años cuando tiene 60, aunque luego se mire al espejo y no se reconozca. La cosa no va de vivir sino de «conservarse». Tener 50 años y pinta de tenerlos es señal inequívoca de fracaso personal y social. Estar gordo o arrugado es signo de falta de control y de decadencia. Así, convertido el cuerpo en escaparate clasista, hemos vuelto a la animalidad más primaria: sólo vale el perfectamente apto dentro de ese salvaje sistema de selección natural que es el neoliberalismo. Al igual que los leones necesitan mantener sanos los colmillos para sobrevivir, nosotros, al parecer, tenemos que mantener las nalgas prietas, el estómago plano y los ojos sin patas de gallo como señalizadores de triunfo y de mantenimiento del dominio. Hay que encontrar un antídoto a esta «animalización» del mundo. Tenemos que recuperar, no sólo las mujeres, sino también los hombres, el control de nuestro cuerpo, considerarlo lugar de lucha por el control, por el significado, lugar a partir del cual es importante no dejarse alienar. Porque mis deseos, risas, lágrimas y experiencia vivida se han ido inscribiendo en mí, me gustan mis arrugas. Como me gustaban, y todavía recuerdo con profundo amor, las manos trabajadas y nudosas de mi amona.
Kolectivo
La Haine
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