El juego de las analogías

I. Cuando Arno J. Mayer (https://lahaine.org/gG3O) en ¿Por qué no se oscurecieron los cielos? (1988) se propuso reinterpretar el holocausto −o el judeocidio como lo llamaba él−, uno de sus propósitos era poner el fin al culto de su memoria que en sus ojos se ha vuelto sectaria −justo en tiempos cuando éste, como bien apunta por su parte Enzo Traverso, estaba siendo convertido en una suerte de religión cívica− y que también, según Mayer, ha sido abusada por Israel para los objetivos de su política exterior expansionista.

Consciente de las trampas de las analogías históricas −un tema sobre el cual teorizó también (véase: A. J. Mayer, Usos y abusos de las analogías históricas, 1970)− que al resultar reconfortantes para la opinión pública suelen ponerse resistentes a cualquier intento de corrección, Mayer no quería que las comparaciones tendenciosas al judeocidio hicieran que acabáramos malinterpretando el pasado. Pero ni siquiera él −fallecido hace casi un año− se imaginaba en aquel entonces el grado en el que el holocausto acabaría convertido en arma ideológica para lanzar las guerras de agresión (Gaza, Líbano etc.) y el pretexto para humillar, degradar, torturar y asesinar a los palestinos, como bien lo enfatiza Norman Finkelstein, hijo de unos de sus sobrevivientes.

II. La invasión israelí a Gaza −en respuesta al ataque reivindicativo de Hamas− desde el principio ha sido conducida con un prolífico, hiperbólico y desprovisto de cualquier rigor uso de las analogías históricas. Sin ninguna contextualización, los políticos del régimen israelí no sólo apelaban al holocausto y su trauma como base para el derecho a defenderse en un afán de justificar y normalizar las vejaciones, la privación de comida y el asesinato en masa de la población civil, sino comparaban a los palestinos a los nazis, asegurando −y usando para ello un lenguaje deshumanizante propiamente fascista− de combatir a animales humanos.

Todo esto desdibujaba considerablemente nuestro paisaje cultural, intelectual y de memoria constituyendo en efecto, como bien anotaba en otro lugar Traverso, una mala lección del holocausto (véase: Gaza ante la historia, 2024, https://lahaine.org/gJ1e), y era a la vez una peligrosa tergiversación de las verdaderas causas de la violencia israelí-palestina −que culpaba por todo a un imaginario antisemitismo ancestral, eliminando de la ecuación la ocupación y la colonización israelí−, y una operación comparativa que alcanzó los niveles del absurdo.

III. La grotesca figura del pogromo en Ámsterdam y la supuesta analogía entre la suerte de los hinchas israelíes en Holanda y los pogromos históricos de los judíos en Europa, es el más reciente ejemplo de esta retórica que trivializa la historia y la memoria de las víctimas de las verdaderas persecuciones (https://lahaine.org/aJ0u). Algunos llegaron incluso tan lejos como comparar a los hooligans israelíes con la historia de Ana Frank, quien aparentemente también fue perseguida por ser una hincha de futbol ultranacionalista que, fugándose por ratos de su escondite, atacaba violentamente a los ciudadanos holandeses entonando cánticos que apremiaban a matar a todos los árabes y que se burlaban de los niños palestinos asesinados.

Pero todo esto era parte de lo que desde el principio, en el contexto de la invasión a Gaza, Raz Segal denunció como el clásico abuso del holocausto que servía no para defender a personas impotentes que enfrentaban la violencia genocida, sino para apoyar y justificar un ataque extremadamente violento por parte de un Estado poderoso −Israel− y, al mismo tiempo, distorsionar esta realidad.

IV. Esta suerte de instrumentalización de la memoria en defensa de los poderosos −criticada justamente por Mayer y otros destacados intelectuales y sobrevivientes como Primo Levi, Jean Améry, Zygmunt Bauman o Hannah Arendt−, no sólo fue avalada por el propio Biden, quien en varias ocasiones invocó la historia de la II Guerra Mundial para justificar la invasión israelí y el apoyo estadounidense a ella, sino que servía también para tapar hasta dónde ha llegado bajo su administración.

El genocidio de una población musulmana era justo lo que muchos comentaristas liberales responsables temían que ocurriera bajo la primera presidencia de Trump, pero por el contrario ha sido facilitado, aprobado y defendido por Biden, el hombre sensato y bueno que se comprometió a restaurar la decencia y la competencia en la política exterior.

V. Por si esa ironía no fuera suficiente, las elecciones en EEUU demostraron también cómo este tipo irresponsable de juego de las analogías tiene costos políticos reales. Después de que el año pasado la vocera de la Casa Blanca comparó a los estudiantes pacíficos que se manifestaban por el cese al fuego y el fin del genocidio en Gaza −muchos de ellos judíos estadounidenses− con los neonazis de Charlottesville a los que en su momento defendió y apapachó Trump, con tal de justificar la brutal represión policíaca en su contra, siguiendo la triste historia de comparar a los oponentes a la guerra de Vietnam con camisas pardas nazis, Kamala Harris perdió rotundamente en muchas ciudades universitarias (todas en Michigan).

Desde luego es uno de los factores menores. Pero visto así, el abuso de las analogías históricas por parte de los demócratas, un subproducto de su política exterior fallida −algo que igualmente tiene su historia en el contexto estadounidense (véase: Yuen Khong , Analogies at war: Korea, Munich, Dien Bien Phu and the Vietnam decisions, 1992)− puede ser añadido a la larga lista de los factores que facilitaron la restauración de Trump.

@MaciekWizz