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x Alizia Stürtze
- Historiadora
En situaciones de desinhibición del subconsciente, como al despertar
o bajo la ducha, a veces me sorprendo tarareando «mi querida España,
esta España mía, esta España nuestraaa...»,
«de España vengo, soy españooola», y cosas así.
Un día, compitiendo con un amigo, escuchador pasivo de «radio
patio» como yo, pude comprobar con sorpresa que me brotaban las
letras de horrorosos especímenes de «canción española»,
que nunca había conscientemente escuchado pero que, al parecer,
mi memoria había oído hasta la extenuación y finalmente
registrado. Al ser alumna de la escuela francesa, y no haber necesitado
nunca aprender la lista de reyes godos ni el «cara al sol»,
me creía a salvo, pero no: es obvio que la imperialista basura
ideológica y cultural del españolerío más
cutre ha ido invadiendo subrepticiamente mis neuronas y alienando mi primigenia
virginidad intelectual, por medios que con inquisitorial insistencia han
controlado históricamente la Iglesia y el Estado, a través
del púlpito, la educación y la muy estudiada psico-sociología
mediática actual.
Recién celebrado el ignominioso «Día de la Hispanidad
y de la Guardia Civil», esta avergonzada confesión mía
pretende mostrar que la colonización (la alienación nacional
y social) no es sólo represión directa y patente, sino que
se esparce peligrosamente de modo lento y casi invisible a través
de los valores, el ocio y la cultura, los medios y la educación,
como un gusano o una carcoma que te va comiendo las entrañas de
la propia identidad, hasta despojarte de ella y convertirte en una triste
caricatura de aquello contra lo que combates. Hoy, con la globalización
cultural, te pueden hasta «yankizar» sin tú enterarte.
Más aún ahora que, frente al Islam, «todos somos americanos».
Ultimamente, hemos ido tomando conciencia de la urgencia de exigir contenidos
propios en educación (también en las ikastolas), y de reclamar
la enseñanza integral de nuestras geografía e historia interpretadas
desde nuestros propios parámetros, como vehículos imprescindibles
de creación de conciencia colectiva. Dentro de ese avanzar por
el camino de la propia identificación de género, nacional
y de clase, la sangrienta fiesta del 12 de octubre nos sugiere otra necesaria
vía de adquisición de un protagonismo activo en la construcción
de nuestro futuro: la de insumisión al calendario impuesto por
los Estados español y francés, con sus 14 de julio, o sus
días de la Constitución, y la de celebración de nuestras
propias conmemoraciones y festividades, eligiendo aquéllas que
tengan contenido liberador, ecológico y revolucionario, y nos sirvan
para recuperar activamente nuestra memoria histórica, nuestros
mitos, ritos, protagonistas y triunfos como pueblo, entre los que incluiría
sin dudar la paralización de Lemoiz y el rechazo a la Constitución
española.
Gara
15 octubre 2001
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