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Argentina :: 11/06/2023

Argentina, entre la espada y la pared

Mariano Féliz
Mientras los actores políticos hegemónicos danzan en la cubierta del Titanic, como Pueblo enfrentamos la consolidación del proyecto de acumulación capitalista

¿ArgenChina?

El ministro de Economía de Argentina regresó de una gira por la República Popular China con promesas de dólares (o yuanes) que el capital chino aportaría en el corto y mediano plazo. El objetivo principal del recorrido fue logrado: conseguir (promesas de) aportes de recursos frescos que puedan fortalecer las reservas internacionales del Banco Central y contribuyan a la estabilidad financiera en los largos meses que quedan hasta las elecciones presidenciales del último trimestre del año.

Los acuerdos alcanzados en China (por más de 10 mil millones de dólares) incluyen proyectos que apuntan a fortalecer el proyecto extractivista neocolonial en Argentina. Financiamiento para rutas, gasoductos e hidroeléctricas con el fin de aceitar el saqueo de las riquezas y bienes comunes con destino en el mercado del gigante asiático y también en otros destinos en los países centrales.

A estos proyectos se suman la ampliación del 'swap' (intercambio) de monedas que permitirá al Estado argentino reducir el consumo de dólares en el deficitario intercambio comercial con China, al costo de seguir incrementando la deuda externa. Nada muy distinto a los proyectos y acuerdos recientemente firmados (por otros tantos miles de millones de dólares) con el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y otros organismos regionales con plena influencia norteamericana.

Si bien el gobierno argentino se acordó tardíamente de China como potencial aliado circunstancial en esta crisis (ver nota de Guillermo Cieza, https://lahaine.org/gE1F), no menos cierto es que desde comienzos de los 2000 los gobiernos liderados por el kirchnerismo vienen impulsando un vínculo estratégico con ese país: en 2004 se firmó el acuerdo bilateral de “asociación estratégica”, en 2014 la declaración conjunta para una “asociación estratégica integral” y en 2022 Argentina ingresa en la “Iniciativa de La Franja y la Ruta” de China (siendo el principal país latinoamericano en ser parte de la misma).

Cerrada la gira por China, el ministro pone su mirada en los EEUU para dar las últimas puntadas a la renegociación del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). En menos de un año, el cuestionado acuerdo cayó y el gobierno nacional opera de manera acelerada para garantizar uno nuevo. En la práctica se abandonó la retórica beligerante contra la legalidad y legitimidad de la deuda contraída durante el gobierno de Mauricio Macri entre 2018 y 2019.

Lo único importante ahora es conseguir que un rejuvenecido acuerdo incluya un adelanto sustantivo en los desembolsos del organismo internacional con el mismo fin que el 'swap' chino: engrosar las reservas internacionales en la previa electoral. El gobierno frentetodista quiere tener bien inflado el bote de su administración frente al tsunami que seguramente arrecie en las semanas que van desde el cierre de listas (24 de Junio), las PASO (13 de Agosto), la elección general (22 de Octubre) y una segura segunda vuelta (19 de Noviembre).

El gobierno de Alberto Fernández (quien hace tiempo es un pato rengo), ahora en la persona del presidente de facto Sergio Massa, negocia a diestra y siniestra con el manual de (Groucho) Marx en sus manos. El único principio que vale es llegar a destino el 10 de diciembre con un triunfo del frente electoral que nazca de las entrañas del Frente de Todos. Si no es el candidato de unidad, Massa especula con ser -al menos- el Ministro de Economía que logró evitar una crisis que despunta como potencialmente explosiva.

El Titanic rumbo a un país más desigual

Mientras los actores políticos hegemónicos danzan en la cubierta del Titanic, como Pueblo enfrentamos la consolidación de un proyecto de acumulación capitalista que busca sostenerse en una nueva forma de saqueo de las riquezas naturales y de superexplotación de nuestro trabajo.

Más allá de las idas y vueltas de la crisis inmediata, la última década fue prefigurando un esquema de desarrollo del capital que coloca a la Argentina como proveedor de insumos para la transición global al capitalismo verde, que no es más que el mismo capitalismo saqueador y explotador pero “pintado de verde”. La contracara de esa estrategia es garantizar una división de la riqueza social altamente desigual, donde las y los trabajadores reciben cada vez menos, trabajan cada vez más y viven cada vez peor.

El proyecto Vaca Muerta avanza con apoyo de todas las potencias imperialistas, y consenso de las fuerzas políticas de los partidos del orden, al tiempo que el saqueo del litio, del cobre y otros minerales estratégicos se estructura progresivamente junto con la producción de energía para el imperio (gas, hidrógeno “verde/azul”, biocombustibles).

En 2024, Argentina podrá volver a ser exportador neto de energía y convertirse en potencia regional en ese plano. Así las cosas, superados los efectos más inmediatos de la sequía y recuperado el ímpetu del sector agroexportador, el año próximo la economía argentina podrá volver a crecer, aunque el trabajo en condiciones de pobreza y la precarización de la vida en nuestros barrios y comunidades persista como rasgo de la época.

Guerra de desgaste, guerra de clases

En una guerra de desgaste, la crisis e inestabilidad económica que sufrimos hace más de 10 años ha operado como mecanismo para la desarticulación de la resistencia popular y favorecido la implosión social general. Los programas sociales extendidos aunque insuficientes actúan como un colchón que hace más improbable una explosión al estilo 2001.

Sin embargo, la insatisfacción general con las condiciones de vida, el recorte en el gasto público, el encarecimiento y empeoramiento simultáneo de los servicios públicos (provistos por empresas privadas o públicas), y la inflación en alza, crea condiciones para una rabia generalizada que no logra canalizarse como fuerza social organizada favorable a un cambio a la izquierda del espectro político. Se crea la paradoja de que el capitalismo argentino provoca la multiplicación de las desigualdades pero el Estado en lugar de compensarlas o reducirlas, aparece impotente.

En este contexto, las fuerzas políticas tradicionales (los espacios del peronismo y juntos por el cambio) se fragmentan y no parecen ya operar como catalizadores de alguna forma de politización, pues se postulan para conducir un Estado que se presenta ante todxs y simultáneamente como solución y causa de todos los males. La derecha fascista (con tintes ridículos y payasescos, pero a la vez violenta y autoritaria; los “monstruos” de los que hablaba Gramsci) atrae hacia sí lo peor de la crisis: la tendencia a la individualización, el sálvese quien pueda, el aislamiento como formas de autodefensa.

A la izquierda del campo político, las fuerzas tradicionales no consiguen producir un discurso masificable ni prácticas de resistencia social que sean transversales (y no meramente corporativas); los movimientos nacidos de la crisis neoliberal oscilan entre la fragmentación, la integración sistémica y el aislamiento político. Ni siquiera las coaliciones políticas que más potencialidad transformadora presentaban (como los movimientos eco-socioterritoriales y el feminismo) logran hoy superar ese proceso.

Estamos frente a la crisis de la Argentina pos-2001. En términos políticos, si, pero sobre todo en el plano de la reproducción económica. Con o sin explosión social-política-económica de por medio, el sistema de dominación camina hacia una nueva era donde una nueva forma del saqueo y la superexplotación serán las bases de otra fase de acumulación de capital.

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