Cincuenta años de soledad
El 26 de septiembre de 2014, en una emotiva ceremonia, las cenizas de John William Cooke fueron arrojadas al Río de la Plata –nuestro Aqueronte barroso– desde el paredón de la Costanera Norte en la Ciudad de Buenos Aires. Habían estado durante largos años bajo la custodia de Juan Carlos “Trapito” Álvarez, compañero de Cooke, que las había recibido de Alicia [compañera de Cooke]. Luego reposaron en el panteón de la familia Abal Medina.
Con este acto se estaba cumpliendo la voluntad postrera de Cooke. En su mencionada carta-testamento le había solicitado a Alicia: “Si no fuese posible disponer integralmente del cadáver por medio de donación y hay que hacerlo de otra manera, entonces que lo cremen. Y que las cenizas no se conserven ni se depositen, dispérsalas poéticamente al viento, tíralas al mar, (transo con que las tires al Río de la Plata; lo mismo da otro río y aun laguna)” [Obras Completas, Tomo III, p .264]. Cooke, finalmente, se hizo barro en el mismo río en el que los marinos argentinos arrojaron viva a Alicia, 37 años antes. Un río donde se sedimentan nuestras peores derrotas y nuestros mejores sueños. El Mar Dulce hacia donde somos diaria y sutilmente arrastrados a la deriva, como decía Martínez Estrada.
"El Hereje. Apuntes sobre John William Cooke", de Miguel Mazzeo, publicado por la editorial El Colectivo, de próxima aparición.
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Capítulo 27